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Por: Eugenia Ciruela Montañés.

Cada cien años, mi padre, mis hermanos y yo nos hacemos un retrato de familia según el estilo artístico creado por el hombre. Nos gusta vivir en la tierra y, de vez en cuando, ir a nuestros respectivos hogares para mantener el orden.

Normalmente, solíamos posar por separado, haciendo creer a los artesanos y artistas que éramos modelos para sus representaciones pedagógicas y metafóricas. Confirmo que nadie captó mi belleza, no es porque careciera de ella, más bien me sobra, como diría uno de mis hermanos. Tengo claro que nunca me he aburrido con mi familia. Mi padre daba instrucciones estrictas de cómo debían ser nuestros retratos y posados. Ellos no eran conscientes de esas reglas, creían ser originales y revolucionarios a su manera o que sus rezos habían sido escuchados. Otros creían que era gracias a los tratados o sus maestros, pero nunca fue así. Papá es un ser complicado y complejo, por no decir que es un dictador avaricioso. Ninguno de sus hijos se ha atrevido a contradecirle y cuestionarle, excepto uno y el castigo fue una tortura para su alma, si es que alguna vez la tuvo.

Suelo moverme entre las sombras intentando pasar desapercibido y cuando veo los cuadros, los frescos o los mosaicos representándome no me reconozco. Cuando oigo mi nombre y las interpretaciones de mi vida y obra, tengo ganas de gritar ¡Estáis equivocados¡, pero mi padre me tiene prohibido decir la verdad, además de buscar a mi madre y a mi esposa. No sé dónde se encuentran y mi único objetivo es encontrarlas, cuidarlas y vengarlas. Además, él cree que le he perdonado por todo el dolor que me ha provocado a mí y a mis hermanos, especialmente a uno de ellos.

Una mañana estaba conversando con mi hermano favorito en una ermita y recibimos el mensaje de mi padre. Tocaba una siglo más un retrato familiar, pero con un pequeño cambio. Serían dos fotografías. Una vestidos “a la moda” y otra con nuestras formas originales. Mi padre no es divertido, sino frío y calculador y le gusta reírse de sus semejantes. Sus mensajes de amor son tan falsos como él.

Mi hermano y yo fuimos juntos a la dirección indicada y cuando llegamos nos encontramos a mi padre y a mis hermanos, podría decir que éramos una familia numerosa, y entramos en el estudio. Nos sentamos por orden de nacimiento, como siempre era el último, y nos quedamos quietos durante media hora hasta que escuchamos un clic y el humo que salía en el lado izquierdo de la cámara. Cuando pudimos movernos y respirar, nos dolía todo el cuerpo al estar tan quietos y mi dolor en la frente, concretamente en mis cicatrices, aumentaba considerablemente. Así que mi hermano predilecto me dio heroína para calmar el dolor. Desventajas de ser mitad mortal, me decía continuamente. Mi padre nos dio la orden para prepararnos para la segunda foto de familia. Así que mis hermanos se transformaron en los seres celestiales que eran y le salieron alas de color blanco y brillantes. El patriarca se transformó en un Hércules presumido y vanidoso. Uno de mis hermanos sacó a relucir su armadura de oro y plata, incluyendo su casco de marfil y su espada con incrustaciones de piedras preciosas. Mi hermano favorito se sacudió su melena para sacar a relucir sus cuernos puntiagudos, se arrancó su traje y enseñó su cuerpo peludo, sus patas de cabra y sus alas de murciélago. Sonrió de forma burlona y comentó ante todos que por una vez se portaría bien. Así que se quitó los cuernos y apareció unos cabellos rubios y rizados, sus ojos se aclararon hasta llegar a un tono verde esplendoroso y se quitó su cuerpo peludo y sus patas para poder ver su cuerpo musculoso y desnudo con priapismo, pero sus alas seguían siendo negras. Una lástima. Era el mismo que me tentó y no creí lo que me decía. Me arrepiento profundamente no haberle escuchado.

En mi caso mi forma original era la que aparecía en los retratos, el único que no solía disfrazarse. La vida era demasiado dura para mí. Me sentía responsable de cada dolor y sufrimiento que había provocado mis enseñanzas. Soy un peón para mi padre. Pero tengo miedo de acabar como mi hermano y el resto no me transmiten confianza.

El fotógrafo estaba bajo el influjo de mi padre, así que no se extrañó al vernos tan variopintos y nos hizo la fotografía. Papá se quedó con la copia original de este último retrato.

Nos despedimos hasta dentro de cien años y mi hermano y yo sacudimos la cabeza de forma afirmativa. Era nuestra señal de que el cambio comenzaría lo antes posible. Estábamos deseando que el Apocalipsis descrito por mi amigo Juan se hiciera realidad y que fuera la oportunidad idónea para derrocar a nuestro padre.

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