Memorias de un Egiptólogo

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Memorias de un Egiptólogo

Por: Tomás Manuel Menelik

Lunes, 17 de abril de 1934:
Hoy mis hombres y yo nos hemos adentrado en la extraña pirámide donde posiblemente descanse Ramsés II. Al entrar en ella, hemos visto luces al final del pasillo. La luz duró solamente unos pocos segundos. Mis hombres se sobresaltaron al ver semejante fenómeno pero luego valerosamente siguieron acompañándome. Yo les había dicho que no era necesario que entren conmigo pero ellos aún así lo hicieron. Al acabar el pasillo volvimos a la salida pero nos detuvimos en una pared en la que alguien había escrito con una especie de tinta roja la letra “W”, en medio de un dibujo en el que se mostraba la momificación del rey Ramsés II. Me parece raro, ¿habrán ido antes que yo otros egiptólogos, o serían saqueadores de tumbas?

He mandado a uno de mis hombres a por agua hasta el Cairo. Además, no hemos podido cenar apenas nada.

Martes, 18 de abril de 1934:
El hombre que mandé al Cairo a por agua ha desaparecido misteriosamente. Se nos han acabado las reservas y mis hombres están enormemente preocupados. Hoy ha sucedido una catástrofe en la pirámide. Cuando entramos por el camino de ayer no pasó nada; hoy hemos accedido por otra entrada y nada más recorrer diez metros, uno de mis hombres cayó a un foso lleno de escorpiones; murió envenenado. Mis compañeros han sugerido temblando que vayamos por el camino de ayer y uno de ellos se ha marchado de la pirámide corriendo de miedo. Están sucediendo cosas extrañas. Al entrar por el otro camino me he dado cuenta de algo que no vi ayer y que resulta tenebroso: ¡la “W” de la pared era una “M”! ¡Y la “M” no está escrita en tinta roja, es sangre! Al ver esto me estremecí y salí de la pirámide asustado, tal como mis hombres. Hoy voy a tener pesadillas con las pirámides.

Miércoles, 19 de abril de 1934:
He resuelto el enigma. La “M” pintada con sangre es la inicial de “Momia”. Hoy ha llegado el hombre que envié a por agua el lunes. Le conté lo que había pasado y me dijo que ya lo sabía; resulta que el hombre que huyó ayer fue al Cairo a buscarlo. Quien mandé a por agua era de Marruecos y se llamaba Mohamed. Hoy nos hemos adentrado más en la misteriosa pirámide y ha muerto otro de mis hombres. Al meternos por el pasillo del lunes y girar al final a la derecha, Mohamed (que esta vez nos acompañaba) pisó una cuerda y cayó a un foso lleno de una especie de ácido de color verde y, cuando íbamos a ayudarle, el foso se cerró de golpe. Seis de mis hombres han abandonado la expedición.

Jueves, 20 de abril de 1934:
Solo quedamos dos hombres y yo, y mi permiso se agota. Solo tengo tres días para encontrar la tumba donde descansa en paz Ramsés II. Hoy la hemos encontrado por fin. No ha muerto nadie y eso ha sido un gran alivio para mí. Todo ha pasado así: al entrar en la pirámide por la primera entrada del martes y andarnos con cuidado, encontramos unos jeroglíficos, al traducirlos vi que ponía “He aquí la tumba de nuestro faraón Ramsés II”. Maravillado, toqué el jeroglífico y terminé cayendo por un tobogán de piedra. Mis hombres desaparecieron, al final terminaron cayendo por diferentes toboganes al mismo sitio que yo, en la sala de momificación. Al ver donde estaba me dio un subidón de alegría que casi me desmayo, ¡que satisfacción encontrar la tumba!

Al otro lado de la sala, en la pared, había otros jeroglíficos; pude leer en ellos “He aquí que solo tres hombres podrán marcharse y uno eternamente en esta sala se quedará. Quien lo toque, morirá”. Al ver la misma emoción en el rostro de mis hombres, sin querer toqué el jeroglífico; la pared cedió rápidamente abriendo una puerta que nos guiaba escaleras arriba. Mis hombres y yo cogimos el sarcófago y salimos de la pirámide felices.

Viernes, 21 de abril de 1934:
Hoy ha muerto uno de mis hombres. Al levantarme e ir a despertarles ha aparecido el cadáver con el cuerpo vendado como el de la momia. Parecía petrificado. He mandado al otro al Cairo a por agua y para que informe de lo sucedido a la policía. Volví a abrir el sarcófago y, mirando dentro, vi la cara vendada de la momia. Tenía algo que no noté ayer por la tarde. Qué raro…

Sábado, 22 de abril de 1934:
Estoy condenado. No tenía que haber tocado la tumba de Ramsés II y no hacer caso de los jeroglíficos. Todo lo irreal es cierto. Pensaréis que me he vuelto loco, pero no. Los hombres-lobo, los vampiros, las momias, todos son ciertos. Hoy moriré. Siento que la momia está viva. Siento cómo se abre la tumba, siento cómo ella se acerca a grandes pasos, siento su odio y cómo respira. Ya llega, está delante de mí.

Relato breve: Memorias de un egiptólogo

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