Tal Vez de las Estrellas

Inicio / de Misterio / Tal Vez de las Estrellas

Tal Vez de las Estrellas

Por: Elena M. Dols

No sé por qué recuerdo ahora aquella noche en que la luna clara iluminaba el cielo y se dejaba arrastrar por unas tímidas nubes como en un baile lento.

Un par de pasos nos distanciaban, contemplaba la línea de su cuello, La sombra de sus pestañas y quise seguir la dirección de sus ojos, hasta que se posaron en los míos.

Me miró y sonrió, pero su sonrisa se limitaba a sus ojos, me intimidaba, no era fácil mantener esa mirada, porque daba la impresión de leer cada uno de los pensamientos.

Los pasos más importantes de nuestra vida los damos sin saberlo y aquella noche quise acercarme un poco más.

Sin saber aún por qué, empezó a hablarme de amor, de todas las clases de amor, de tantas como personas existen y ninguna es mala, si respeta las libertades —dijo.

Hay leyes sociales que te indican el amor que debes sentir, pero eso no es natural, tú lo sientes y lo demás son mentiras. El amor depende de la inteligencia más que de ninguna otra cosa porque no puede reglamentarse ni imponerse —añadió.

Popularmente se dice que el amor es ciego, pero es una frase hecha sin pensar. No es ciego, ve mucho más allá. Alguien puede ver generosidad y dulzura o cualquier otra virtud, y la mayoría tal vez no, eso es solo porque te hace ver más allá. Aunque realmente esto tiene una explicación científica —continuó.

Hablaba con seguridad, con conocimiento, como si fuera una persona muy longeva y tuviera muchas experiencias. Era desconcertante.

Aquella noche, yo no pude dormir, tenía su mirada clavada en mi cerebro y sus palabras pausadas y sabias se repetían una y otra vez en mi memoria ¿de dónde había salido?

Después de aquella noche, quise volver a verlo, ni siquiera le había preguntado el nombre. Solo su aspecto era fascinante, iba más allá de un hombre atractivo, que lo era, pero había algo más.

Volvimos a vernos, una tarde que yo hojeaba un libro en un rincón que había hecho como mío en un parque cercano. Levantaba la mirada, de vez en cuando para mirar a través de un gran chorro de agua de una fuente cercana y poder ver cómo se formaba un arco iris con la luz del sol, antes de desaparecer.

Era mi lugar favorito para leer, y para desconectar de la ajetreada vida de la ciudad. El atardecer siempre era dorado y formaba un espectáculo bellísimo.

Se me acercó sonriendo, más que sonriendo, con esa luz que le envolvía y que parecía emanar desde dentro hacia fuera. Fascinada nuevamente por la serenidad de su mirada, se sentó a mi lado, posó su mano sobre mi hombro y pareció como si un repentino sueño me atrapara, quizá estaría soñando, realmente, lo dudé.

De pronto se desencadenó una tormenta primaveral con una fuerza hipnotizadora. Fuimos a cubrirnos dentro de un bar cercano. Mientras miraba por la ventana, dijo que el agua fue la primera fuente de vida.

—Nunca me iré de tu lado —dijo— fue muy reconfortante oír eso, aunque casi me dio un poco de miedo, dudé si sería una declaración o que pretendía decirme exactamente, pero no me atreví a preguntar. Después se hizo el silencio.

Después de un tiempo, pregunté, y me dijo que le llamaban Marlon, hasta ese momento, el nombre era lo de menos, ni siquiera había pensado en eso, le identificaban demasiadas cosas, que le hacían diferente, único.

No sé bien, qué empecé a sentir, no era como cuando te fijas en un hombre atractivo y te gusta, no era eso, o tal vez sí, pero había algo más y me inquietaba no saber qué. Era una sensación, algo difícil de explicar con palabras Ni un segundo del día o la noche podía dejar de pensar en él y es que era como si hubiera atrapado, no mi corazón, mi mente o mi alma.

Marlon era musculado, esbelto, fuerte, lo más parecido a ser perfecto. Su larga melena recogida en una coleta, le daba un aspecto bohemio y sus ojos azules eran como dos estrellas. No había que mirarle la boca para ver su sonrisa, esa, le emanaba del cuerpo. ¿Sería de otro planeta?

Posó las manos sobre mis hombros, y oía su voz como si me hablase desde dentro. Cuando se acercaba era como si todo lo demás se detuviera. Se puso frente a mí, me miró y parecía ser que me invitaba a pasear por su mirada pude mirar sus ojos, como dentro de ellos, con esos destellos azules, que más parecían un paisaje celestial. Así nos quedamos un buen rato en silencio.

Si lo veía y charlaba con él, tenía la sensación de que me abducía, pero si no lo veía, parecía como si no pudiera apreciar la vida sin él. Se había convertido en imprescindible.

A veces desaparecía por días y nadie sabía dónde había ido, pero siempre volvía. Le gustaba rodearse con niños y contarles historias, cuentos. También se dedicaba a hacer trabajos sociales, a intentar integrar más o menos en la sociedad a los más desfavorecidos y eso decía mucho de él.

Tal era la fascinación que me producía, hacía que muchas noches, soñara con Marlon, en un espacio lleno de luz, donde se flotaba igual que un cosmonauta y es que él era eso como luz flotando. Cuando quería formularle una pregunta, sentía tener la respuesta sin haber hablado, no era capaz de encajar eso, pero la tenía, mi inteligencia no iba tan lejos, pero yo sabía que lo sabía, aunque no lo comprendiera.

Empezamos a vernos a menudo, casi a diario y recuerdo experimentar una especie de plenitud, muy próxima a la felicidad. Me contaba cuentos, moralejas muy sabias. Tenía una peculiar forma de hablar y yo me estaba adaptando a su lenguaje. Unas veces hablaba, pero otras no y curiosamente yo le entendía igual.

A veces hablábamos de Dios y del amor y él sostenía que Dios era como una especie de vibración y que hay algunas cosas que solo se perciben con la intuición. También hablamos de la amistad, de ese descubrimiento que hacemos a otros de nuestra intimidad.

Algunas veces sentía que soñaba con él y recibía respuestas de preguntas que me hubiera gustado hacerle, pero que no hacía, al menos de una manera tradicional.

Marlon se fue, un día desapareció y un gran vacío me sobrecogió. No sé si lo había soñado o era una fantasía o quizá una realidad extraña. No sé si lo amé o solo lo admiraba. Todo seguía igual, menos yo. Intentaba tener una actitud inteligente y comprensiva, como si nada hubiera pasado. Cerré los ojos como si nada hubiera pasado y me inquietó mi consciente y mi inconsciente, la forma en que vivía o imaginaba.

Yo no entendía nada.

Mi amigo Marlon de alguna manera me confesó que no pertenecía a este mundo, que venía de otro sitio y que nuestra forma de vida era muy básica, probablemente porque la tierra era un planeta joven aún y nuestro nivel de evolución era joven, casi infantil.

Nunca volví a ser la misma persona, me preguntaba ¿Cuánta gente como Marlon existe por ahí?

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies