Por: Guapo

Comenzar el día a las 05.30 tiende a ser parte de su rutina, encender la cocina, preparar el almuerzo que degustará su hija en su jornada escolar es parte de la motivación diaria; alimentar a sus regalones, quienes aportaron con unos grados de abrigo y ronroneo durante la noche que finaliza, demuestra su amor por ellos. La velocidad del tiempo presiona para que los siguientes pasos en la ducha y el vestidor los ejecute con precisión y frialdad, no hay espacio para resbalar en el frío cerámico ni errar en el zapato adecuado para afrontar sus próximas 11 horas dedicadas a su trabajo, que incluyen el denso tráfico matinal que se repite al volver a casa.

Valentina, por su parte, amante del buen dormir y su calientacamas, apura su paso hacia la planta baja para disfrutar su leche tibia al lado de su madre notando que, recién siendo las 07.00, deja el espacio para un episodio más de la serie que iniciaron hace algunos días, excusa perfecta para compartir el íntimo tiempo que demanda su lazo consanguíneo, originado hace más de 17 años.

Andrea cuenta en su día, con el interés y preocupación de quien no sólo le roba parte de sus pensamientos, sino también distrae su atención con un frío y escueto mensaje que se repetirá al menos un par de veces en el transcurso de la jornada…. éste no especifica cuántos “Besos” ni de qué tamaño es el “Te Amo” escrito insistentemente. Sin embargo, confía en la realidad de los mensajes que se materializan al finalizar la semana laboral. Lo espera.

Los 19 meses que han transcurrido en este nuevo rumbo han modificado un sinnúmero de tareas y actividades que marcaban ordenadamente el uso del tiempo fuera del trabajo, obligando a redistribuirlas en momentos que, en algunos casos, resultan más agotadores de lo normal. La habitualidad del confort y pulcritud del entorno propio aportan confianza a los momentos compartidos, no existe temor por el posible desorden tras el paso diario de su adolescente retoño.

La semana pasa rauda entre la jornada laboral, los traslados y las actividades de casa, dejando siempre el tiempo necesario para la comunicación familiar. La lejanía física con sus padres la han forjado aún desde el colegio, permitiéndole llevar la vida con mesura ecualizando sus espacios tanto con Valentina como con quien llama diariamente su atención, logrando tener nuevamente una paridad afectiva, íntima y de complicidad, hasta el punto de la coincidencia casual de deseos y pensamientos.

Este cómplice ha sido merecedor de un espacio en el corazón y mente de Andrea, luego de un inusual reencuentro caracterizado por el respeto, galantería, un buen vino y la vida de ambos relatadas durante dos interrumpidas jornadas que finalizaron en un querer oculto por un tiempo no definido, quizás por una opción pasada, quizás por un querer de adolescentes que hoy, adultos, se presenta para insertarlos en un mundo limitado por los cortos fines de semana disponibles para el deseado encuentro.

La separación producto de las obligaciones laborales son sobrellevadas tanto en su dedicación diaria en el trabajo como en una esporádica comunicación con el afortunado receptor de un inconmensurable cariño que, además de compartir el resumen del día, alivia el cúmulo de situaciones de estrés mediante el más simple gesto de cariño que él puede entregar, escucharla.

La compañía de los fines de semana permite a Andrea renovar sus fuerzas para mantener su dedicación y cuidado para con su hija, observando con detención cómo ha logrado su transformación adolescente con miras a un esperado futuro juvenil y profesional, sueño compartido a su cómplice quien acompaña, escucha y comparte el proceso de iniciar una nueva semana. Juntos, lejanos, con ganas de volver a iniciar el ciclo y mantener el rumbo que a estos 19 meses muestra será por mucho más.