Un Buen Día a Pesar de Todo

Inicio / de Humor / Un Buen Día a Pesar de Todo

Un Buen Día a Pesar de Todo

Por: Juan Jose Velacoracho

Eran las 7 de la mañana, tras una larga noche de insomnio intermitente, por fin algo de claridad entró por la ventana. Digo claridad porque no tengo claro lo que era. Negros nubarrones cubrían el cielo y el viento soplaba con más fuerza de la deseada para un día “normal”.

Abandoné la cama buscando el suelo y al intentar encontrar las zapatillas, por supuesto sin mirar, noté el contacto caliente, suave y viscoso de algo que unas horas antes había estado reposando en el intestino de mi mastín, al que por cierto no alimentaba con pienso. Di un salto y al caer, mi dedo meñique se dobló produciéndome un terrible dolor. Rápidamente y cojeando me dirigí al baño para abrir el grifo y comprobar que por la boca del tubo salía solamente ruido y aire, pero nada de agua. El día se arreglaba.

Me sobrepuse como pude, hice de tripas corazón y con ayuda de un paquete de toallitas, eliminé de los pies las evidencias del regalito canino, no así del suelo del dormitorio porque se me acabaron las toallitas. Me armé de valor y abandoné la estancia en busca de un reconfortante café.

Encendí la cafetera de capsulitas y al hacerlo, algo hizo contacto y pegó un pedo, un ligero olor a cable quemado inundó el ambiente. A grandes males grandes remedios, me haré un café soluble – dije. Llené de agua un vaso, lo introduje en el microondas y programé un minuto de tiempo, es el que proporciona a “mi” agua la temperatura ideal. Pasado el minuto saqué el vaso y me quemé, no podía ser de otra manera, el programador se había estropeado y el agua tenía la temperatura ideal para escaldar un pollo o derretir un glaciar. Lancé el vaso hacia arriba y el agua, a modo de lluvia ácida calló sobre mi cabeza al tiempo que el vidrio madre, el vaso, golpeaba el suelo y se convertía en miles de vasitos. Di un acrobático salto sorprendido por lo ocurrido y, al tomar contacto uno de mis pies, con la superficie solar (del suelo), un cristal descontrolado y agresivo se introdujo en mi carne plantar produciéndome un horrible dolor a mí y un bonito color rojo al parqué de la cocina. Como era de esperar en un día tan aciago, el pie accidentado era el compañero de aquel otro en donde se encontraba enclavado el dedo meñique magullado minutos antes. La sangre se mezcló con un líquido amarillento que desprendía un fuerte olor a urea, por supuesto lo primero que pensé era que aquel liquido había formado parte, horas antes, del contenido de la vejiga de mi perro, pero me equivoqué, era mío, me había meado sin darme cuenta, cuando fui al baño olvidé miccionar y el diurético que tomo para controlar la hipertensión, actuó por cuenta propia y no empatizó con los avatares que aquella mañana estaban alterando mi rutina diaria. Aún soy joven y suelo controlar todos los esfínteres, pero no fue así aquella vez.

Así pues, a la mierda el café soluble, a la mierda el pijama (o mejor a la lavadora) y a la mierda la madre que me parió.

Sin saber por qué, me invadió una mezcla de rabia y tristeza que no parecían maridar muy bien. Me senté en el suelo. Mojado y maloliente el suelo y yo, apoyé la cabeza en la puerta de la nevera y lloré al tiempo que gritaba “Animal”, nombre con el que en una ceremonia laica bautice a mi mejor amigo cuando era un cachorrillo, – debí haberle llamado mastín incontinente-. El noble animal acudió rápidamente y con su lengua de cincuenta centímetros, lamió mis lágrimas al tiempo que lavaba el resto de mi cara. Me dio un poquillo de asco, sobre todo porque le olía mal el aliento a causa de una caries canina y además, la temperatura de su saliva no era muy refrescante. Me abracé a él y rodamos juntos por toda la cocina, me clavé varios cristales más en la espalda al tiempo que parte de los setenta quilos de can cayeron a plomo sobre el meñique accidentado. Grité como un animal herido gritaría si fuera una persona y no un animal. Adopté una ridícula postura que recordaba a una grulla y que según decían relajaba un montón, a decir verdad, a mí no me relajó en absoluto, todo lo contrario, ya que incrustó más el cristal en mi dolorida superficie plantar.

