Cruel

Cruel

Por: Jacky Tara

No soy una belleza pero tengo mi encanto. No tengo piernas interminables ni ojos azules, pero no creo que nadie se pueda resistir a mi mirada. Penetrante, como la llamaron muchas veces… Me he acostumbrado a que por allá por donde vaya la mayoría se giran detrás de mí.

Los hombres me piropean, las mujeres me examinan, incluso los niños me sonríen… No he visto ninguna mirada indiferente hasta ahora, aunque no lo comprendo, ya que yo no veo nada especial en el espejo. Y menos ahora… He estado con cientos de hombres, incluso dejé de contar en algún momento. Algunos se divorciaron por mi, otros intentaron suicidarse… Gente con la mente tan débil yo no podría llamarles hombres! Pero no me atraía su naturaleza. Lo único que sacaba de ellos era sexo: sudor, desembocada pasión, sábanas y dignidades deshechas, extraía sus fuerzas hasta la última gota, nada era capaz de pararme. Cuantos eran en realidad…Tengo que recordar.

Me gustaba provocarles, usando mi manera de vestir, gestos y comportamiento para hacer que me deseen, no era nada difícil. Minutos mas tarde mi cuerpo temblaba en sus manos les regalaba las caricias más dulces que jamás habían tenido. Y se enamoraban, como tontos…

Me acuerdo una vez, que un amigo me aconsejó hacerlo por dinero, podría hacerme muy rica. Y lo intenté: Me coloqué en una calle céntrica de una ciudad muy grande y tenía razón – en una noche lo hice por lo menos con treinta. La noche siguiente repetí y así una semana entera. La cantidad que gané no me hacía falta, para mí no era dinero ganado, la satisfacción era mi verdadero sueldo, era lo que necesitaba. Pasé al lado de un mendigo y solté el fajo de billetes en su cajita, con eso terminó una etapa de mi vida…

También he estado con menores, pobrecitos…Tan ansiosos e impacientes, examinando y tocándote por todas partes, pero insaciables. Los orgasmos mas intensos que he tenido han sido precisamente con ellos. Además tenía bastante por enseñarles…

Me gustaba salir sola por los bares nocturnos, empezaba con un Martini en la barra y siempre me liaba con alguien en los servicios. Al salir rompía sus números de teléfono, no quería repetir con la misma persona, no tenía sentido. Un tío al que he vaciado hasta el fondo para mí era como un libro leído, ya sabía qué era lo que me esperaba.

Por otro lado soy una mujer inteligente, con varios idiomas, titulada en económicas y derecho. Mi madre me preparaba para abogado y mi padre para cirujano, todos los días estaba entre salas y juicios, de día defendiendo tesis variadas y de noche…bailaba. Los bailes eran mi pasión verdadera, me expresaba en la barra vertical gracias a mi todavía bien reservado cuerpo. Pagaban por mí, se peleaban, se disparaban, me ofrecían matrimonios en el extranjero…

A veces me iba golpeada llena de moratones pero siempre volvía, mi amor por el baile era demasiado fuerte. Pero todo ha quedado ahí, atrás en el tiempo. Ahora solo me preocupa a cuántos mas podría cepillarme. Seguro que no muchos…

Hmmm… Algunos se preguntarán si estoy bien de la cabeza. Por qué lo hacía…Yo tampoco lo sé bien, no puedo pensar. Mi vida ha pasado muy rápido, sobre todo en los últimos fatales ocho años, saltando de cama en cama, regalando placer, no me ha quedado tiempo para razonamientos. ¿Venganza quizás? Podrían haberme ahorrado la mala noticia…

Tampoco tengo amigos. Desde que me diagnosticaron aquello los eché a todos. Para qué preocuparles con lo mío, no necesitan saber que me voy lentamente. Para algunos quizás es demasiado tarde. Ya que no recuerdo de si me he tirado al novio de alguna amiga, todo es posible. El virus ya está bastante extendido por todas partes…

La guardo solo a ella – mi amiga de la infancia, he huido al extranjero para hacerlo. Ella me ha seguido y por eso aquí no me he acostado con nadie para que esté en un lugar seguro. La quería más que a nada en este mundo y quería alejarla de esta enfermedad tan cruel. Sabía que aún es virgen, ella deseaba llegar limpia al altar, se lo había prometido a sus padres ya fallecidos. Desde que se enteró, que tengo el SIDA, ya hace ocho años que le tengo prohibido que me toque, hablamos solo a distancia.

Venía a verme cada día a esta estúpida habitación del hospital, donde todos hablan un idioma extranjero. Si… Ahora también oigo su voz, pero no puedo abrir los ojos… La oigo lloriquear, a lo mejor hoy ya le han dicho la mala noticia.

Noto cómo se acerca a mi cama y me abraza. Me besa…Tantos años he deseado sentir el calor de sus labios sobre mi frente y ahora ni siquiera puedo moverme. Me parece que ya es hora de que me vaya.

Pone algo en mi mano y la aprieta.

– Te traigo una rosa, de nuestro país. Para que esté contigo en tu última hora. Yo también me quedaré…

Aprieto la flor con mis ultimas fuerzas y me parece que un chorro se desliza entre sus pétalos. Noto mi cuerpo sin gravedad, tan ligero y etéreo que no puedo evitar que se levante por encima de la cama. Desde aquí arriba veo cómo un grupo de médicos se juntan enseguida a mi cama, en la que reposa mi delgado cuerpo sin vida.

Ella, mi amiga, aprieta mi mano salpicada de sangre junto con la rosa.

Lo ultimo que escuché, antes de abandonar la habitación fue: ¡AY! – pronunciado por ella, al pincharse en uno de los pinchos de la rosa ensangrentada…

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