Arcoíris

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Arcoíris

Por: Natividad Martínez Cabrera

La abuela María Luisa, sentada en su sillón, terminaba de trenzar el pelo de su nieta Albis.

¡Ven, levántate del suelo que ya acabé! Y dime por qué has estado tan callada.

Albis se levanta con cierta modorra, agitándose los dedos unos con otros. La abuela que bien la conoce, le toma las manos y la acerca.

Esa carita no me gusta. ¿A ver, qué te pasa?

Es, es que estoy triste abuelamari, porque solo puedo ver sombras en blanco y negro, creo yo. Desde que nací no he podido ver.

—Ven, vamos a sentarnos en el sofá!

Sin soltar una de las manos, María Luisa y su nieta se sientan una al lado de la otra.

Escucha cariño, como dices tú “en blanco y negro”, pues así también conocemos las fotos de nuestros antepasados y, es algo entrañable.—La niña quedó pensativa por un rato.

—¡Ay abuelamari! Ahora me has hecho recordar algo muy bonito.

—¿De qué se trata, cariño?

—Nunca te lo había dicho, pero reconozco por el olor, todo cuanto sale de tu armario, porque huele a ti. —Albis buscó de nuevo la mano de la abuela para enfatizar:—¡Y hueles tan rico!

—Creo que no hacen falta crear perfumes artificiales. ¿Qué crees? —asintió María, comprensiva.

—Muy cierto, cada cosa tiene su propio olor, como cuando llueve, o está a punto de llover, cuando pasas cerca de un jardín, o por un contenedor de basura. —dijo Albis entusiasmada.

¡Qué ocurrencias tienes! —rió la abuela, moviendo la cabeza de un lado a otro. —Ten siempre presente que las cosas más importantes no se ven con los ojos, sino con el corazón.

La chica calló tratando de entender a la abuela.

Eso lo entenderás cuando seas un poco mayor. Igual sabrás que estamos rodeados de magia, y para interpretarla y sentirla, tenemos nuestro pensamiento e imaginación; además, de una hermosa realidad.

—¿Cómo cuál abuelamari?

Pues, que el aire existe para todos los seres vivientes, que no lo vemos, pero sin él no podríamos vivir.

—¡Claro que no podemos verlo, pero está aquí! —dice la niña y toma aire sin parar hasta llenar sus pulmones, y al expulsarlo, ríe alto, satisfecha.

—¿Ves? Esa risa tan hermosa, tampoco se puede ver, y está ahí para demostrar alegría, que tampoco podemos ver.

Es verdad abuelamari. Igual que no podemos ver el calor, el frío, el sonido del mar, el olor de las flores…

—…el canto de los pájaros, el olor que deja la lluvia al caer…

…y tus cuentos y canciones cuando me acuestas abuelamari, y tus besos y tus abrazos que son los colores del arcoíris.

—¡Esa es la felicidad mi pequeña, que tampoco la podemos ver!

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