Por: Lehaim
Seguramente muchos habéis leído el cuento de La Sirenita e incluso visto la película, que trata de una sirena que se enamora de un príncipe y desea ser humana para conquistar su corazón. Este cuento, sin embargo, es justo al contrario ya que nos relata las aventuras de Noelia; una preciosa, aventurera e imaginativa niña cuyo mayor deseo es convertirse en sirena para conocer las profundidades marinas y veréis como, cuando se desea algo con fuerza, de alguna manera se hace realidad.
—Noeliaaa —grita a pleno pulmón Jacobo— un niño bajito y mofletudo súper mejor amigo de la niña.
—No grites tanto petardo y menos cuando llegas tarde como siempre.
—Es que…
—Nada de excusas, ya sé que te entretienes con el vuelo de una mosca y vamos a llegar a la playa cuando el sol esté alto y nos achicharremos.
Y sin más discusión, cogidos de la mano, los pequeños con una toalla enorme de rayas multicolores, sobreros de paja y toda la ilusión del mundo en sus corazones, se encaminan trotando hacia la orilla del mar.
Esto es un ritual que cada mañana de verano, muy temprano, Noelia y Jacobo llevan a rajatabla porque el niño también desea convertirse en un pez, un pez globo para más señas porque dice que globo rima con Jacobo y le parece de lo más ocurrente y divertido. Creen que a primera hora de la mañana, si se sientan cerca de la orilla del mar y están muy callados y atentos, con los ojos cerrados, respirando profundamente y con el pensamiento unido en un solo deseo, el Rey Neptuno aparecerá, los convertirá en sirena y pez globo y se los llevará con él a las profundidades marinas sin correr ningún peligro, y por supuesto una vez vivida la aventura, como es un Rey bueno los volverá a dejar como están ahora, sobre la toalla.
De pronto, la brisa se hizo más juguetona y un intenso olor a algas los envolvió. Abrieron los ojos y vieron que las olas suaves y perezosas se habían vuelto más traviesas y juguetonas, luciendo una espectacular melena de espuma blanca. No estaban asustados en absoluto porque sabían que su deseo se iba a cumplir, así que cogiéndose de la mano, esperaron confiados la llegada del Rey Neptuno que lentamente, asomando primero su famoso y real tridente, con paso majestuoso, fue acercándose a ellos. Sin decir ni una palabra humana, se comunicó con los niños haciendo sonar en sus cabecitas sonidos marinos que recordaban al de las olas al romper en la playa y que ellos entendieron perfectamente.
—¿Estáis seguros de querer ser una sirenita y un pez globo y conocer mi reino? —Dijo Neptuno con una gran sonrisa llena de dientes blanquísimos.
—Por supuesto —le respondió Noelia ya que a Jacobo se le había desencajado la mandíbula de la impresión; de todo modos ella no le hubiera permitido ir de protagonista.
Sin mediar más comunicación marinera, los tomó de sus grandes, poderosas y paternales manos y lentamente fueron entrando en el agua donde a medida que se sumergían, las piernas y pies de Noelia desaparecieron transformándose en una espectacular cola de sirena de colores atornasolados; manteniendo de cintura para arriba su aspecto habitual, solamente que ahora llevaba el pecho cubierto por una banda de encaje espumoso con los mismos colores que la cola y su preciosa melena rubia, lucía más larga y rizada. Jacobo por el contrario, había perdido totalmente su forma humana y ahora era un pececillo regordete y mofletudo que movía sus pequeñas aletas y colita de forma bastante descoordinada.
Lentamente fueron descendiendo y ante sus asombrados ojos apareció el paisaje más hermoso que hubieran podido imaginar: Algas verde esmeralda largas rizadas y suaves; caballitos de mar de figura elegante que les guiñaban el ojo al pasar; medusas transparentes que se ponían sobre sus cabezas como si fueran sombrillas acogedoras; gambas, langostinos, cangrejos y todo tipo de mariscos, se colocaron a ambos lados de la regia comitiva haciendo un camino. Clip Clap, las almejas tocaban sus castañuelas nacaradas llenando de música el recorrido y los delfines cantaban dando grandes saltos llenos de piruetas.
De pronto, más adelante, aparecieron un tiburón, una ballena y una orca. Noelia y Jacobo se pegaron al cuerpo de Neptuno con miedo y él volvió a hacer sonar en sus cabecitas sus palabras marinas:
—No temáis, niños, en mi reino, ninguno de sus habitantes es peligroso; aquí se respeta la vida.
—Mira ¡un barco pirata! —dijo Jacobo lleno de entusiasmo.
Se adentraron en él y vieron grandes baúles llenos de objetos valiosos y también una pata de palo y un garfio. Recorrieron el barco sin el menor esfuerzo ya que nadaban estupendamente, deslizándose con rapidez; subieron, sin el menor esfuerzo, al puesto donde el vigía descubría la costa después de muchos días de navegación y gritaba: «¡Tierra a la vista!», regocijando a la tripulación que deseaba pisar suelo firme. Estaba claro que el vigilante de ese barco no había dado la buena noticia.
Empujándolos suavemente, los hizo salir del navío y nadando delante de ellos, los condujo hasta su palacio de nácar y coral donde les presentó a su familia. La Reina era la sirena más hermosa que se pueda imaginar y como él era muy apuesto, sus hijos e hijas eran de una belleza mágica e irreal. Con una amabilidad propia de la realeza bien educada, los llevaron por todas las habitaciones del palacio y los invitaron a una rica merienda con pastelillos y bebidas típicas del reino submarino.
—Ya es hora de volver —dijo Neptuno. Y cogiéndolos de la mano y aleta respectivamente, seguidos de las princesas, príncipes y muchos de los habitantes que habían conocido; amenizados por el castañueleo de las almejas, se encaminaron a la superficie. Conforme iban subiendo Noelia y Jacobo iban recuperando su forma humana.
De pronto, se encontraron sobre la toalla; se miraron con emoción y duda en los ojos, ¿realmente había pasado? Empezaron atropelladamente a hablar de tan fantástica aventura y se dieron cuenta de que era imposible que los dos hubieran vivido lo mismo por muy súper amigos que fueran y desearan cosas similares. A la misma vez, sintieron una mano invisible que les cogía la suya y llevaba al bolsillo donde encontraron, cada uno, un doblón de oro de los que había en el barco pirata y no recordaban haber cogido. Ya no cabía la menor duda, había sucedido; además los dos tenían un ligero olor a mar muy agradable en la piel que deseaban conservar para siempre.
Miraron a la orilla y vieron que las olas habían vuelto a ser mansas y la brisa la misma de las mañanas de verano pero a lo lejos un tridente se sumergía despacito.
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