Café con Sal

Inicio / de Ficción / Café con Sal

Café con Sal

Por: Sara Puente Gracia

Las vacaciones de verano ya estaban aquí. Nueve meses de estudio y horarios, libros, monjas, exámenes y bata verde habían llegado a su fin.

Con el ansiado calor instalado en nuestras vidas y como hacíamos otros años, la abuela y yo habíamos viajado en el arcaico tren con una pequeña maleta de cuero, hasta la que fuese en otro tiempo capital del reino de Aragón, asentada en la montaña, a la sombra del monte Oroel y el fuerte de Rapitán. Allá nos esperaba cada verano la familia y unos días de descanso en la perla del pirineo, ciudad con una preciosa catedral y su imponente ciudadela.

Aquel radiante día de luz y temperatura, mi primo iría al colegio que había en la calle mayor a buscar sus notas, frutos del curso escolar que había llegado a su fin. Incertidumbre y miedo. Mi tía le recriminaba mientras tomaba el desayuno y le preparaba, que su esfuerzo en aquellos meses había sido casi nulo, cosa habitual en aquel muchacho alegre y dicharachero, más amigo del despiste y charrar que de hincar los codos ante los libros. Hoy tocaba recoger los frutos de un comportamiento que los traía de cabeza y que día a día libraba una pequeña batalla de riñas y reproches, de castigos y amenazas.

“Como suspendas no vuelvas a casa” Esas fueron las palabras que mi tía brindó a su hijo mayor antes de salir de casa.

La distancia hasta el colegio era corta y en casa, la tía, las abuelas, mi primo menor y yo calculamos que José Ramón estuviese de regreso en pocos minutos. Estábamos impacientes, ansiosas.

Fuimos haciendo las camas, recogimos la cocina y preparamos la comida. Atentos en cada momento a un reloj de cocina que avanzaba despacio.

El menor de mis primos y yo ya disfrutábamos de la vacaciones. Con una bolsa de tela fui con Jorge a comprar el pan y pasamos por el almacén frente a la catedral donde nos llenaron la botella de dos litros con el vino que le gustaba a mi tío.

Disfrutaba en aquellos días que aunque lejos de mi casa, gozaba cada verano. Íbamos a veces a merendar a orillas del río Gas, otros junto al río Aragón, metíamos los pies en un agua para mí helada por mucho verano que reinase, corríamos junto a la Ciudadela, paseábamos por el rompeolas hasta el banco de la salud y solo un par de veces, pero pude disfrutar de la piscina al final de un paseo repleto de flores y franqueado de árboles, donde también había un pequeño parque y un llamativo kiosco de hierro y madera en el que los sábados por la tarde y los domingos por la mañana, la banda de música amenizaba veladas bien agradables y desconocidas en mi pueblo. Eran días que recuerdo con cariño y que no se borran con los años.

La cocina se inundó del olor al pollo asado y con puntualidad la mesa estuvo lista, pues enseguida llegaba el tío del trabajo y comía rápido para volver a la faena de la tarde. Todos estábamos extrañados de que José Ramón aún no hubiese regresado. Poco a poco la impaciencia se apoderó de nosotros y decidimos ir hasta el colegio por ver qué ocurría y cuál era el motivo de la tardanza. Allí ya no quedaba nadie.

De vuelta a casa comenzó la alarma entre las abuelas y al sospechar que las temidas notas no habían sido buenas, cosa esperada, comenzaron a divagar si ése podría ser el motivo de la ausencia. Tal vez las palabras que su madre le dijo, habían atemorizado a mi primo y ante aquel panorama, vagaba por las calles sin atreverse a regresar a casa sabedor del follón que se iba a montar con sus suspensos.

Con el tío ya en casa decidió que debíamos comer, en contra de la opinión de las abuelas de acudir al cuartel de la guardia civil para dar la voz de alarma ante la desaparición de mi primo.

Solo comimos el tío, Jorge y yo. Las abuelas, inquietas, se asomaban a cada momento a las ventanas, lloriqueaban y reprochaban el comportamiento de mi tía y la tildaban de dura ante aquel pobre infeliz, duro de mollera con las letras, según ellas, vago para el esfuerzo, según los padres, curas y profesores. La tía no paraba quieta y no se sentó a la mesa.

Mis tíos solo tenían el teléfono de uno de los compañeros de mi primo y decidieron llamar. Tampoco aquel muchacho había regresado a casa. La cosa no pintaba bien y el ambiente era el propio del contagiado por los miedos de las abuelas.

Despacio el rato fue pasando y el tío regresó al trabajo. En aquella sobremesa no se planteó la excursión para la merienda. Sospechamos que íbamos a pasar la tarde en casa.

Las abuelas seguían con su retahíla de comentarios, unas veces lloronas y temerosas, otras compasivas y otras preparando una buena regañina que le darían a aquel desertor.

Aquel desertor llegó a casa casi a las cuatro de la tarde. Llegó cantando y medio piripi… (piripi entero) Una sonrisa le cruzaba aquella cara redonda y ruborizada por las cervezas que había tomado. Las primeras de su vida. Llevaba la camisa por fuera, algo sucia y el pelo totalmente sudado. Reía sin parar, bailaba con los brazos en alto y besaba a las abuelas lleno de felicidad. Bandeaba ante el rostro de su madre el boletín de sus notas con “solo dos suspensos… señora… ¿Cómo te quedas?”

Jorge y yo tampoco podíamos parar de reír al verlo en aquellas condiciones. Las abuelas le gritaban y le daban manotazos en la espalda y los brazos. ¡Tunante! ¡Jeta! La tía respiró aliviada. En algún momento creyó posible que aquel muchacho que se había ido de bares para celebrar sus notas, se hubiese marchado de casa ante la posibilidad de un buen castigo si éstas no hubiesen sido “tan buenas”

Jorge fue hasta el taller del tío para ponerlo a corriente de que el hijo pródigo había vuelto a casa y le contó que había estado bebiendo con los amigos para celebrar que aquel verano iba a ser más verano que otros. Solo debía recuperar dos asignaturas para septiembre. Habría tiempo también para descansar.

Cuando Jorge volvió a casa, José Ramón estaba en la cama con un café con sal “para que se te pase la tontera”.

“Redios jodido con el crío este”

Aquellas fueron sus últimas notas.

Aquella su única borrachera.

Aquel su último verano.

Al año siguiente, antes de terminar el curso, mi primo perdió la vida en una mala curva de una mala carretera.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies