Por: Nines Mateos
Había una vez en un país muy lejano un niño de nueve años de edad que vivía con una bruja malvada: su madre; y un ogro tontorrón: su padre. El niño no se sentía querido, nada querido, lo cuidaban sus abuelos paternos, ellos sí que le querían. Su abuelo, lo adoraba, después de todos los disgustos que le había dado su hijo, el cielo le recompensaba con ese pequeño nieto que tenía un corazón enorme. El abuelo era bondadoso, tenía tierras y las cultivaba, pero en cuanto tenía tiempo libre salía a buscar a su nieto para jugar con él.
El niño se llamaba León, era muy feliz al lado de su abuelo. A veces, se preguntaba el porqué de que sus padres no le quisieran, pero la falta de cariño de sus progenitores la suplían sus abuelos. León era muy aplicado en los deportes, era muy veloz y ganaba todas las carreras de las comarcas, como deportista encontró buenos amigos que le ayudaron a crecer siendo una gran persona.
Pero un día la bruja malvada, se puso de parto y trajo al mundo a cuatro pequeños enanitos. Al principio León se alegró mucho pero, con el tiempo se dio cuenta de que si antes estaba en segundo plano en la vida de sus padres, ahora ya no tenía plano.
Conforme los pequeños se hacían mayores se iban convirtiendo en marionetas de la bruja, y no perdían la oportunidad de fastidiar a León, y él como era tan buena persona pues ponía, como se suele decir, la otra mejilla…
Los días para León transcurrían tranquilos en la escuela, jugaba con sus amigos, aprendía algo de álgebra, geografía, o ciencias naturales, pero él cuando más disfrutaba era a la hora de la clase de gimnasia. Cuando peor lo pasaba era cuando la bruja conspiraba contra el mundo, era una mujer llena de egoísmo y maldad, que no perdía ocasión para realizar algún conjuro contra quien se interponía en su camino hacia el éxito. Con sus armas engañó al ogro tontorrón para que se casara con ella, y así ella poder heredar todo el patrimonio de la familia.
Un buen día León, paseando por el bosque, dio con una puerta misteriosa enclavada en la roca y cubierta por hojas y, como un buen niño que era, no pudo evitar saciar su curiosidad empujando la puerta a ver si la abría. Para su sorpresa consiguió abrirla, una luz resplandeciente salió de dentro, había unas escaleras empinadas que bajaban hasta un silo muy profundo. Abajo había un montón de habitaciones y un gran salón lleno de libros, cientos, miles de libros, todos descansado en las librerías, deseando ser escogidos para ser leídos. León quedó maravillado, con lo que a él le gustaba leer. Le fascinaba adentrarse en el maravilloso mundo de la literatura, y así evadirse de la vida que le había tocado vivir. Cuando leía podía ser un capitán de barco, o un pirata, o un niño grande como Peter Pan, podía ser feliz, muy feliz, y olvidarse por un ratito de la bruja. Podía escoger a los padres que él quisiera, y por supuesto, elegía siempre a unos padres amorosos y bondadosos.
De repente, de una de las habitaciones empezaron a salir un montón de gnomos vestidos todos con un gorrito azul marino. El más mayor de ellos, con barba y pelo canoso, se dirigió a León y le dijo «cuánto has tardado, te estábamos esperando hace días.»
León se frotó los ojos enérgicamente, no creía lo que estaba viendo, ¿sería otro de sus sueños fantásticos? o quizás las lentejas con chorizo le habían dado indigestión, ni que decir tiene que le encantaban y se había comido más de dos platos. Pero no, eran reales, allí estaban frente a él esos seres diminutos, que ya habían empezado a preparar la mesa llena de viandas y dulces para celebrar su llegada. El gnomo mayor que se llamaba Bene, sacó de una caja un documento con una serie de nombres de niños de todo el reino. Se lo mostró a León, que no entendía nada y le dijo: Esta es la lista de los niños que tendrás que salvar a través de los libros, estos libros son mágicos. Durante años han estado esperando a la persona adecuada para que los leyera y así poder curar a los niños necesitados. Pero he de decirte que curan el alma, recomponen el corazón de los niños que como tú han sido rechazados en el seno materno.
– Qué historia más fascinante, estoy deseando empezar. Pero tengo una duda, ¿Cómo reconoceré a esos niños?
Bene sacó de una bolsa una piedra preciosa de color púrpura, y le dijo:
– Ella te guiará y cuando te encuentres ante el niño necesitado se iluminará. Además llevarás encima el documento con la lista de nombres, cada vez que a través de un libro cures a un niño, su nombre desaparecerá de la lista.
– De acuerdo, ¿Cuándo puedo empezar mi labor?
– Mañana al acabar la escuela vuelves y te daremos las instrucciones a seguir. Ahora vete a casa, que ya se hace de noche, y recuerda esto: nadie, absolutamente nadie lo puede saber. Y mucho menos la bruja, porque si cayera en sus manos la piedra preciosa la utilizaría para continuar haciendo el mal.
León regresó a su casa, con muchas ganas de empezar al día siguiente su cometido, un cometido que se intuía muy especial pero que no estaría exento de peligros. No llegó muy pronto a casa pero bueno a sus padres les daba igual, bastante tenían con ocuparse de los cuatro enanitos insoportables, además su padre vagaba por los campos del abuelo, ayudando en la faena, y la madre adiestraba en la maldad cada día a los pequeños.
Se metió en su cama con los ojos abiertos como platos, intentaba no quedarse dormido para no olvidarse de nada de lo que había sucedido, por primera vez León se sintió importante, sintió que él había nacido para hacer algo grande en la vida.
Llegó el primer día de su nueva vida, León al salir de la escuela, corrió sin parar para no perder ni un minuto a ver a sus nuevos amigos, estaba ansioso por empezar.
Bene le estaba esperando, le proporcionó el primer libro para el primer niño. En la portada del libro estaban escritos los datos del niño. Los primeros niños a los que tendría que curar el alma y el corazón eran los menos desfavorecidos y los del final de la lista los más necesitados. Además los menos necesitados vivían en poblaciones cercanas y sin embargo, para ir a curar a los más desfavorecidos, tendría que viajar lejos, cuando ya estuviera preparado. El primer niño era un niño que vivía muy cerca de León, al lado del río, y que únicamente se sentía triste porque su maestra no le tenía en consideración en la clase. León se dirigió a buscarle, por supuesto con su libro mágico en la mano, y al acercarse al niño la piedra se tornó con una luz potente, supo así León que se encontraba frente a su primera misión.
A esa primera misión se unieron muchas más, León cada día era más feliz pudiendo ayudar a los demás, se sentía útil. Por supuesto nadie sabía de sus hazañas excepto los gnomos. La bruja mandó a uno de sus enanitos a seguir a León al salir de la escuela. Por suerte vio como su hermano le seguía, y cambió el rumbo que llevaba, se fue a un páramo y se puso a pescar, el enanito aburrido se fue a casa. La bruja le preguntó si había averiguado qué tramaba León pero él le dijo que estuvo toda la tarde pescando, esa respuesta no le gustó nada y dejó esa noche al enanito sin cenar.
Al día siguiente fue a la cueva de sus amigos a ver a Bene, le contó lo sucedido la tarde anterior, le dio la solución una capa de invisibilidad y unos zapatos mágicos que no dejaban huellas en la tierra, de esa manera León podía ir y venir sin ser visto a cada una de sus misiones. León creció, encontró a una bella acompañante y nunca dejó de ayudar a los demás. Recorrió lugares muy lejanos, para ir repartiendo felicidad por dondequiera que iba, afortunadamente nunca volvió a ver a la bruja malvada que, según cuentan las malas lenguas, se ahogó en su propio odio. No os olvidéis de leer, de leer mucho, con los libros viviréis miles de aventuras.
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