Apariencias

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Apariencias

Por: P.R.E. (15 años)

– Cógeme la mano -pidió.

– ¿Aquí? -respondió, cohibido.

– Sí -afirmó, extendiendo el brazo.

– Pero nos verá la gente -se negó.

– ¿Te da vergüenza? -preguntó, más enfadado que molesto. Estaba harto de esa situación.

– No -reconoció, a duras penas.

Entre ambos hubo un silencio intenso pero apaciguador. Duró el tiempo suficiente como para
que olvidaran la conversación que acababan de tener. O la menos para que lo pareciera.

– ¿Y de mí? -volvió a preguntar, para sorpresa del otro. No supo qué contestar.

Decidió callar. Siempre lo hacía cuando la situación le sobrepasaba. O al menos cada vez que
lo parecía.

– No lo entiendo -habló de nuevo.

– ¿El qué? -preguntó, aun sabiendo perfectamente a lo que se refería.

Se miraron.

– Por qué no podemos querernos en público -lo dijo.

Estaba claro que el dolor, tanto genérico como, en especial, el de las palabras, no lo sentía él.
Si no, no lo hubiese dicho con tanta indiferencia.

– Ya sabes -respondió. Esa era una de las ocasiones en las que tendría que haber callado. Pero
no lo hizo.

– No. No sé -ambos levantaron la cabeza, siguiendo con la mirada a un viandante que pasaba
delante suyo. Habían de tener cuidado. No podían verles juntos. No debían estar juntos.

– Tenemos que odiarnos -susurró, separándose un poco más de él.- Se supone que no nos
entendemos.

– Cuando hablas como ellos. Sólo ahí es cuando no te entiendo -a veces hacían eso. Discutir.
Pero sabían que era algo normal; impartido por la naturaleza; basado en lo común. O al
menos eso tenía que parecer.

– Lo conseguiremos -dijo, inseguro, apartándose un poco más.

Alguien se aproximaba a ellos, decidido a sentarse en su mismo banco. Justo en medio de los
dos. Interrumpiendo su conversación. Interrumpiendo su amor. Otra vez.

– No -respondió, cuando quedaron solos. Él se dio la vuelta, para quedar de espaldas al otro;
de enfrente al mundo. Miró hacia delante, disimulando. Qué solo se sentía. Aun teniéndolo al
lado. El no poder verle, le abrumaba.

– Déjame intentarlo. Estoy seguro de que esta vez…

– Esta vez pasará lo mismo. Lo de siempre -notó cómo buscaba su mano, pero no quiso
corresponder. No era el momento. No era el lugar. Nunca lo era.

– Podré soportarlo -contestó, incluso sabiendo que otro golpe más solo abriría heridas
pasadas- Si te tengo a mi lado, merecerá la pena.

Le volvió a dedicar otro silencio. De esos que aparentaban mudez. Los que más dolían.

Ambos pensaron en mirarse, pero no dieron el paso. No se atrevieron. Había gente. Podían
verles. Era peligroso. No debían comportarse como lo hacían en privado, cuando la ciudad se
apagaba. Era entonces cuando lo mejor de ellos salía a la luz. Cuando se pensaban de otra
manera; se miraban de otra manera; se hablaban de otra manera. Cuando, en definitiva, se
querían. Sin guardar apariencias.

– Tengo miedo -se atrevió a reconocer. Temía que el otro volviese a callar.

– Siempre vamos a tenerlo -asumió. Esta vez fue él quién movió la mano, en busca de otra a
la que agarrar. De perfil, observándose clandestina y fugazmente; sonrieron.- ¿Aún quieres
que te coja la mano? -sin pensarlo dos veces, sus extremidades se entrelazaron. A pesar de la
gente.

– ¿Crees que habrá alguien más como nosotros? -deseaba fervientemente que así fuera.
Necesitaba saber que no eran los únicos. Que había más incomprendidos que desafiaban lo
prescrito, amándose en silencio.

De nuevo, el murmullo contestó por él. Pero esta vez los dos sabían que sí tenía respuesta.
Que tenía una opinión, y era afirmativa. Que Corazón y Cerebro, por muy incompatibles que
puedan (o deban) parecer, se amaban y entendían en cada persona. Que no estaban solos.
Aunque lo pareciera.

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