La Estación

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La Estación

Por: Isabel García Noguera

Relato corto: La Estación

EN LA ESTACIÓN NO HAY NADIE. Casi nunca hay nadie. Sólo yo espero el tren de las 6:45 AM. Aquí, los trenes pasan por si las moscas pero ellas tampoco se suben. Y no se suben porque saben que no llegarían a ninguna parte, que estos trenes perdieron sus destinos en las vías de un pasado nada perfecto. Es por eso que nunca sube nadie. Casi nunca.

Me siento en un banco duro y fumo. Mi aliento se espesa como si fuese de verdad. Hace frío y suelto humo al respirar. ¿Eso de ahí es un erizo? Se está paseando alrededor de la caseta de la estación, que tiene un aire retro muy conseguido. Error, es que se cae de vieja. El incauto erizo entra en ella sin saber dónde se mete (¿o sí?). Traspasa el umbral de la puerta inexistente. Se para virtuosamente justo en el medio de la vieja construcción y me obliga a fijar mucho la vista para entender sus movimientos. Olisquea la humedad que emanan las paredes y se siente como en casa. Vaya asco. Me doy cuenta de que me ha afectado mucho lo de Alba. Más de lo que cabría esperar. El erizo ha estirado la pata y no me refiero a la extensión de ninguna de sus extremidades. Ha muerto. Como Alba. Me temo que eso quiere decir que vuelvo a estar más sola que la una. Qué lástima.

El cielo gris asfaltado esconde un sol, tal vez, pero está apagado, eso seguro. A lo lejos, un hombre viejo lleva una bufanda de lana roja y fuma en pipa. Qué lejos, qué lejísimos está. Tanto, que no puedo divisarlo realmente, pero es fácil de imaginar. Calor en mis dedos. Hace rato que mi cigarrillo se ha consumido y el filtro humea entre el índice y el corazón. Las 6:43 AM. El viejo me mira triste. No recuerda cuántos años tiene ya y, francamente, le da lo mismo. Se ha puesto, al salir de su casa, esa bufanda roja y ha venido hasta aquí para que yo viese entre tonos grises la soga colorada que se ciñe a su cuello. Su cara apergaminada se contrae al succionar la pipa y desaparecen súbitamente la mayoría de sus rasgos. Después, al exhalar el humo, aparecen de nuevo y todo vuelve a la normalidad. Las 6:59 AM. No sé cómo ha sucedido pero he perdido el tren. A veces pasa. Esperaré al próximo, falta una hora aproximadamente.

Las 7:58 AM. El tren está estacionado a pocos metros de mí. Deprisa, deprisa, me tengo que dar prisa. Después del gran esfuerzo que me supone tener que subir el escalón de entrada, consigo adentrarme en un vagón abarrotado de gente. Aún así, no hay un solo asiento ocupado. Todo el mundo está de pie.

– Lo acabo de coger y me bajo en la siguiente- me explica una mujer de pelo dorado. Literalmente dorado, de un color metalizado que pretende sugerir algún siniestro origen robótico.

– Es una tontería sentarse sólo para una parada- me sigue explicando la mujer. Probablemente está programada para decir cosas así.

– Claro- dicen, de repente, los otros 132 pasajeros que también están de pie.

-“Claro” susurro y elijo uno de los 133 asientos libres. Pero no es posible. Sólo yo esperaba en la estación. Sólo yo me he subido. Las puertas se cierran y el tren se pone en marcha mientras el viejo de la bufanda roja me hace un guiño. Muy cinematográfico.

El paisaje de fuera se desliza suavemente. Aquellos trozos grises de allí arriba parecen de cemento pero también podría tratarse de cielo. Imposible de distinguir a simple vista. Me pregunto si hubo de verdad un tiempo en que la gente pudiese contemplar el cielo. No he visto más que fragmentadamente aquello que los antiguos veneraron como algo divino. Seguro que tampoco será para tanto. “Próxima parada: B-01”. Al abrirse las puertas observo desconcertada que nadie se baja. Al instante, 133 sonrisas condescendientes (encabezadas por la de la mujer platino) se preparan para ser dirigidas hacia mí. Se equivocan si creen que me confunden.

