Concierto, Sorpresa

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Concierto, Sorpresa

Por: Itxaso Benitez Corzo

Los nervios se apoderan de mi cuerpo, y del resto de compañeros y compañeras. Las sonrisas cómplices delatan que todos nos encontramos en la misma situación. Nervios, orgullo del trabajo bien hecho, ganas de salir a compartir lo que llevamos dentro. Otro telón que sube. Los últimos besos y abrazos buscan su hueco apresurados entre bambalinas. El director da los tonos.

Empezamos a cantar. A capella. El silencio repentino en el patio de butacas impresiona. Piel de gallina. Máxima concentración. Doy un paso más al frente. Respiro hondo. Me lleno todo lo que puedo. Con los ojos cerrados, bordo la primera frase. Al abrirlos, el foco no me molesta. Se me ve bien, mientras que a mis compañeros del coro apenas se les intuye. Están en tinieblas. Me acompañan con una melodía dulce. El director me guía con mimo, no gesticula como de costumbre. El ambiente íntimo hace que la canción penetre por cada poro de la piel de todo el público, así como en cada uno de nosotros. La armonía es perfecta. La concentración es máxima y la afinación impecable, impoluta. Somos más de 90 piezas de un engranaje perfecto. El último acorde levanta a la sala al completo. Y sólo es la primera canción. Emocionada recibo la ovación, y me inclino ante el público al que me debo, que ha hecho posible que cumpliera otro sueño. Antes de irme a mi sitio, un beso y una caricia a ese director que ha confiado ciegamente en mí, que ha visto mi luz incluso en mis días más nublados, que me ha abierto las puertas de su música y de su corazón, que me ha dado la oportunidad de volver a creer y confiar en mí, que me ha devuelto a la música, al público, y a sacar lo que tengo para dar. En el instante que dura el beso y la caricia, reconozco tu voz entre los aplausos. No puede ser. ¡Guapa! ¿En serio? No he podido oír bien. Sonrío incrédula. Vienen a mi cabeza las imágenes
de todo lo que hemos compartido. Sonrío nerviosa. Mientras voy ocupando mi lugar, algunas compañeras me felicitan. De nuevo frente al público, los focos me ciegan. Sonrío emocionada. Siento el impulso de romper a llorar por toda la emoción y los nervios acumulados, y por la sensación extraña que se me ha generado al creer haber oído tu voz. Trato de meterme en el concierto, pero me cuesta un par de canciones concentrarme y disfrutar. No dejo de pensar en ti, en todo lo que hemos vivido, en todo lo que me gustaría vivir contigo, en todo lo compartido, en todo lo que me has enseñado, en todo lo que soy contigo. No dejo de pensar en ti. La luz que desprendo al pensarte hace que me vaya sintiendo más cómoda y concentrada. Mi compañera me guiña un ojo al acabar una canción, y le sonrío cómplice. Esa palabra retumba en mi cabeza. Guapa. Digo la letra de la canción de manera automática. Sonrío al acabar y meterme de lleno en el concierto. La música mece mis sentidos, el baile me transporta al aquí y ahora. Los aplausos me elevan hasta hacerme levitar. El cariño y la complicidad que flotan en el ambiente envuelven el teatro de calidez y diversión. No te busco en el público, pues sé que no estás. Me encantaría cruzarme con tu mirada, que ahora mismo se me antoja una quimera. Sueño con el día en que volvamos a vernos, para no separarnos nunca más.

El concierto está a punto de acabar, y empiezan las sorpresas. El director, siempre tan pulcro, metódico y detallista, reconoce a los cantantes que llevan desde el inicio con un clavel que les entrega antes de la última canción, justo como hizo en el primer ensayo al que asistí, y que tanta ilusión me hizo recibir. La emoción de recordar aquel momento mientras vivo este hace que mis ojos se empañen, haciéndome dudar de si seré capaz de mantener la compostura, la concentración, y la afinación hasta el final. Mi compañera siempre cómplice me coge por encima de los hombros, y me da un
beso en la cabeza, tratando de tranquilizarme. Asiento, y le devuelvo el gesto con un guiño. Bebo agua, trago saliva, respiro hondo, y estoy preparada para dar el resto. Tiemblo con las primeras notas. Ella me toma de la mano. Me paro a escucharla para coger una buena referencia. Lo doy todo. Me vacío en el último acorde. Lo he conseguido. Ha acabado un concierto que nunca olvidaré, y no sé hasta qué punto.

