Club para Salvar el Mundo

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Club para Salvar el Mundo

Por: Rosalía

Me llamo Nerea, tengo nueve años, y la semana pasada creé un club para salvar el mundo.

Sí, ya sé qué estáis pensando: que tan solo soy una niña, y que las personas bajitas como yo no podemos hacer nada.

Os diré una cosa: os equivocáis.

Todo empezó antes de Navidad, cuando el río se desbordó después de un montón de días lloviendo. Yo estaba merendando en la cocina de casa de los abuelos cuando escuché una conversación entre ellos.

—Ay, María, estas lluvias no son normales. Al final va a ser cierto lo que dicen en la televisión del cambio climático ese…

Ella se acercó y le besó en la calva —los mayores a veces hacen cosas raras— y le contestó algo que me dejó preocupada.

—Sí, Antonio. Nosotros seguramente nos libraremos, pero los chicos…

Chupándome la crema que el pastel de la abuela había dejado en mis dedos, me acerqué a ellos.

—¿De qué no me voy a librar? —les pregunté.

Me miraron sorprendidos, y luego se hicieron los locos, como siempre que les pregunto algo que no quieren contar.

—De nada, cariño —dijeron ambos a la vez—. Cosas de mayores.

Y como ya sabía yo que no les iba a sacar ni una palabra más, al llegar a casa me metí en internet —en casa de los abuelos no hay— y busqué “cambio climático”.

¡Madre mía, la de cosas terribles que podrían ocurrir si no lo frenábamos a tiempo! La verdad es que me asusté, aunque mami siempre dice que soy muy valiente.

Para empezar, haría más calor, y eso traería enfermedades e incendios forestales; además, las lluvias serían súper bestias, en plan tormenta, pero al mismo tiempo en algunos sitios no caería ni una gota; con el calor, el hielo de los polos —el norte y el sur, no los de cucurucho— se derretiría y subiría el nivel del mar, y entonces se inundaría para siempre la playa de Benidorm ¡y todas las demás!; con las sequías se morirían las cosechas, y la gente no tendría qué comer y…¡eso sí que es un problema de los gordos! Después de todo, se puede vivir sin ir de vacaciones a la playa, pero no sin comida.

Total, que después del susto me puse a buscar soluciones, que os voy a contar por si no las conocéis.

Para empezar, hay que reciclar, o mejor aún, producir menos basura, sobre todo plásticos, porque van a parar al mar, se los comen los peces, y al final acaban en nuestra barriga cuando papi hace merluza —por ejemplo— para cenar.

Lo segundo: hay que dejar de contaminar y ensuciar el aire. ¿Cómo? Pues muy fácil: yendo menos en coche. Puedes ir en bici, patinete, autobús, o ¡caminando! Ah, y la comida tiene que ser “de proximidad”. Eso significa que la hayan traído de cerca, no que venga en barco desde otro continente porque eso contamina mucho.

Y, por último, pero muy importante: hay que convencer a más gente de que lo haga. Por eso he creado el club. De momento, ya forman parte de él Raúl, Sara, Diego y Paula. Nuestra misión es convencer cada día a una persona, y que esa persona convenza cada día a otra más. Y así, hasta el infinito.

En fin, ya que a los mayores no parece preocuparles mucho esto del cambio climático porque igual se mueren antes de que llegue, no nos queda más remedio que pararlo, niños y niñas del mundo. ¡Para que luego digan que la muchachada no podemos hacer nada! Y aunque no os conozca de nada, os invito a formar parte de este club para salvar el mundo.

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