El Perro (Cuento de confinamiento)

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El Perro (Cuento de confinamiento)

Por: R.M.P.

Ya no aguanto ni un día más sin verla. Cada vez la echo más de menos; y el hablar con ella por videollamada no es lo mismo que estar a su lado, y poderla ver plenamente y acariciarla, como siempre he hecho durante estos dos últimos años. ¡Maldito
coronavirus que ha provocado que tengamos que permanecer en casa sin poder poner los pies en la calle ni ver a nadie! Tengo que pensar algo para salir de casa sin que me caiga una de esas multas tan abultadas que están poniendo los guardias a los que se saltan el confinamiento sin ningún motivo de peso. Solo puedo salir a la calle para hacer la compra en el supermercado o para sacar al perro. Pues el plan consistirá en bajar con el chucho a la calle y acercarme hasta la casa de ella. La verdad es que no está tan lejos, un poco más de esos doscientos metros que las autoridades nos permiten alejarnos de nuestros domicilios. Sería mala suerte que me pararan sacando al perro y el policía se diera cuenta de que me he alejado de mi piso más metros de los establecidos por las normas actuales; pero el ansia de verla a ella es mucho más fuerte que el temor que pueda experimentar a ser sancionado. Voy a madurar este proyecto y a ponerlo en práctica. Cuando esta tarde ella me llame para charlar un rato le propondré el poder acercarme hasta su casa. No creo que oponga ningún inconveniente a poder vernos, pues ninguno de los dos presentamos ningún síntoma de los que las autoridades sanitarias indican como propios de este maldito virus. Y le contaré que la excusa para salir y acercarme hasta su casa va a ser el sacar al perro y llegarme hasta donde ella vive. Y allí podré estar un buen rato en su compañía. Y a ella le gustará volver a verme, y que me haya arriesgado a ser multado para estar, aunque sea unos pocos minutos, a su lado. Seguro que ella lo desea tanto como yo, aunque no me lo diga por no ponerme en el compromiso de romper el confinamiento para estar un rato juntos. Cuando hablemos después se lo propondré, y se lo plantearé como algo que he pensado, y que ya solo me falta señalar un día (por la tarde estaría bien) para llevarlo a efecto.

A ella al principio le pareció un poco arriesgado, pero el hecho de verme tan ilusionado con la idea de ir a verla le animó a consentir en el proyecto. Ya lo tenemos todo hablado y concretado hasta en sus menores detalles. Será mañana por la tarde, hacia las seis. Yo cogeré a mi perro Bobi, un pobre chucho que saqué hace cuatro años de una perrera para que me hiciera compañía. Es muy bueno aunque algo travieso, ya que no hace más que esconderse por la casa, y cuando he de sacarlo a la calle tengo que recorrer todos sus rincones favoritos del piso para encontrarle. Digo que cogeré al perro y me iré con él a la calle. Y a paso ligero en un santiamén me hallaré en el portal de ella. Llamaré y en seguida me abrirá. Y por fin podremos vernos, tocarnos y pasar un ratito juntos. Con su perro no habrá ningún problema pues, aunque de pedigrí, es un can de lo más sociable; siempre que los dos perros se encontraban en la calle (y de esto hace tanto tiempo que me parece de otra época) se saludaban primero con unos ladridos y después tan amigos; y eso que los dos son muy diferentes, pues Bobi es negro y pequeño, y el de ella es mucho más grande y de color pardo, tono café con leche. Ahora toca hacer tiempo y esperar a que sean las seis de la tarde.

-Buenas tardes ciudadano. ¿Qué, dando un paseíto con el perro? Supongo que vivirá aquí cerca. ¿Me permite su documentación, por favor?

Saqué mi deneí y se lo entregué al policía municipal que me lo pidió con tanta amabilidad. Me sorprendió que apuntara en una libretita mis datos y el nombre y las características del perro. Esto sí que es trabajar con eficacia y control ciudadano, aunque no entendí que me preguntara por el nombre del animal, pues no comprendía qué podía tener ese dato de importancia para la policía. Y después de haberle facilitado estos datos me dejó marchar. Y yo, con toda la premura posible, me di un corto paseo (calculo que me separa de la casa de ella unos quinientos metros) hasta el piso de mi amada.