Algo aparentemente intrascendente me llama la atención y, de paso, me salva de una situación desconcertante para conducirme a una todavía más desquiciante. Ha subido al tren una chica cuando las puertas a punto estaban de cerrarse. Se le parece mucho. ¿Alba? No, no puede ser. La miro mientras se decide a ocupar un asiento frente al mío. No me ha visto. La vuelvo a mirar, esta vez muy intensamente, casi como si representase una escena teatral. Entonces, nuestras miradas se cruzan. A pesar de lo romántico del hecho, me ignora. Toso. Ni se inmuta. Toso más fuerte. Mismo
resultado. Simulo un ataque de asma. La mujer del pelo literalmente dorado me mira con desaprobación. Los otros 132 individuos, semiatontados todos ellos, la imitan para variar, pero lo que es Alba ni parpadea.

¿Alba? Nos dijeron que habías muerto.

Ella aprieta los labios y compone una mueca amarga para empezar a dedicarme una serie incomprensible de insultos y reproches. Que cómo me atrevo a dirigirle la palabra después de lo que le hice, que siente un odio considerable hacia a mí y que, en definitiva, me guarda a partir de ahora un rencor eviterno. Está muy alterada, por eso le perdono la profunda falta de educación que me prodiga. Aunque cuando me recuerda los motivos de su enfado debo reconocer que algo de razón sí que tiene.

Pero has de saber que lo hice por tu bien, Alba- parece que esto la pone todavía más furiosa. Es cierto, tal vez empujarla desde un decimoctavo piso no fuese la manera más sutil de ayudarla pero sí la más efectiva, a qué negarlo. No sé de qué se queja ¡si soy yo la que me quedo!

Sí, lleva ya un buen rato hablando sola. Es una pena, tan joven… no será peligrosa ¿verdad?- oigo que comenta la mujer de pelo dorado. Giro la cabeza al tiempo que hago un gesto distraído a Alba para que excuse la interrupción. Me genera cierto estrés tener que atender a dos situaciones complicadas a la vez, cosa que nunca admitiría abiertamente en una entrevista de trabajo.

Así que no hay nadie sentado enfrente mío- le replico a la mujer de pelo dorado. El silencio se maximiza y me aturde. Me empieza a doler la cabeza.

Pues no, lo siento pero no- me responde la mujer al tiempo que ladea la cabeza como para expresar su gran pesar- Bueno, al menos, ninguno de los aquí presentes a parte de ti ve a nadie ahí sentado.

Evidentemente: es una tontería sentarse cuando te bajas en la siguiente ¿no es eso? De nuevo, un silencio ensordecedor. Creo que me va a estallar la cabeza.

Explícame una cosa- continuo- ¿Cómo se entiende que tú y tus amigos no os bajaseis todos antes? ¿No se supone que os bajabais en la siguiente?

Ah, querida, nos ha resultado imposible.

¿Ah, si?- Imposible, dice. Puedo haber llegado tranquilamente al grado máximo de estupefacción.

Claro. Porque la siguiente parada es siempre la siguiente. Es sencillo. Si ahora para el tren la parada será ésta, no la siguiente. Y nosotros no nos bajamos en ésta, nosotros nos bajamos en la siguiente y la siguiente…

…siempre será siguiente, vale, me conozco el problema lógico pero que se dé en la realidad es un absurdo ¡Estáis prisioneros en un bucle que, además de rematadamente estúpido, es infinito!

Precisamente, ahí está la gracia.

– Pues, sí, me estoy tronchando. Si no te importa, voy a seguir hablando un rato sola. Lo prefiero.

Al retirarse, la androide ha murmurado algo ofensivo sobre mi salud mental. Psicosis esquizoide, fuerte inclinación al expresionismo alemán o trastorno bipolar, vete tú a saber. Cada día sacan una cosa nueva.

– ¿Qué estábamos diciendo, Alba?- le comento a un asiento vacío que me deja en evidencia. Alba no está. Ha desaparecido. No, si al final tendrá razón la platino y resulta que tengo los tornillos flojos y los voy perdiendo por ahí. ¡Que me haya tenido que tocar precisamente a mí un tren tan raro! “Próxima parada: Final de trayecto”. Menos mal, es aquí donde me bajo yo. Me levanto apresuradamente y espero ansiosa el momento en que el tren pare. Tras una eternidad, las puertas se abren. Bajo el escalón lo menos grácilmente posible y al apoyar el pie en el suelo del andén piso algo que cruje sin disimulo. Es el esqueleto de un erizo: estoy en casa. Los restos pulverizados del erizo se volatilizan en el aire. En el aire. Allí se encontrarán un día los restos del erizo con los de Alba y, algo más tarde, también con los míos. Quizás hagamos buenas migas los tres, no sé. A veces pasa. Cuando abandono la estación 133 seres deciden bajarse en la siguiente.

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