Estelar

Inicio / de Ficción / Estelar

Estelar

Por: Aidan

No había planeado convertirse en una ermitaña pero a veces la vida se desarrolla de manera tal que ciertos escenarios no pueden más que volverse realidad. Había pasado de salir poco a a veces y finalmente a nunca, se había quedado esperando que le hiciera falta, que algo dentro de ella le demandara el exterior y la gente, pero aún nada y con la ayuda de la tecnología en la que todo estaba a un pedido digital de distancia, su interacción con lo de afuera consistía en estirar la mano para entrar la bolsa con víveres que dejaban en su puerta y mirar el cielo desde su patio trasero.

En la noche miraba las estrellas mientras su viejo perro aullaba a la luna, obedeciendo su pasado más salvaje; ella solo buscaba estrellas y constelaciones, renombrándolas con apodos que le hablaran más. De día se bronceaba un poco al atender su jardín y mirar colibríes alimentarse de sus orquídeas, miraba los pájaros surcar el cielo, pararse sobre el tejado, mirarla y cantar, eso era algo que la tocaba, un evento desconocido que sí extrañaba: despegar los pies del suelo. Nunca había volado en avión, nunca había pasado a través de nubes, pero era lo único que quería tener, no le interesaba la calle ni los parques, ni los niños jugando entre risas por la pradera, le interesaba el cielo, la inmensidad que la observaba desde arriba.

Estiraba las manos, esperando ser agarrada por alguna fuerza mágica que la colgara de una nube y le diera un recorrido por la estratosfera, pero no pasaba. Había optado por la segunda opción, coleccionar pájaros, pues solo ellos sabían lo que era la dicha del cielo. Inmensas jaulas cubrían la mayor parte de su hogar, con aves de todos los tamaños y colores, venían a su jardín atraídas por el alpiste y luego pasaban una temporada con ella; les robaba su libertad uno o dos días y llenaba su casa con su canto que imaginaba eran las melodías que llenaban la bóveda celeste, quería que así fuera, el eco de aquello que añoraba, luego las dejaba marcharse y ser uno de nuevo con su hogar y amor.

Con el tiempo había creado nidos para ellos y dejaba las jaulas abiertas, era como un hotel de paso que solo aceptaba cantos como pago. Y así entre pájaro y pájaro, canto y canto, la vida fue avanzando, el mundo siguió girando, ella fue envejeciendo. El cielo seguía siendo el sueño, los pájaros y sus cantos su contento y mirar las estrellas su manera de crear y vivir. Amontonaba historia tras historia sobre la vida que residía en las estrellas, el mundo entero las leía, las amaba, pero nadie sabía de ella.
Mudó su cama al amplio pasillo entre la sala y el patio, así tendría los cantos y las estrellas, el paso del tiempo había hecho del movimiento algo pausado y doloroso.

Los pájaros la despertaban con sus melodías en los nidos, ansiando el cielo, despacio ella abría la puerta al patio y una bandada salía, agitando su cabello y ropa con el viento que creaban, acariciándola suavemente con sus plumas. Era un hermoso momento en el que se juraba parte de la bandada, como si algo de su espíritu partiera con ellos. Nuevos pájaros entraban a hacerle compañía, ya no podía estar tanto en su jardín, el sol se había vuelto un amigo agresivo con su envejecida piel y en general ya encontraba el cansancio más fácilmente; trataba eso sí de reservar un poco de energía para bañarse de luna y ver el cielo estrellado mientras los pájaros callaban, ella seguía contando estrellas, ahora solo para sí misma, ya su perro aullador había partido del mundo, ya era polvo espacial y seguramente la miraba desde alguno de esos destellos en el firmamento. Enviaba un beso al cielo cada noche para él y cuando alguna estrella titilaba velozmente, sabía que era el batiendo la cola.

El tiempo siguió avanzando sin freno ni pausa y una noche sintió el peso de algo impostergable, no era doloroso, solo era algo que tocaba su hombro y le susurraba al oído “hay que estar lista”. Vio los nidos llenos y silenciosos, vio las estrellas titilando, como en alegre expectativa. Dejó la puerta del patio abierta y se metió a la cama en un camisón con pequeños brillantes y plumas en los bordes. Una sonrisa en su cara y el sueño, eterno, la abrazó con calidez.

La bandada de pájaros no salió a toda prisa, se posó sobre la cama, mirando sus pequeñísimos ojos el cuerpo inmóvil de la mujer. Nuevos pájaros entraron por la puerta y observaron en silencio respetuoso. Un colorido conjunto de aves que luego de un minuto de calma estallaron en un armonioso coro que siguió y siguió y así los encontró la noche, cuando luchando contra su naturaleza apagada nocturna se unieron y en sus alas tomaron el frágil cuerpo de la mujer y se elevaron tan alto como pudieron, esperando que el cielo que había amado la recibiera gracias a su intercesión. Cantaban en su favor mientras rondaban con ella las nubes esperando una respuesta.

Finalmente empezó a flotar y todos cantaron glorias celestiales a coro. Su bien amada se elevaba y se iba convirtiendo en brillante polvo de estrellas, ahora parte eterna y resplandeciente del cosmos, titilando rápida y alegremente, había renacido, la mujer ermitaña ahora sobre todo y todos, más afuera y aventurera que ninguna. Había, al fin, encontrado su hogar. Los pájaros revolotearon y empezaron a descender en un armonioso espiral. Descansarían por última vez en los nidos de su lugar especial, a partir de mañana no volverían más, no tenían por qué volver. La mujer ya estaría con ellos siempre, nadie necesitaba el eco del canto celestial, ya era ella quien ayudaba a poner el ritmo.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies