Cena de Despedida

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Cena de Despedida

Por: María Lucía Rodríguez Arvelo

Sus tacones repiqueteaban sobre los adoquines de la calle de La Noria. Tenía un paso apresurado, puesto que llegaba tarde (como casi siempre).

Paula se había esmerado en arreglarse aquella noche para la cena de despedida de José Antonio, el más veterano del Banco… Hasta hoy: se jubilaba.

Encendió un cigarro distraída, mientras seguía caminando hacia su destino. Ahora el sonido de sus tacones y una estela de humo anunciaban su paso.

Dobló una esquina y el lugar de encuentro apareció ante sus ojos: una casa antigua, de dos pisos totalmente restaurada y convertida en esos restaurantes modernos que se usan tanto ahora, con zona que llaman “chill out” para tomar las copas del después.

En la puerta se había formado un corrillo de hombres: algunos apuraban un cigarrillo antes de entrar, otros revisaban sus teléfonos y el resto charlaba animadamente.

—Demasiada testosterona junta… Aunque bendita sea. —pensó Paula para sí y sonrió pícaramente.

Y, sin esperarlo siquiera, allí estaba, entre ese grupo de la testosterona: Alonso. Hacía tiempo que no se veían, Lla última vez fue…? Antes de marcharse él a Nueva York por trabajo, y de eso habían pasado ya nueve meses.

—Un embarazo. —pensó Paula de nuevo, y suspiró.

Terminó su cigarro y lo aplastó contra los adoquines del suelo mientras se acercaba al restaurante, aminorando su paso: quería observarlo un poco de lejos, sin que él la viera todavía…

Seguía igual que como ella lo recordaba: alto, delgado (la escalada ayudaba para eso; era su gran pasión), con algunas canas más pero la sonrisa era la misma de siempre: en su boca amplia, afable… y que invitaba a ser besada. A Paula le recorrió un escalofrío.

—¡Hombre Paula, por fin llegas! Tarde como siempre… —exclamó Germán.

—Ya sabes que lo bueno se hace esperar.—dijo Paula sonriente al llegar al grupo.

Y se miraron… Por fin. Alonso sonrió, y sus ojos también lo hicieron. Con una sonrisa amplia y sus brazos bien abiertos, se acercó a Paula y le dio un gran abrazo, como si quisiera absorberla y, con eso, fundirse en una sola persona.

—Me encanta que estés aquí y haberte visto después de tanto tiempo.—le susurró Alonso en su oído.

—A mí también me ha encantado verte y que estés aquí para celebrarlo con nosotros.—Paula notó cómo la sangre subía a sus mejillas. Encima me he puesto colorete… debo estar roja como tomate! pensó tímidamente.

Pero la timidez le duró poco porque salió José Antonio para saludarla y para hacerlos pasar, que ya iban a servir la cena.

—¿Qué tal todo por aquí? —Alonso se le acercó por detrás, cogiéndola suavemente del codo.

—¡Todo bien! —Paula notó que temblaba. ¿Qué demonios me pasa? pensó.

Verlo allí, de sopetón, sin esperarlo siquiera, después de tantos meses… La sorprendió, pero también la excitó, y no sólo en el plano sexual. Ella y Alonso habían vivido un romance. A Paula le gustaba pensar en esa expresión: vivir un romance; no tanto como tener un romance. Le daba la impresión que dicho verbo definía mejor lo que experimentaron.

Entre esa cascada de pensamientos y recuerdos llegaron a la gran mesa que tenían reservada y preparada para todo el grupo. Alimentos variados reposaban sobre ella: varias cestas con distintas clases de pan, pequeñas porciones de mantequilla puestas cuidadosamente en cada servilleta, varios tipos de embutidos y bandejas con diferentes clases de patés. Procedieron a sentarse.

—¿Puedo sentarme aquí a tu lado o está ocupado? —Paula levantó su mirada y allí estaba Alonso, sonriéndole con su boca y suplicándole con sus ojos que lo dejara sentar a su vera.

—¡Claro! —Paula fingió despreocupación y Alonso procedió a sentarse.

—Entonces, ¿todo bien por aquí? ¿Cómo estás tú? —prosiguió mientras se acomodaba en su asiento.

Ahora que la tenía cerca no pensaba desaprovechar la oportunidad de hablar con ella. Y no sólo era hablar: era verla, sentirla, olerla, escucharla… Y si pudiera tocarla… Aquel pequeño roce que había propiciado en su codo lo puso más nervioso si cabe. Le habían dicho que ella asistiría, pero en aquel momento no sintió nada. La distancia es el mejor congelador que hay. Pero hoy al verla llegar… Una avalancha de recuerdos y sentimientos lo abrumaron. Quería saberlo todo: qué había hecho en ese tiempo, cómo estaba, cómo le iban las cosas, su familia… Y si lo había echado de menos.

Porque él sí, todos y cada uno de los largos días que formaban los nueve meses que habían estado separados… Hasta hoy.

—Todo bien, sí. Ya te dije antes —Paula disimulaba desmigajando su pan. Evitaba mirarlo mucho tiempo a los ojos. Notaba que temblequeaba y antes muerta que dejar traspasar sus sentimientos… Al menos por ahora.

Alonso guardó silencio y su rostro se puso serio.

—Paula siento mucho cómo pasó todo. No fue mi intención irme a Nueva York y olvidarme de nosotros. Era una oportunidad que no podía dejar pasar y yo…

—Alonso no pasa nada, olvídalo.—cortó Paula. Empezaba a notar cómo su corazón palpitaba más fuerte, retumbando dentro de su pecho como una cuádriga en pleno combate romano.

—No puedo olvidarlo Paula —le dijo él, bajando el tono hasta convertirlo casi en un susurro. —No puedo olvidarme de ti Tampoco quiero.

Paula lo miraba asombrada y bajó la cabeza. Empezaron a llegar las bebidas.

—¡Por favor, por favor! ¡Un poco de atención! —clamaba de pie y contento José Antonio, mientras golpeaba su copa con el tenedor para hacerse oír, —Hoy es un día muy especial, como todos ya saben, porque hoy me jubilo. —sonrió ampliamente. Cualquiera no… —“Todos estos años trabajando con ustedes han sido mag…..” —Paula ya no escuchaba el soliloquio de José Antonio; las palabras de Alonso retumbaban en su cabeza. ¿Y esto ahora, a santo de qué? ¿Cree que puede venir aquí después de nueve meses como si nada? ¡Venga hombre!

Paula intentaba enfadarse, pero no lo conseguía. Allí sentada, rodeada de todos sus compañeros y compañeras riéndose y dando palmas, llenando sus bocas y copas con abundancia, sólo pensaba en una cosa: irse. Irse de allí y volver a la seguridad de su apartamento. Hizo el ademán de levantarse pero Alonso cogió su mano y la sujetó. Se miraron y no hizo falta que dijesen palabra alguna: se seguían entendiendo con sólo mirarse.

José Antonio continuaba con su discurso de agradecimiento, sonriente como niño en feria, mientras Alonso agarraba firmemente la mano de Paula por debajo de la mesa.

Más que una cena de despedida ha sido una cena de reencuentros.—pensó Paula.

Una vez que terminó José Antonio, Paula levantó su copa y brindó con todos y todas; miró a Alonso y él la miró a ella, se sonrieron (y no sólo con la boca, sino también con el corazón) y se dispuso a disfrutar de la noche… Mientras seguía agarrada a la mano de Alonso por debajo de la mesa.

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