Entre Bambalinas

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Entre Bambalinas

Por: Tormenta

El teléfono sonó con una de esas odiosas cancioncillas que se introducen en tu cerebro y te hacen desear el mal a las personas. Decidí apretar el botón de recibir llamada casi más por evitar que la melodía demoníaca continuara taladrando la escasa bondad que quedaba en mí que por responder a nadie.

Una voz alegre gritaba al otro lado del celular y yo le deseé mucho mal, pero aún así continuó su incesante parloteo.

—¿Rob? Rob, tío, qué ilusión hablar contigo. —Era Laju. Si tanta ilusión le hacía hablar conmigo no entendía por qué habían transcurrido dos meses desde la última vez que me llamó. Seguramente el muy ladino querría algo de mí—. Mira, tío, tenemos una actuación y en el primero que hemos pensado es en ti.

Laju era una de esas jóvenes promesas de la magia a las que todo les salía bien. Yo le odiaba especialmente. Era alto, bien parecido y encandilaba al público con su sonrisa de vendedor de coches. Y el muy mamón nunca sudaba en el escenario. Eso era una especie de don divino por el que yo hubiera ofrecido sacrificios humanos. De hecho, pensaba en esos momentos, hubiera sacrificado a más de uno sin recibir nada a cambio. Así de generoso era Rob.

—¿En mí? Diantres, ni siquiera yo pienso en mí el primero cuando hay una actuación a la vista.

Una encantadora risa se escuchó antes de que Laju se aclarara la garganta –Ahh… Rob, tú y tus bromas. Todos te admiramos una barbaridad, y estaríamos encantados de tenerte a nuestro lado en la siguiente gala.

—Hum… ¿Y cuándo es? —La gente no solía halagarme muy a menudo y a mí me encantaban los halagos. De hecho, cuando iba al aeropuerto, nunca desperdiciaba la oportunidad de que un comercial de tarjetas de crédito me dorara la píldora.

La voz al otro lado tardó unos segundo es contestar: —En dos horas.

—Demonios, Laju, siempre me hacéis lo mismo. Os ha fallado alguien, seguro.

—No… Bueno, sí. Kenen el Magnífico se quemó el pelo el otro día haciendo el truco de la tostadora espiritista.

—No fastidies. —Kenen el Magnífico jamás hacía un truco que no fuera de cartas. Trabajó en Correos muchos años y eso debió marcarle. Seguramente, para él, hacer el truco de la tostadora espiritista había sido todo un reto… Y había fallado. Que se jorobe,
pensé, uno menos para la competencia—. Cuánto lo siento, tío, con lo majo que es.

—Sí, una lástima, ya no podrá hacer el juego de la carta en el pelo.

—Por cierto, ¿Cómo puñetas se pudo quemar el pelo? El juego se hace con la tostadora desenchufada.

—Ya, pero él quería añadir una vuelta de tuerca al juego. Estaban sus sobrinos y quería sorprenderles.

—Probablemente les sorprendió —mascullé divertido. Laju me rio la gracia, pero más por compromiso y por agradarme que porque mi humor le gustase. Se le notaba tenso.

—Bueno, con respecto a lo de hoy…

—¿Quiénes vais?

—Vamos El Gran Guadaña, Anodín el Calvo, tú, y yo, por supuesto. Te adelanto que no puedes hacer trucos de cartas, ni de animales, ni de cuerdas, ni de bolitas, ni de pañuelos, ni de mentalismo. Ah, y monedas tampoco, voy hacer el gag de la moneda
que salpica.

—Cielos ¿la moneda que salpica? Pero si ese truco es de séptimo nivel. —Menudo tío repugnante, pensé.

—Sí, he estado practicando ¿sabes? No es tan difícil, los profesores Mudini y Copperlich me invitaron a su casa para enseñármelo. Por cierto, tío, deberías seguir en la escuela de magia. Te echamos muchísimo de menos. Desde que te fuiste y perdieron los ingresos de tu matrícula no hay para material… Nos dan una varita para cada dos.

—Ya veo… ¿Y entonces qué puñetas queréis que haga en el espectáculo? ¿Que baile una sardana y dé palmas? No me habéis dejado nada para hacer.

—No sé, tío. Sal ahí con tu nariz de payaso y tu sombrero y ya se te ocurrirá algo. A los niños les gusta.

—Ah ¿Hay niños? Bueno, eso me tranquiliza más. Entonces acepto. Os veo donde siempre en media hora. ¡Salgo ya!

—Bueno, en realidad no sé si hay niños…

Pero claro, yo nunca llegué a escuchar la contestación de Laju. O puede que él nunca dijera esas palabras. Yo había agarrado mi sombrero y mi maletín y salía por la puerta precipitadamente.

Añadiría a mi relato que a la asociación de veteranos de La Armada no le entusiasmó demasiado mi actuación infantil.

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