Cuéntame un Cuento

Inicio / Infantiles / Cuéntame un Cuento

Cuéntame un Cuento

Por: Alma Buruki

Dicen los sabios ancestros, que en aquel lugar misterioso y legendario, se esconden cientos de historias encantadas, que sólo los elegidos pueden ver. Aquella isla, nacida de entre las aguas, en el medio de aquel pueblo de costa, pone un punto y aparte a la tradicional historia que se cuenta y canta en los libros más leídos.

Los habitantes influidos por las mareas, y los hechizos de la luna. Cada estrella, era un alma errante que vivía para siempre en sus corazones y en el más inmenso de los infinitos.

Dicen los abuelos del lugar, que todavía pueden sentir el influjo de la mar poderosa en sus venas.

Estas se hinchan bombeando más apresuradamente su propia sangre, cuando el calor azota con viento de levante amenazando Siroco.

Pues bien, allí mismo, vivía la pequeña Celia que, ajena a todas estas historias por unánime decisión familiar, visitaba todos los días ese lugar maravilloso. Una verja negra con un gran candado, la separaban de aquel laberinto. Intentaba colarse entre los barrotes pero le era imposible. Lo mismo le ocurría al intentar treparla. De esta manera, decidió, bajar las peligrosas rocas, bordeando así toda la isla hasta llegar a una de las playas escondidas, en la cual guardaba su gran tesoro.

Su familia era campesina, bajaban a diario al pueblo a llevar a Celia a su colegio, pero ésta aprovechaba cada ocasión para escapar a su paraíso. Su tesoro, el cual guardaba con cautela, no eran más que conchas arrastradas a la orilla por la cruel marea, eso si, no eran simples conchas, eran las mejores. Las recogía cada día con paciencia, para hacerle a su mamá un collar, una pulsera y un vestido de corales, ya que su cumpleaños estaba cerca, y ni ella ni nadie de su familia, tenían dinero para regalarle nada, a aquella mujer que era significativa en sus vidas.

Celia pasaba las horas en aquella gruta, cosiendo con hilo de plata aquellos diminutos corales y conchas a modo de bisutería.
Al caer la tarde, corría hasta la puerta del Castillo donde sus padres la recogían, tras correr más de dos kilómetros para llegar a tiempo…

Cada mañana despertaba con la ilusión de no ser vista, de que nadie descubriera su secreto y ahorrarse la reprimenda de su familia. Aquel día llovía con fuerza y Celia no sabía qué hacer. Una semana, la separaba de aquel día especial y aún le quedaba demasiado. Sin pensarlo, se aventuró a cruzar aquella marea desatada, arriesgando su propia vida.

Al llegar a la gruta, sintió una presencia extraña, algo que jamás había experimentado. Se sentía acompañada pero no veía la presencia de nadie. No sintió miedo, permaneció tranquila unos minutos, sentada en el suelo, con el vestido de corales extendido sobre sus piernas. Trataba de enhebrar la aguja con esmero, cuando al mirar la cabeza de ésta, percató la presencia de una mariposa diminuta, la cual resplandecía por segundos, sin dejar de batir sus alas…

Quedó maravillada, no supo qué hacer ni qué decir. Realmente, no se trataba de una mariposa, sino de un hada del agua, la cual le habló desde el corazón.

El hada permaneció horas haciéndole compañía y observando su ardua tarea. Al caer el sol, secó las lágrimas de Celia, apenada por no poder terminar su obra, ya que el fin de semana, no tenía colegio y no bajaría al pueblo.

Pixie, su hada protectora no dijo nada, tan solo se posó en su hombro y le acompañó todo el camino de vuelta hasta llegar a aquel puente pasadizo que separa la Isla del pueblo. Allí, sin dar explicaciones la abandonó.

Las hadas del agua, no podían pasar ese camino según cuenta la leyenda, pues su labor es cuidar de los barcos que pasan por allí y de las barcas marineras que arriban a puerto…

El mismo lunes, Celia corrió a recoger su regalo inacabado. Cual fue su sorpresa, cuando encontró un vestido perfectamente terminado con los corales convertidos en plata y oro fino bañados con purpurina, propio de una princesa encantada. La pulsera y el colgante, se convirtieron en ébano y marfil maravillosamente tallados. El anillo, una piedra de turquesa engarzada con diamantes. Todo ello, estaba envuelto en papelillo y serpentinas, listo para ser regalado.

Celia no entendía bien lo que allí estaba pasando, pero una voz interior la invitó a recoger las cosas y marchar ilusionada a casa… Su familia no quedó extrañada ante tal irreal regalo. Comprendían perfectamente lo que había ocurrido, aunque no tuvieron el valor de preguntar ni mencionar nada…

Hoy día, Celia cuenta con numerosas obras literarias acerca de este tipo de seres, y se afana en obras sociales para niños necesitados, siendo su mayor regalo hacia ellos, una sonrisa, un abrazo, y un buen cuento a la hora de dormir.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies