El Profesional

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El Profesional

Por: Antonio Mompeán

El ejecutivo caminaba por el aparcamiento de la multinacional en busca de su vehículo. Era tarde, casi las nueve de la noche, por lo que a esas horas no había movimiento de empleados. La segunda planta, donde tenía su plaza reservada, estaba desierta. No era habitual, pero había tenido que quedarse trabajando hasta tarde, en ocasiones, cuando la finalización de los proyectos era urgente, era necesario hacerlo.

Llegó a su coche, un Mercedes 500 SL del año 1995, le gustaban los coches clásicos, y comenzó a buscar las llaves en su cartera. En ese momento una sombra apareció de la nada y sintió cómo un cable metálico le rodeaba la garganta. El fino cable de acero le apretaba cada vez más, instintivamente se llevó ambas manos al cuello con intención de aflojar la presión. Sin embargo, el artefacto estaba cumpliendo con su cometido a la perfección, por lo que en pocos segundos cayó, ya sin vida, desplomado al suelo.

León Sampai conducía de regreso a casa. No había demasiado tráfico por lo que disfrutaba del viaje, escuchando, además, una de sus óperas favoritas, lo que siempre le relajaba al volante. No había sido difícil realizar el trabajo, el encargo, ya que él era un estupendo profesional. Como en ocasiones anteriores le había bastado con un estudio y seguimiento de las actividades y hábitos habituales que llevaba a cabo el ejecutivo, para poder establecer un plan de acción adecuado… Otro día más en la oficina, como solía decirse.

Efectivamente, León era un gran profesional, de hecho, formaba parte de un exclusivo y reducido grupo de profesionales, solo era necesario utilizar los dedos de ambas manos para contar los “colegas” que ostentaban su mismo estatus en todo el mundo, a los que se les encargaba los trabajos más exclusivos, de mayor categoría. León, como asesino a sueldo o sicario de élite que era, solo trabajaba en casos donde había que eliminar gente de muy alto poder adquisitivo, por las razones que fueran, cobrando por ello unas cifras que terminaban con muchos ceros.

Llegó a su vivienda en un céntrico edificio de la ciudad, aparcó su lujoso, pero no ostentoso, vehículo en el garaje y subió hasta la última planta. Dados sus considerables ingresos podría vivir, tranquilamente, en alguna de las mejores mansiones de las zonas residenciales que rodeaban la ciudad, pero su peculiar trabajo requería de cierta discreción. No obstante, había comprado los dos áticos del edificio donde vivía, uno de los mejores de la ciudad, y los había unido transformándolos en un inmenso y espectacular piso equipado con todos los lujos y comodidades que le habían apetecido. Además, poseía una fantástica propiedad, formada por varias hectáreas de terreno y una colosal mansión colonial de finales del siglo XIX, en un paraíso fiscal, sin que legalmente pudiera atribuírsele que fuera de su propiedad. Este era su refugio cuando quería desconectar de todo y pasar tiempo, o temporadas, descansando de la tensión propia de su trabajo.

Estaba satisfecho de su vida actual, de su vida en general, quizás el único error fue haberse casado. Se casó muy joven, de eso hacía ya bastante tiempo, y pronto se dio cuenta de que su matrimonio no funcionaría. Apenas habían transcurrido cinco años cuando se divorciaron. Lo único bueno que había quedado de todo aquello fue el haber tenido a su hijo. En la actualidad tenía veintinueve años y tenía un estupendo trabajo en una multinacional tecnológica, aunque hacía más de diez años que no tenían noticias uno del otro, en realidad no tenían ningún tipo de relación.

Por otra parte, no todo eran ventajas. Para poder mantener el estupendo tren de vida al que estaba acostumbrado desde hacía mucho tiempo y poder disfrutar de todas las satisfacciones que éste le reportaba, debía cumplir escrupulosamente con las normas impuestas por la gente, totalmente desconocida para él, que le enviaba los encargos, los trabajos que debía ejecutar.

La Organización, como así la llamaban los profesionales que trabajaban para ella, enviaban un informe detallado del trabajo que se debía realizar a través de un servidor instalado en la “Deep Web”, de manera que absolutamente nadie, salvo el destinatario del mismo, pudiera tener acceso y conocimiento de la existencia de la información.

Había pocas normas en la Organización, aunque, eso sí, éstas eran de obligadísimo cumplimiento… a rajatabla. No cabía posibilidad alguna de ser negociadas, revisadas o cambiadas. Los profesionales que aspiraban a poder trabajar para la Organización ya sabían de antemano, y así lo aceptaban, que en caso de ser admitidos en este pequeño grupo de profesionales de élite tendrían que cumplir las normas hasta el día de su jubilación. Era el precio a pagar por las estupendas recompensas y beneficios que se obtenían a cambio.

Dos de ellas resultaban, con mucha diferencia, las más importantes. Por un lado, no estaba permitido rechazar ningún encargo, ningún trabajo. Bajo ningún concepto. El profesional recibía el dossier con la información correspondiente y él mismo tenía la libertad absoluta para organizarse, en cuanto a tiempo necesario y metodología a emplear, para llevar a cabo, por supuesto siempre de manera discreta y eficaz, el trabajo pendiente. En caso de que alguien, por el motivo que fuera, decidiera rechazar o no llevar a cabo el trabajo, sería ejecutado a manos de algún otro profesional de la Organización. Así de sencillo. El propio León, cuatro años atrás, había tenido que desplazarse hasta Latinoamérica, zona donde solía operar uno de los miembros, para acabar con él, después de que una vez hubiera comenzado un trabajo le hubieran surgido ciertos remordimientos.

