Por: Thays Santos De Fez

Esta carta te la voy a escribir a ti, Darío.

El motivo real por el que nos hemos encontrado esta ocasión no ha sido bueno. Ingresaron en el hospital a la bisabuela Mariángela entre semana en Cuenca.

Tras su alta, el viernes me llamó tu mami Andrea preguntándome cuándo íbamos a verla, le dije que el domingo y me contestó que iba a mirar si era factible para vosotros viajar. En ese instante lloré de emoción, ilusión y esperanza creyendo en la posibilidad de vernos, no sabía qué responder. Mami añadió que quería verla, que ella te viese a ti porque pregunta mucho, que conociésemos a tu hermano y verme a mí.

Sabes que siempre le doy prioridad a todo lo que tiene que ver contigo y viajo hasta Valencia para compartirlo junto a ti pero también sabes, porque eres muy listo y te lo he podido contar, que mi papá está malito y eso me conlleva viajes hasta Valladolid porque quiero estar con él. A ti te vi en Madrid cuando te quedaste unos días con la abuela Bibi y conmigo antes que naciera el tete Antián y no contaba con vernos, mínimo, hasta dentro de un mes y medio.

Como lo malo siempre esconde algo bueno, nos regaló este encuentro. Te quiero contar lo qué estoy sintiendo. Verte a ti me enorgullece; lo hace lo mayor que eres, guapo, inteligente, cariñoso y responsable. Lo hace que, aún teniendo más sobrinos porque los hijos de mis amigos lo son, tú eres muy especial, tú eres mi niño, tú eres quien me pone a prueba emocionalmente sin saberlo y desde antes de nacer, tú eres quien me enseña y ayuda a sanar prejuicios y daños. Sabes que no soy defensora de compartir sangre porque no es garantizadora pero imagino que influye, ni siquiera compartimos apellido porque tu papá y yo somos hermanos de madre, como tú y Antián.

Supongo que te has dado cuenta. Tu mamá Andrea es mi mejor amiga, ella tenía trece años y yo once en el momento que nos presentaron, lo hizo la abuela Bibi, por cierto y desde entonces somos conexión, entendimiento y sentimiento. El pueblo nos dio la oportunidad, fui la primera persona que conoció cuando llegó incierta a vivir allí y el hecho de compartir las historias que la vida trae consigo, nos hizo uña y carne.

Te confieso que no las tenía todas conmigo, emocionalmente hablando, respecto a conocer al tete Antián porque lo vivido de niña, se queda en el subconsciente agarrado hasta que se consigue paliarlo.

Recuerdo el mismo instante en el que os abrí la puerta del bar, me quedé parada mirándote a ti, a tu hermano y a tu madre, no sabía a quién abrazar primero. Tardamos muy poco en abrazarnos todos y sentarnos a comer. El momento transcurrió entre alegría, como si nada malo nos hubiese pasado a ninguno. Yo seguía flipando, me preguntaba si era real ese instante que no había planeado y necesitaba tanto, no era consciente, iba a ser efímero.

Cogimos camino al pueblo donde vive la bisabuela, allí jugamos un rato, hablamos, nos abrazamos, escuchamos lo que decían los mayores y nos observamos entre todos.

Os ibais los primeros. Monté al tete en la silla del coche, le di un beso y le dije: “me alegro de conocerte, te quiero”. Te cogí en brazos, te di mil besos, un abrazo enorme y te dije: “me alegro de verte”. Seguiste despidiéndote, te sentaste en la silla del coche, te até y te di más besos. Te deseé buen viaje y me contestaste: “te quiero”.

Yo sí que te quiero, Darío. Me encarta estar viendo, dentro de lo que nos permite la distancia, cómo te estás criando, lo que estás creciendo como niño y persona, cómo quieres a tu hermano, cómo colaboras en casa, cómo te portas en el colegio, cómo valoras la familia y lo presente que nos tienes.

A pesar de lo que me cuesta psicológicamente a veces, qué feliz me siento de tener un sobrino único como tú; hijo de mi mejor amiga y mi hermano Rubén Darío.