El Regreso de Pandora

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El Regreso de Pandora

Por: H.A.B.R.

…pues para algo nací; con mi flaqueza
cimientos echaré a tu fortaleza
y viviré esperándote. ¡Esperanza!
Miguel de Unamuno

Y como la Esperanza es lo primero que se acaba, Pandora decidió multiplicarla. —La fuente está en el jarrón. —pensó. Por lo tanto, escribió muchos planes, que al final no le parecieron acertados. Siempre se cuidaba no cometer el error de la primera vez, donde se le escaparon los demás dones y solo conservó uno. Solamente le quedó la Esperanza que consideraban el don más insignificante. Sin embargo, había logrado transfórmala en virtud de alto valor y pudo conseguir a través de siglos de estudio, extraerla sin abrir la vasija. Prometeo, su ayudante fiel, le sugirió que debía cambiar el corazón de los terrícolas antes de tomar alguna decisión. Le aconsejó sobre lo infructuoso de producir el don y que ellos la despilfarraran. Sería semejante a echarles las perlas a los cerdos.

El primer intento fue contratar a Hermes para llevar el mensaje de bondad a los hombres, pero él no cumplió con lo pactado, se dejó sobornar por Zeus y cambió su contenido por la bolsa del odio y la autodestrucción. Pandora intentó diversos planes, incluso quiso reflejar a los humanos en el brillo del jarrón. Entonces, se creyeron tan brillantes como dioses y la guerra no se hizo esperar, se mataban unos contra otros, igual que fieras en celo.

Necesitaba erradicar los males que había permitido que escaparan en un acto de curiosidad. — ¡Maldita curiosidad! —gritó. Pensó por largo tiempo y al fin se le ocurrió que la curiosidad le podría ayudar. Subió a lo alto de las montañas y dejó caer su aliento virtuoso. Si la humanidad se volvía curiosa, buscaría la Esperanza y sanarían sus corazones. Pero, el plan no funcionó, los humanos se dedicaron a descubrir secretos malévolos de la oscuridad aliados con Hades. Se volvieron como dioses para inventar aparatos y explotar tesoros prohibidos.

Epimeteo, el eterno amor de Pandora, había muerto hacía muchos años buscando la gloria para los habitantes de la tierra. Procuraba una solución que les permitiera ganar un espacio de honor en el Olimpo y erradicar los males de sus vidas. Tal vez, sus errores, descuido y desorden no le permitieron tener un buen fin.

Le quedaba el último intento, utilizar la persuasión para convencer a Hermes de ir a la alcoba a disfrutar las mieles de su amor y así obtener parte de su esencia. El dios mensajero fue persuadido y ella logró por fin su propósito. Después, llevó la muestra al laboratorio y la combinó con su aliento. Clonó a miles de mensajeros arriesgando a que se menguara su poder con este invento. Los envió por todos los rincones del mundo con el recado persuasivo de abandonar la maldad. Solamente los humanos con su propia voluntad tenían la facultad de erradicar la maldición. La frustración de Pandora fue grande cuando se dio cuenta de que Hefestos había transformado los corazones de los hombres en cajas de piedra. Todas las palabras de los comisionados eran inútiles, no calaban en las fibras de sus sentimientos. Muchos clones de Hermes fueron asesinados, otros huyeron y ella se vio obligada a transformarlos rápidamente y no quedarse con la divinidad reducida.

Pandora quería resarcir el error del comienzo, pero ni con su belleza de mujer voluptuosa había conseguido lo esperado. La gente se salía de control, la venganza de Zeus se estaba cumpliendo. Otra vez ganaba él, como sucedió con la Manzana de la Discordia, él siempre quedaba ganador. Los humanos eran los que pagaban las equivocaciones de los dioses.

Decepcionada se sentó a meditar en el suelo con el jarrón entre sus piernas. Se sintió tan triste, que lloró y su llanto se extendió por días, a tal punto que sus lágrimas mojaron la vasija por fuera y por dentro. Pasado un tiempo despertó. Se sorprendió cuando vio al jarrón con otro aspecto. La Esperanza había germinado y crecido. Rebosaba la vasija sin tapa y tenía muchas flores en capullo. Pandora se asombró en gran manera. Llegaba a su mente la incertidumbre si la Esperanza fuese otra o si se moriría pronto porque estaba afuera del cántaro.

A la siguiente alborada, las flores eran imponentes en el cielo. Los aromas de los capullos abiertos y exóticos perfumaban la tierra hasta el último rincón. Pandora, a la expectativa, no sabía qué hacer. Su mirada aguda percibió la transformación humana provocada por el aroma de la Esperanza en flor. Se aseguró que fuese cierto y en efecto era real. El corazón de los humanos ya era bondadoso e inocente, como unos niños convivían sin agredirse. El paraíso había renacido.

El tiempo transcurrió y los humanos erradicaron los males de sus corazones. Pandora sintió que había salido victoriosa, pero cómo haría para mantener vivas las flores, pues ya se empezaban a entristecer. Si habían florecido con sus lágrimas, ya ella no estaba triste, así no lloraría ni las mantendría frescas. Además, Zeus ya sabía lo ocurrido con la Esperanza y le dijo a Helios que calentara más fuerte que todos los días con el propósito de marchitar el triunfo de su enemiga.

Pandora consultó a Prometeo una solución. Había que salvar a los humanos de la venganza del Olimpo. El dios defensor humano planeó adentrarse en la morada de la divinidad suprema y extraer el agua, el divino líquido que no existía en la tierra aún. Zeus lo tenía escondido solo para los dioses, pues de él dio a Hefestos para crear a la misma Pandora. Prometeo con astucia se introdujo en el reino de Júpiter y robó lo que buscaba. La planta fue regada y las flores permanecieron eternamente. Prevenida, la diosa sembró unos cántaros en las profundidades de la tierra, por si se volvía a necesitar.

Ya no hacía falta Agua ni Esperanza. Solo faltaba el castigo que le impondría Zeus al filantrópico Prometeo por hurtar en beneficio de los humanos. Esta vez no por el Fuego sino por el Agua. Y, tampoco él tomaría escarmiento de la tortura porque en el momento menos esperado hurtaría la ambrosía que más ocultaba Júpiter.

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