Birmania (I)

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Birmania (I)

Por: María Lucía Rodríguez Arvelo.

Observaba el reflejo de su rostro en la chapa de metal que tenía justo enfrente, mientras se terminaba de ajustar sus guantes de cuero. Detrás, su víctima se revolvía en su silla, amordazada. Emitía sonidos guturales y angustiosos que la ponían nerviosa y, sobre todo, de mal humor. Intentó que no se le notase; ante todo, profesionalidad. Sabía hacer bien su trabajo, por eso la seguían contratando para los trabajos más… digamos que “delicados”.

Se dio la vuelta y contempló a su víctima: varón, de raza blanca, alrededor de unos 45 años y, en su opinión, con algo de sobrepeso. Tenía el pelo corto y canoso, vestía un traje de chaqueta gris, pero la chaqueta la había perdido por el camino. Le quedaba la camisa (parecía de seda, de buena calidad) desabrochada justo a la altura del ombligo. Contempló sus pies desnudos: también había perdido los zapatos. Además de todo eso, la víctima estaba sucia y ensangrentada, con bastantes golpes y heridas. En conjunto, la escena estaba teñida de un ambiente en cierta manera melancólico.

A Birmania no solían darle pena sus víctimas, pero con ésta empezaba a sentir cierta compasión; al fin y al cabo era sólo un enlace, nadie importante. Decidió darle la oportunidad de hablar. Se acercó hacia él y le bajó la mordaza.

—¡Por favor, no me mates! —suplicó— Puedo darte todo el dinero que quieras, ¡todo lo que quieras! Dime, ¿Qué quieres? ¿Eh? ¿Dinero? ¿Quieres dinero? ¡¡Suéltame!!

—No quiero dinero. Quiero justicia.

—¿Justicia? ¿Qué? —Entonces, se atrevió a mirarla a los ojos— ¿Quién coño eres tú? No te conozco de nada… ¿De dónde cojones has salido?- preguntó él.

—Yo soy tu sombra —Birmania sonrió.

—¿Mi sombra? Menuda chalada… ¿Quién coño eres? Una loca, ¡eres una jodida loca!!! ¿Quién coño te has creído que eres? ¿Wonder Woman? —y empezó a reírse estruendosamente.

En ese preciso instante, Birmania le propinó un buen gancho en toda la cara. Silencio.

—Vaya… Si lo hubiera sabido antes, hubiera empezado por ahí —Se agachó ante él para poder mirarlo a los ojos y hacerle una mueca despectiva.

—Maldita loca… —masculló la víctima mientras escupía un par de dientes. Tenía la boca totalmente ensangrentada.

—Calla, me vas a escuchar un momento que esto te va a interesar. Quiero saber hacia dónde desvían los fondos de la organización benéfica. Que de benéfica no tiene nada, pero eso ya lo sabías tú, ¿verdad?

—¡Una mierda te voy a decir! ¡Ja! —se burló él, y escupió hacia ella con desprecio.

—Está bien, tú lo has querido. —Birmania sentenció poniéndole de nuevo la mordaza a la víctima.

Se alejó de él, mientras seguía sin parar de revolverse e intentar gritar, y se dirigió hacia la mesita de metal que tenía a unos pocos pasos. Encima de ella, había dispuesto todo su material de tortura: alicates, tenazas, tijeras (de varios tamaños), bisturí, navajas, y todo un sinfín de objetos cortantes, bien brillantes y afilados. Los estudió primero con detenimiento para decidirse por su bisturí favorito. Sonrió y lo alzó hasta la altura de sus ojos: el filo del bisturí se reflejaba en sus pupilas. Se dirigió entonces hacia su víctima, aún con el bisturí en alto.

—Espero que no te desmayes con la sangre… con tu propia sangre. ¿Sabes cuánto de doloroso es desangrarse? La gente normal piensa que será una muerte rápida, fácil, que te quedas dormido… Pero no señor, no es nada de eso. Es mucho más… “interesante”. Desde el punto de vista médico debe ser alucinante. Sé de buena tinta que es una muerta lenta, dolorosa y muy muy desagradable. Te dan convulsiones hasta morir, ¿lo sabías? —Lo miró y sonrió.

A Birmania le gustaba recrearse en los pequeños detalles; realmente le gustaba la medicina. Una pena que no pudo estudiar, pero la vida le había guardado otros planes. Le gustaba explicar a sus víctimas las diferentes maneras de morir que tenía en ese momento en su repertorio, si preferían una o la otra; y ver sus reacciones. Muchos suplicaban hasta el último momento, otros en cambio pataleaban hasta el final. Birmania odiaba a éstos últimos, hacían mucho ruido. Y precisamente su víctima era de los segundos.

—¿Qué piensas hacer con eso, loca?! —gritaba y se revolvía asustado, como si de verdad intuyera que de esa silla no se levantaría vivo.

—Tan sólo necesito un nombre.

—¡¡Ya te he dicho que no sé de qué me hablas, jodida loca de mierda!! —estaba ya fuera de sí, con la cara llena de sangre por el puñetazo y sin parar de revolverse maniatado a la silla.

Birmania odiaba llegar a esos extremos, le gustaba hacer su trabajo despacio y poder recrearse, pero con este tipo no iba a poder. Le cogió fuerte del antebrazo izquierdo, apoyó el bisturí y le rajó casi hasta el hombro. El tipo rugió de dolor.

—Dame un nombre —El tono de Birmania ya no sonaba tan conciliador; era duro y seco. Se agachó delante de él y lo miró a los ojos, imperante.