La otra hacía referencia al concepto de la jubilación. Concepto que se manejaba, dentro de la Organización, como si se tratara de una empresa o multinacional al uso. Cualquier profesional que llevara más de diez años de servicio podía jubilarse, abandonar la Organización, en el momento que quisiera, con independencia de la edad que tuviera. Aunque para ello había que cumplir con la norma, igualmente estricta y tajante que la anterior, conocida entre los profesionales como “la triada”. En el momento en que se solicitaba, se manifestaba, el deseo de abandonar, la solicitud era tramitada y admitida si se cumplían los requisitos. A partir de ese momento el solicitante continuaba en nómina hasta que cumpliera con la ejecución de “la triada”. El solicitante, para poder jubilarse, debía llevar a cabo los tres últimos trabajos que le fueran encargados. Una vez realizados satisfactoriamente, como solía ser habitual, podía desvincularse definitivamente.

Precisamente León se encontraba en esta tesitura, en este proceso. Ya tenía una edad, no era ningún jovencito, y aunque podía presumir de un excelente estado físico que podía compararse, si no mejorar, con cualquiera de ellos, necesario por otra parte para el trabajo que desempeñaba, ya había presentado su solicitud de jubilación, por lo que ya acababa de comenzar con la ejecución de su “triada”.

La eliminación del ejecutivo del aparcamiento había sido el primer trabajo de su triunvirato final. La información de su penúltimo caso le llegó al cabo de los cinco meses. Se trataba de un rico empresario italiano, del ramo de la construcción, que solía acudir, dos o tres veces al año, a la espectacular reserva natural de las Illes Medes, en la localidad gerundense de L’Estartit, para practicar una de sus múltiples aficiones como era el submarinismo.

No le resultó difícil manipular el equipo de buceo del empresario para que éste sufriera un trágico accidente, puede pasarle al más experimentado de los buceadores, y ya no saliera con vida de las maravillosas aguas del litoral de la Costa Brava. Además, por si se producía algún contratiempo de última hora, que no solía ocurrir, el propio León se encontraba sumergido en las inmediaciones por si tenía que activar un plan B y eliminar con métodos más contundentes.

De regreso en su hogar, con la satisfacción del deber cumplido y del trabajo bien hecho, León Sampai comenzaba a pensar en su inminente futuro, en el momento que dejaría atrás la Organización y su trabajo para empezar a disfrutar de una vida mucho más tranquila, de una vida que podría vivir de una manera extraordinariamente placentera teniendo en cuenta los enormes beneficios que había acumulado a lo largo de los años. Seguramente pondría a la venta, aunque fuera perdiendo algo de dinero, su magnífico ático del centro de la ciudad ya que no lo necesitaría más como centro de operaciones de su trabajo. Podría retirarse a su mansión colonial y desplazarse, cada vez que quisiera, a cualquier parte del mundo para cualquier actividad o evento al que quisiera acudir. En definitiva, una vida más que merecida después de haber sido durante tantos años un gran profesional.

Habían pasado tres meses, el otoño había llegado con temperaturas algo frías en comparación con lo que era habitual y con un clima bastante lluvioso, cuando recibió la notificación de su último trabajo. Le causó cierta sorpresa, no esperaba recibirlo tan pronto, pero por otra parte se puso contento por significar, éste último trabajo, lo que significaba. Descargó el informe, pero no le echó ningún vistazo, pensó dejarlo para la mañana siguiente.

Se encontraba tan eufórico que decidió salir a cenar a uno de los restaurantes de lujo que solía frecuentar, donde solía tener siempre mesa reservada, y acudir a la última representación operística que recientemente se había estrenado en la Gran Vía, la zona de espectáculos de la ciudad. Cuando volvió a casa, después de una reparadora ducha, se acostó pensando en el informe que le estaría esperando a la mañana siguiente.

Se levantó temprano, como era habitual en él, y preparó su desayuno habitual formado por una buena taza de café recién molido, zumo de naranja natural y tostadas de atún con tomate. Cuando se encontraba a medio desayunar comenzó a hojear el informe que tenía preparado… Casi se atraganta con el trozo de tostada que estaba masticando, la mano que sostenía la taza de café estaba temblando un poco, con riesgo de derramarlo, por lo que tuvo que dejar la taza en la mesa.

Cuando leyó el nombre de la próxima persona a la que tendría que eliminar, la persona a la que tendría que matar para cumplir con su último trabajo y poder retirarse… no se lo podía creer. Los ojos se le abrieron como platos y una sensación de asombro y estupor le embargó, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. ¡Se trataba de su hijo!

Allí estaba, en la página inicial del informe, resaltando ahora de una manera más clara si cabe, el nombre de su propio hijo. Un último informe, un último encargo para León Sampai, el último escalón que debía superar para alcanzar el ansiado retiro, para dejar atrás tantos años de exigencias y tensiones y poder disfrutar de una vida tranquila y placentera. Un último trabajo para él, que siempre había sido, y era, un gran profesional.

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