Como no parecía que este fuera mi día, decidí no acudir a la entrevista de trabajo que tenía concertada para dos horas después. Luego, me puse a meditar durante tres minutos, hice los ejercicios respiratorios recomendados para sustituir a los ansiolíticos y acto seguido me dirigí al baño en busca de mis gafas, sin darme cuenta de que las llevaba puestas. Hacía dos años que mi visión de la realidad pasaba por el filtro de unas lentes negras que me colocó el destino cuando me despidieron del trabajo y me abandonó mi mujer para irse a vivir con mi mejor amigo, todo un clásico. Como tenía los ojos muy sensibles y pensaba salir a la calle busqué mis gafas de sol, por supuesto negras. En un momento de inspiración eché mano de un trozo de papel celofán color verde esperanza y con él confeccioné una funda para los cristales de mis binoculares solares. Aunque el resultado obtenido no fue, estéticamente hablando, para tirar cohetes, sí fue satisfactorio en otro sentido más espiritual y práctico. Tras depositarlas sobre mis orejas y nariz, y sin saber por qué, me invadió una paz y adquirí una nitidez visual hasta ahora desconocidas y más propias del nirvana que de este mundo terrenal. Todo lo veía color verde y sin distorsiones aparentes. Ese estímulo visual conectó con alguna parte de mi cerebro para fabricar una buena cantidad de endorfinas y serotonina que hicieron que me sintiera bien, más que bien, me sentía feliz por primera vez desde hacía mucho tiempo. Con voz suave y melódica llamé a mi compañero canino, Animal acudió en seguida. Sin decir ni guau, lamió mis heridas dorsales y perniles y éstas cicatrizaron instantáneamente. Introduje mi meñique lastimado en su bocaza y con un cuidado exquisito lo colocó en el espacio interdental entre un incisivo y un canino de la parte inferior derecha de su dentadura y con una torsión buco dedil propia de un fisioterapeuta experimentado consiguió reparar el desaguisado óseo. El huesecillo se colocó en su lugar y desapareció el dolor. Con el hueso reparado y las heridas cicatrizadas me sentía otro, ya no veía las cosas tan negras, ignoro si era debido al color verde del celofán o a la rayita de coca que introduje en mis fosas nasales para aliviar el dolor y complementar el efecto analgésico y estimulante de las endorfinas. Lo de la coca es algo que olvidé mencionar anteriormente, no sé por qué. Luego, abrí el armario donde guardo mi ropa deportiva y me disfracé de runner. Miré hacia el espejo y me gustó lo que vi, me sentía como debió sentirse el hijo del viento cuando Eolo le regaló su primera ropa deportiva allá por el siglo XXIII a.c. Animal movió el rabo y la cabeza en señal de aprobación. Nos miramos un instante y acto seguido salimos a la calle para dar un paseo.

Atravesábamos un pinar cercano cuando unos gritos de socorro llegaron a nuestros oídos. Salimos corriendo en la dirección de procedencia de los gritos y llegamos justo a tiempo de impedir que un par de malhechores despojaran de sus ropas y pertenencias económicas a una señora de mediana edad y de muy buen ver. Los presuntos delincuentes al ver como un enorme perro corría hacia ellos ladrando de forma escandalosa, acompañado en su carrera por un atlético señor con gafas verdes, salieron corriendo sin llevarse ningún botín, la señora calzaba zapato plano y no debió ser de su agrado. Nos acercamos a la dama y ella sin decir palabra se abalanzó sobre mí y me planto un par de sonoros besos en cada mejilla al tiempo que acariciaba la cabeza de mi perro. Tras hacer las oportunas presentaciones y recibir innumerables palabras de agradecimiento, la señora colgó sus brazos de mi cuello y me comió los morros con exquisitez al tiempo que me llamaba héroe.

La fortuna parecía sonreírme, resulta que la atractiva mujer era la propietaria de un banco, varias inmobiliarias, una naviera, una cadena de hamburgueserías e innumerables pozos petrolíferos. Y por si fuera poco acababa de divorciarse tras dejar a su esposo con una mano atrás y otra delante, los abogados habían hecho su trabajo y la infidelidad del susodicho esposo le había salido cara. Como digo, era una mujer libre y liberal a mas no poder, prueba de ello es que me pidió en matrimonio sin hacer preguntas y por si fuera poco prometiéndome que no haríamos separación de bienes. Como podéis imaginar dije que sí.

Días después, instalado en mi despacho de quinientos metros cuadrados tuve conocimiento de que el autobús que pensaba coger para dirigirme a la entrevista de trabajo, a la hora exacta en que yo lo habría tomado, tuvo un accidente y murieron todos sus ocupantes. Por si esto fuera poco, las oficinas en donde se realizaba la entrevista de trabajo sufrieron un ataque terrorista y murieron todos los que allí se encontraban, incluyendo al propietario del chaleco bomba, al responsable de selección de personal y a todos los que optaban al puesto de trabajo ofertado.

Hay que joderse lo que cambian las cosas por el solo hecho de revestir la negra superficie de unas gafas con un simple papel de celofán de color verde esperanza.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies