La Pluma

La Pluma

Por: M. M. León Benítez

Si la colección hubiese sido otra, tal vez, sólo tal vez, todo habría sido diferente. Pero claro, a nadie más que a él se le ocurría pasar años comprando, mimando e incluso besando algo tan sumamente estúpido como unas plumas estilográficas.

Así de rarito era el hombre, que pasado el medio siglo, seguía empeñado en acumular tan inservibles objetos con el único propósito de ser el primer coleccionista del mundo en este ramo.

Y es que su afición le nació en la adolescencia, cuando a través de un anuncio publicado en la entonces enorme sábana que era el Diario de Cádiz, descubrió que por el simple hecho de reunir algunos puntos que cada domingo obsequiaban, podría conseguir la auténtica pluma del prestigioso Gabriel García Márquez.

Se lo creyó, y como ningún trabajo le costaba recortar los puntos pues en su casa era la prensa diaria que su padre compraba, cuando tras reunirlos todos, enviarlos a la dirección indicada y recibir la maravillosa pluma, decidió que aquella sería su más laboriosa y maravillosa distracción: coleccionar plumas estilográficas, pues tenía bien claro que no hallaría ninguna más como la primera.

Los años transcurrían y, con ellos, se iba engrandeciendo su colección. Ya adulto había logrado que una antiquísima librería de las de antaño, le proporcionara cada quince días una de sus añoradas plumas, y cuando llegaba el día de su recogida, su corazón se inundaba de impaciencia y su vida se iluminaba con la esperanza de ver en la nueva adquisición, una originalidad y belleza extinta en la anterior.

Guardadas con cariño y esmero en una bella vitrina que siempre le acompañaba, las limpiaba, besaba y acariciaba cual madre a su retoño. Las horas de ocio las pasaba admirando a todas y a cada una como si las acabase de encontrar, y era tan grande su obsesión por ellas, que ni mujer ni hijos tuvo tiempo de buscar.

Pero la mala suerte, hasta ahora no conocida, le llegó cuando apareció una dichosa pandemia mundial que provocó que el gobierno impusiera un confinamiento forzoso.

Se resistía y luchaba con la mayor de las fuerzas a que, llegado el día de la recogida de la siguiente, la librería no abriese sus puertas. El insomnio le acompañaba el día anterior al deseado; la mañana en cuestión, justo la hora en que solía ir a por su deseada pluma, se le antojaba extraño y sobre todo, rebosante de un dolor indescriptible. No podía salir, no podía acceder a cumplir su sueño.

Los días pasaban y se volvía a decretar otro período de encierro y, mientras, él continuaba luchando en su interior por esa angustia que no podía calmar, con ese pesar que no encontraba consuelo; esa ilógica sinrazón que le impedía entender que era por salud pública por lo que todos debían estar enclaustrados.

Para él, las librerías también debían ser incluidas en el listado de establecimientos de primera necesidad; que otros abriesen sus puertas y su amada tienda no, le provocaba una ira difícil de aplacar.

Llegado el día del fin del encierro forzoso, se levantó mucho más animado de lo que recordaba. Al fin lograría llegar a su destino, recoger su nuevo amigo y volver dichoso a casa para arrullarlo y poder contemplarlo junto a sus iguales.

Esperaba impaciente en la puerta de la librería pareciéndole los minutos horas y las horas años. Cayó la tarde y la tienda no abrió. Se resistía a abandonar su posición junto al establecimiento, mas con la caída de la noche, decidió que mejor sería volver muy temprano al día siguiente.

Un día dio paso a otro y así durante varias semanas. La librería seguía cerrada y él continuaba haciendo guardia acumulando poco a poco un sentimiento de preocupación.

El último día que visitó su templo de adoración, una señora, vecina del inmueble, le aconsejó no volver. El librero, tras la pandemia, había decidido jubilarse y no volvería a abrir el negocio.

Al hombre de medio siglo se le vino el mundo encima. Desconsolado regresó a su casa, y tomando asiento frente a su vitrina donde dormitaban sus queridas plumas, los años se le fueron acumulando hasta que el fin de sus días le llegó con la grata sonrisa de haber logrado una imponente colección de plumas estilográficas peculiares y preciosas.

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