Manos para Afrodita

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Manos para Afrodita

Por: JOSÉ A. GAGO

Una mañana mi tío me encontró extasiado ante la estatua de Afrodita agachada. A mí, tengo que
confesarlo, a mis catorce o dieciséis años me llamaban más la atención las hermosas formas de
Afrodita que el valor artístico que él se aprestaba a explicar:

– Es hermosa, ¿verdad? Es una copia romana de una obra de Doidalsas de Bitinia y está realizada
en mármol blanco de Paros. Es única en la Península Ibérica. Seguramente, por la posición del
cuerpo, tiene relación con el agua. O bien recibe un chorro de agua en la espalda durante el baño o
quizá está mirando su reflejo en un estanque. Lo que está claro es que está relacionada con el agua.
Si te fijas, los volúmenes crean efecto de claroscuro para hacernos pensar que Afrodita está en
movimiento. Hay ciertos rasgos estilísticos que nos permiten datar esta copia hacia la segunda
mitad del siglo II. En el contexto arqueológico en que se encontró no se pudo precisar, pero cabe
suponer que estaría colocada en unas termas o una fuente porque…

Y, para confirmar que también hay cosas indeseables que perduran en el tiempo, esa estatua fue
la pasiva protagonista de una de las anécdotas que me contaba mi tío. Para quien la visita en el
Museo lo más llamativo de Afrodita, aparte de las carnes generosas para los tristes cánones actuales,
es que le faltan ambos brazos. Contaba mi tío que una tarde que estaba en el Museo, con don
Samuel y algunos trabajadores más, llegó una señora con una caja de cartón:

– Ya sé que ustedes son hombres y no comprenden estas cosas, -dijo la mujer, con voz enérgica y
gesto decidido, antes de saludar incluso.

– Buenas tardes, señora, -replicó don Samuel dándose por aludido-, que, aun siendo hombres, no
tenemos que ser maleducados.

– Buenas tardes, -continuó la mujer, aplacando un poco su tono.

Los demás saludaron e hicieron corro en torno a la caja.

– Ahora, señora, -prosiguió don Samuel ya con gesto amable, -¿a qué debemos el honor de su
visita?

– Traigo unas manos para que se las pongan a la estatua esa de la mujer desnuda, -dijo, levantó la
tapa de la caja y mostró dos manos blancas, de mármol, dentro de la caja-. No pueden dejarla así en
público, como si estuviera en la intimidad de su patio.

– Eso no es posible, señora, -dijo don Samuel, desconcertado-; no podemos ir pegando cosas
como los niños en el colegio, este museo es una cosa seria. Y es una estatua, no una señora
cogiendo agua para regar sus macetas. Si se trata de una broma, ha sido muy ocurrente, pero hasta
aquí ha llegado.

– Además, -añadió otro de los presentes-, sabe Dios donde habrán estado metidas esas manos y
qué habrán estado haciendo.

Todos rieron la gracia, menos la señora que seguía impasible:

– No sé qué tiene de gracioso, -dijo-. Si una casa se hunde, la reconstruyen, si una mesa se rompe
la reparan. Y no ponen ni los mismos ladrillos ni las mismas tablas. ¿Qué tiene de malo que
recompongan la estatua?

– No es tan sencillo, -explicó don Samuel con paciencia-; estamos ante una pieza única. Sólo si
hallásemos las manos originales, cosa que encuentro bastante improbable,… Pero yo la veo bien
así, se me haría raro llegar un día y encontrarme la estatua completa.

– ¿De dónde ha sacado las manos? –preguntó mi tío. Por su experiencia, le dolían aquellas rapiñas
que desviaban piezas a coleccionistas sin escrúpulos. Un espolio y un mercado negro que era
imposible controlar, que esquilmaba no sólo las piezas sino la posibilidad de estudiarlas en su
contexto.

– Estaban entre las cosas que dejó mi marido –repuso ella, sin más detalles.

– De todos modos, -continuó don Samuel-, no comprendo ese interés por devolverle los brazos a
la pobre Afrodita.

– Fíjese, -dijo ella-, tiene nombre y no tiene brazos.

– ¿Y eso qué tiene qué ver? -don Samuel empezaba a perder la paciencia-. Hay muchas cosas con
nombre que no tienen brazos.

– Bien se ve que son hombres y no se le ablanda el corazón con estas cosas –se lamentó.

– A ver, señora, no comprendo a qué punto quiere llegar.

– Pues bien sencillo, -repuso ella-. Yo veo a esa pobre mujer ahí, desnuda, expuesta a las miradas
de todos. Y la veo indefensa. Al menos que tenga un par de manos por si alguno se propasa, para
darle un buen guantazo.

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