No puedo expresar con todo detalle la alegría que ella manifestó al verme, pues casi no me dejó ni quitarme la cazadora y ya me tumbó en el sofá de la sala para darnos los primeros achuchones. Se había vestido como si fuera a una fiesta, y la encontré mucho más guapa de lo que recordaba haberla visto la última vez, y de esto hacía ya más de tres semanas. Eran ya muchos días sin verla, cuando en estos dos últimos años creo que no había pasado ni un solo día sin haber estado un rato juntos, o en nuestras casas o en algún bar del centro de la ciudad.

Después de pasar un rato muy agradable con mi novia decidí que ya era hora de volver a mi casa, y que seguramente repetiríamos esta tan grata experiencia de desconfinamiento individual y clandestino otro día, u otros días. Me levanté de la cama y me vestí. Me coloqué la cazadora y llamé al perro.

-Ven Bobi, que nos vamos ya. Deja ya de jugar y despídete de tu amiguito hasta el próximo día…¡Pero dónde se había metido este dichoso chucho! ¡Vamos Bobi, que tengo mucha prisa! Sal de donde te hayas escondido y ven ahora mismo.

Pero el perro no aparecía por ningún lado. Me dediqué, ayudado por mi novia, a buscarlo por todos los rincones del piso. Creo que miramos todos los recovecos, los armarios y debajo de los muebles, pero infructuosamente pues Bobi no aparecía. ¡Maldito perro! Ya empezaba a aponerme nervioso pues había pasado mucho tiempo. Ella y yo nos habíamos dejado embriagar por el placer y la agradable sensación de volver a estar juntos después de tantísimos días de no vernos. Hasta que harto ya de no encontrar al perro decidí que me llevaría el suyo, y que el próximo día nos los intercambiaríamos de nuevo. El de ella era un can de lo más sociable y tranquilo, y no opuso ningún tipo de resistencia a abandonar a su dueña para irse conmigo a la calle. Y ni aún así se dejó ver el mío, a pesar de que seguramente se daba cuenta de que le estaba cambiando por este otro, y que ya me marchaba. Ella y yo nos dimos el último beso, y nos despedimos en la puerta de su casa, mientras yo maldecía mentalmente el mal comportamiento que mi perro había mostrado al esconderse a saber dónde.

-¡Vaya amigo, qué paseo tan corto ha dado con su perro!

Y de vuelta a mi casa a paso de lo más ligero volví a encontrarme al mismo policía local de hacía un par de horas. Se me quedó mirando y, sacando su libreta para buscar algún dato, de pronto me señaló:

-Déjeme mirar. Justo, aquí lo tengo anotado. Registré su salida de casa con el perro a las dieciocho horas y siete minutos, exactamente. En estos asuntos conviene ser muy preciso. Y parece que ha estado en la calle muchísimo más tiempo del permitido, lo que va a suponerle tener que afrontar la correspondiente sanción. Dos horas y veinte minutos de paseo canino es un tiempo excesivo…¡Y ahora que me fijo! Parece que el perro que lleva no se corresponde con el que yo tengo aquí apuntado. El de antes era de color negro, y ahora veo que lleva otro de distinto color, por lo que presumo que además de infringir el tiempo de sacar al perro, ha estado en contacto con alguna otra persona con la que ha intercambiado el animal. Creo, amigo, que la sanción por esta nueva infracción va a duplicar la anterior. Por favor, vuelva a entregarme su documentación para cumplimentarla debidamente.

Y de este modo, con mi deneí de nuevo en las manos del policía escrupuloso y severo con las infracciones de las normas del confinamiento, me detuve a pensar en lo caro que me iba a salir este rato de esparcimiento con mi novia, y de que la multa iba a ser mucho más abultada de la que un guardia podía haberme puesto por no recoger los excrementos del perro. No sé si habrá sido buena idea la salida, pero el momento tan placentero vivido horas antes no iba a verse enturbiado por el contratiempo de esta sanción, concluí, mientras recogía el papel donde se me comunicaba la doble multa.

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