—¡¡NO SÉ DE QUÉ COÑO ME HABLAS!! —le empezaba a costar respirar.

En ese mismo instante, Birmania supo que el tipo no duraría demasiado. Estaba perdiendo muchísima sangre. Tendría que apresurarse y conseguir un nombre antes de que muriese.

—Repito: dame un nombre. Dame EL nombre. Sabes tan bien como yo que se están desviando fondos de esa organización para financiar la trata de niñas. —Birmania probó y… el pez picó el anzuelo.

El tipo la miró de repente, con los ojos muy abiertos, como si le hubiera venido de repente un aluvión de vida.

—Yo realmente no sé nada de eso. Yo tan sólo hago mi trabajo, que son las finanzas pero no sé nada más, de verdad… —había cambiado el tono de voz, estaba realmente asustado.

—¿Seguro que no sabes nada? ¿Seguro que no sabes que detrás de esa organización para la que trabajas, se esconde realmente el tráfico de seres humanos? ¿Seguro que no sabes para qué quieren a todos esos niños y niñas? ¿O prefieres que te lo explique yo? —Birmania sonaba realmente amenazante.

—De verdad, por favor… —empezaba a balbucear y a cerrar los ojos. Birmania sabía que quedaba muy muy poco tiempo… tenía que seguir presionando. Dio la estocada final.

—Dame el nombre ahora, ya. —Birmania sacó su pistola y lo apuntó.

—De verdad… no lo sé… no sé nada. Sólo hacía lo que ellos me mandaban —El tipo empezó a llorar.

Birmania tenía que tomar una decisión: matarlo o seguir presionando para conseguir un nombre, pero el tipo no le aguantaría mucho más; calculaba que le quedaba poco para desmayarse. Podía seguir buscando personal que trabajase para la organización, pero los tenían a todos muy protegidos y bien escondidos; encontrar otra persona iba a ser realmente complicado.

Decidió seguir adelante con el plan. Sin mediar palabra, lo miró, le disparó en la pierna y dio media vuelta. Detrás quedó un grito de dolor agudo, un tipo ensangrentado maniatado a una silla y un reguero de sangre. No se preocupó de rematarlo, moriría en unos pocos minutos.

Al salir al exterior el sol la deslumbró, por lo que tuvo que taparse los ojos. Dejando atrás aquella nave industrial abandonada en mitad de la nada, decidió llamar a Veliko.

—¿Ya lo tienes? —su voz neutral sonó al otro lado del móvil.

—Los planes no han salido como lo esperado. El tipo no ha soltado prenda; tendremos que encontrar otra persona que esté dentro de la organización. Tienes que ayudarme a encontrarlo.

—Tendremos que elegir mejor la próxima vez. —dijo Veliko.

—En serio, sólo tú puedes ayudarme. Y sólo yo puedo parar esto. Necesito otro nombre Veliko, uno más. Por favor.

—Es demasiado arriesgado. Tenemos un reguero de varias personas muertas, ¿eres consciente, verdad?

Birmania desesperó. Quería desmantelar aquella organización terrorífica; aquella organización que se encargaba de arrancarle los sueños a todos aquellos niños y niñas inocentes, que soñaban con una vida mejor fuera de sus países, donde sólo había guerra y destrucción. No quería que más niñas pasasen por aquel infierno… Por el infierno que ella pasó. Así que decidió tirarse a la piscina.

—De acuerdo, lo haré yo sola entonces. Iré por libre.

Veliko suspiró al otro lado del móvil. Sabía que con presionarla e intentar dominarla no conseguiría nada. Y todo era muy arriesgado; se jugaban la vida.

—Dame un día, y te conseguiré otro contacto —dijo Veliko.

—Tan sólo un día. Si no sé nada de ti al segundo, iré por libre. E iré con todas las consecuencias —amenazó Birmania.

—Está bien: un día —Veliko calló un segundo— Sabes que no las puedes salvar a todas, ¿verdad?

—¡¡Cállate!! Un día Veliko, ni uno más —y Birmania colgó el móvil.

Fue derecha hacia su moto negra, se puso el caso y arrancó. Atrás dejaba una nave industrial con un tipo ya muerto maniatado a una silla. Esperaba que si los de la organización lo encontraban (que lo encontrarían) entendieran su mensaje: no iba a rendirse.

Mientras se alejaba de aquel lugar le vinieron a la mente recuerdos de su infancia. De su madre, cocinando siempre comida deliciosa; de su padre carpintero trabajando en el taller y de su hermano pequeño, que era un bebé aún, sonriendo en su carrito. Todo era idílico hasta que llegó la guerra; y con ella, la separación de su familia. A su padre lo obligaron a ir al frente, a su madre le quitaron la casa y todo lo que tenía para conseguir financiación para los militares y a su hermano pequeño lo robaron. Lo más probable para convertirlo en un futuro niño soldado; y a ella… No quería volver a recordar. Le dolían más las agresiones y vejaciones a su familia que las que le hacían a ella misma. Pero todo eso acabó cuando apareció en su vida Veliko. Fue como un ángel que apareció de la nada para rescatarla, para sacarla de allí. Le debía mucho. No le gustaba ponerse tan dura con él, pero necesitaba cerrar ese capítulo de su vida; y la única manera de cerrarlo era salvando a todas aquellas niñas que habían secuestrado, maltratado y mutilado.

A todas aquellas niñas que, como a ella, les habían robado la infancia.

Continuará…

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