El Regalo

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El Regalo

Por Debedea

Pablo y Fabián asistían a la misma clase y los dos miraron al mismo tiempo sus relojes; faltaban tan sólo cinco minutos para que el timbre indicara el final de la última asignatura de la mañana. Los dos hermanos estaban eufóricos por llegar a casa. Allí les estaba esperando alguien muy especial, Danko un cachorro de perro labrador de tres meses, muy juguetón y espabilado, que su tío Felipe les había regalado. Tenía unos grandes ojos marrones y su pelo era de color negro azabache, pero había puesto como única condición que siempre cuidarían de él, Pablo y Fabián así se lo habían prometido.

Fabián echó una carrera a Pablo del colegio hasta casa, le ganó con diferencia. Estrepitosamente los chavales entraron en la vivienda y allí estaba el perrito, en el patio trasero mordisqueando algunos juguetes y hecho un ovillo sobre una manta. Los chicos empezaron a hacerle carantoñas y como era viernes disponían de todo el fin de semana para enseñarle algunas cosas.

Cada día la familia tenía por costumbre ir a desayunar en un bar situado en la calle principal, del pueblo, junto a un pequeño torrente no muy lejos de donde vivían, era sábado y fueron como todos los días. El padre hizo la comanda al camarero.

– Por favor, tráiganos un café, un cortado, dos batidos de chocolate y unas ensaimadas. En pocos minutos el desayuno estaba sobre la mesa. María, la dueña del bar se acercó a Danko y dijo:

– Qué perrito más guapo ¿Cómo te llamas?

A lo que los niños respondieron al unísono – ¡Danko¡ ¡Danko! se llama Danko.

– Bien Danko, tengo una ensaimada también para ti – El perro la olió y con cierto reparo le dio un mordisco, le gustó tanto que al comérsela casi se atragantó, lo que provocó las risas de los niños.

Siguieron acudiendo a diario al bar durante mucho tiempo, pero pasaron los años y los dos hermanos tuvieron que irse a estudiar al extranjero, sus padres ya no podían hacerse cargo del perro. El padre, que de vez en cuando colaboraba con el refugio de animales, buscó un hogar para Danko; fue adiestrado como perro guía de Marta, una joven invidente de nacimiento, enseguida se adaptó a su nueva familia. Vivían en una urbanización de calles muy anchas y pintorescas casitas. Como era habitual a Marta le gustaba salir a pasear con su perro antes de irse a la facultad a primera hora de la mañana, que era como si un estallido de aromas irrumpiera en la rutina diaria. Tenía la sensación de que a estas horas todo era mucho más fácil de percibir que en cualquier otro momento del día; la ciudad aún estaba semidormida y los detalles más insignificantes parecían cobrar mayor intensidad. Iniciaron el paseo, pero sin darse cuenta se alejaron demasiado. Marta notó que el perro estaba algo alterado y no respondía a sus órdenes, sujetaba el asa de metal de la correa con suavidad, para controlar adecuadamente los movimientos del animal y evitar así la excesiva tensión.

– Danko ¿Qué te pasa? – el perro tiraba de ella con fuerza – Danko ¿Qué ocurre bonito?.

Danko empezaba a ladrar cada vez más fuerte, hasta que Marta oyó una voz:

– Danko cariño, ¿eres tú? – el perro movió la cola enérgicamente, se paró justo en la entrada del bar, de aquel bar, al que había ido a desayunar tantas veces con Pablo y Fabián de pequeños. Se soltó del arnés, el vínculo físico que lo unía a Marta y entró en busca de las caricias de María. Entonces María ayudó a Marta a sentarse en una mesa mientras le servía un café, cogió una ensaimada de la bandeja que había detrás de la barra y le gritó al perro.

– ¡ Cógela Danko !

Danko la pilló al vuelo se la zampó de un solo bocado. No paraba de mover la cola lamiendo la mano de María que cariñosamente le acariciaba. María se dirigió a Marta, le contaré una historia dijo:

– Este perro, cuando era muy pequeñito, venía con sus antiguos dueños a desayunar, yo lo acostumbré, diariamente le daba una ensaimada pero un buen día dejó de venir. Me enteré de que se fue a vivir muy lejos de aquí con otra familia y le perdí la pista, hasta que hoy sorprendentemente después de muchos años ha vuelto. Algo le ha hecho recordar, y ha regresado a por su ensaimada, es un perro muy inteligente y agradecido. Señorita, tiene mucha suerte al ser ahora usted su dueña. Los perros, dijo María, a veces son mejores que algunas personas.

Marta se quedó sorprendida con aquel relato que acababa de escuchar y respondió:

– Tiene razón señora, un perro jamás te fallará, son leales hasta el final.

Marta y Danko se despidieron de María.

Gracias por el café y sobre todo, por esta historia tan bonita.Adiós.

– Hasta mañana Danko – dijo María.

Danko, a partir de entonces, siguió regresando cada día acompañado de Marta a tomar su desayuno.

Gracias a la sorpresa que el tío Felipe les dio a sus sobrinos ahora Danko está con María.

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