Siguen las sorpresas. Igual que en el primer ensayo, el director va haciendo entrega a cada uno de nosotros de un clavel, nombrándonos y citando el año de incorporación a la coral. Los nervios se vuelven a apoderar de mí a medida que veo que se acerca el momento de recibir el mío. No llega, y eso me pone aún más nerviosa. No me creo que se haya olvidado de mí, pues es muy cuidadoso y detallista. No me nombra, y sólo quedo yo por recibir el clavel. Nadie se mueve, ni el público, ni el pianista, ni el resto de la orquesta, ni el propio director, ni ningún integrante de la coral. No entiendo lo que pasa, y le pregunto con la mirada a mi compañera, que se limita a sonreírme y seguir mirando al público. Estoy sudando. Empiezo a inquietarme. Se abre una puerta a un lado. No entra ni sale nadie. El corazón se me sale por la boca. Suena cumpleaños feliz. El director toma el micro, pues los aplausos hacen que de otra forma no se le oiga. Me pide que le acompañe, y mis compañeras me hacen sitio para llegar hasta él. Me abraza haciendo que el mundo se pare. Una lágrima resbala por mi mejilla, emocionada y nerviosa. El director no me suelta mientras habla, cosa que agradezco. Dice que he sido una incorporación de este año, y que mañana es mi cumpleaños, y por eso y la valentía de afrontar el solo que me propuso sin dudarlo, han querido rendirme este pequeño homenaje, y que por eso mi flor es diferente.

Se hace a un lado sin soltarme, y como por arte de magia estás delante del público, dispuesto a subir al escenario, con una rosa amarilla en la mano. Mi flor favorita. La única flor que me gusta. La única planta que cuidaría sin esfuerzo. Y viene de tu mano, acompañada de tu inconfundible sonrisa, del brillo de tus ojos, de tu vestir siempre impecable, y de tu olor a casa y a refugio. Mientras tomo la rosa, te abrazo. La canción ha acabado, y el director te cede el micro. El público en pie ovaciona el momento. Suspiros. Me apartas con ternura para poder hablar. No suelto tu mano. Respiras hondo, tratando de encontrar las palabras. Un nudo en tu garganta, y otro en mi estómago. Hablas casi en clave, tímido. No me puedo creer que estés haciendo esto. Perdona mi impuntualidad, mi niña. Si volvería a nacer te buscaría mucho antes, pero esta vez no permitiría que nada ni nadie nos separase nunca, ni siquiera mis miedos. Me sueltas la mano y no entiendo lo que pasa. El director te sujeta el micro mientras te agachas, sacando una caja de anillo de tu bolsillo. ¿Me dejas acompañarte el resto de mi vida? Esta vez prometo no perderte. Esta vez voy a cuidarte como lo que eres, lo mejor que me ha pasado en la vida. Gracias por ser mi más bonita casualidad.

Asiento mientras me pones el anillo. Un beso fugaz en los labios, y un abrazo eterno, del que no queremos desprendernos. Ovación cerrada del público y del resto de compañeros. Tu mirada cómplice. El director se une a nuestro abrazo. No puedo cantar, ni siquiera puedo hablar. Sólo puedo llorar mientras sigo abrazada al director y agarrando tu mano, de la que no quiero soltarme nunca más. Queda la última canción, pero no me siento capaz de cantarla, así que no vuelvo a mi sitio. Nos sentamos en la escalera que sube al escenario. Nos comemos con la mirada. Te canto sólo alguna frase que tiene todo el sentido en este momento. Me apoyo en tu hombro. Me besas en la frente. Nos ponemos de pie para salir juntos, delante del resto de compañeros, que van bajando del escenario y recorriendo el patio de butacas hasta dejar el escenario vacío. Los besos y los abrazos se suceden en la sala de descanso. Esta vez, viviremos todo lo que necesitemos para aprender, sin soltarnos de la mano.

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