¿Cabos? ¿Golfos?

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¿Cabos? ¿Golfos?

Por: M.A.M.G.

Eran las seis de la mañana y llevaba un buen rato despierto. No hacia más que darle vueltas al examen de geografía que tendría dentro de dos días. No entendía nada y para mí era todo un galimatías de nombres. Eso de saber qué es un golfo, un cabo, un
valle, una cordillera, un istmo o una isla. Perdido, estaba muy perdido, tantos nombres que además no tenían razón de ser para mí.

Me propuse no ir ese día a clase al instituto, urdí un plan. Iba a fingir un buen dolor de estómago. La tarde anterior había estado comiendo demasiados dulces en la fiesta del cumpleaños de mi hermana y sería una buena excusa.

Cuando mi madre me llamó…

– Ben, hay que levantarse ya, que son las ocho.

Qué fastidio me daba que me llamara Ben. Yo soy Benjamin y ese es mi nombre. Ben, Ben parece que es una canción.

Con una actuación de sobresaliente le hice saber a mi madre que mis tripas no estaban muy bien y que no podría ir a clase. No fue esto muy de su agrado porque ya sabía lo del examen. Al fin después de un primer acto sublime conseguí que aceptara mi enfermedad fingida. No obstante me insistió que una vez que mejorase estudiara geografía y aprovechara la situación. Que iba a hablar con Mari, nuestra vecina para que me ayudara. Ella sabía bastante de geografía y podría hacerlo.

Mari, pensé, no se si voy a poder mirar el libro. A pesar de sus cuarenta y algo años estaba muy bien. Un cuerpo de diez y unos ojos color caramelo que me tenían sorbido el seso. Y sobre todo el sexo.

Cuando salían por la puerta, mi madre me dio las últimas instrucciones y me dijo que a lo mejor volvía más temprano del trabajo.

Cogí el grueso libro de geografía, por qué sería tan grueso, y lo situé entre mis piernas.

Al cabo de unos minutos llamó Mari a la puerta. Cuando abrí no pude evitar mirar esa falda y esa camiseta ajustada. Se podía apreciar un gran valle, eso sí que eran montañas. Cuando habló me sacó de mis pensamientos.

– Me ha dicho tu madre que estás enfermo y que tienes que estudiar geografía. Ahora tengo que salir a hacer algunas cosas pero en una o dos horas regreso que estarás mejor y repasaremos los temas. ¿Te parece?

No podía estar más de acuerdo, repasar los golfos y cabos con Mari, viendo ese valle y ese istmo era la mejor oferta que tenía para la mañana.

Asentí con la cabeza mirándola disimuladamente y me volví al sofá. Reclinándome a todo lo largo fui repasando todos esos nombres tan raros. Me preguntaba por qué se llamaban golfos y cabos cuando lo más fácil era llamarlos entrantes y salientes. O por qué de otros nombres y a quién se le ocurrieron.

Mientras más repasaba más me venía a la mente la imagen de Mari, su silueta, sus ojos, toda ella. No podía pensar más que en esa geografía. Esa que muchas noches repasé en sueños que fueron liberatorios de grandes tensiones, entre juegos de manos.

Con el libro entre las piernas fue invadiéndome poco a poco una nebulosa en la que se mezclaban imágenes de montañas, camisetas ajustadas, faldas y valles frondosos de piel suave y tersa. Y en medio una isla en la que estaba perdido.

A punto de dormirme estaba cuando llamaron a la puerta.

– Era Mari.Bien , ya estoy aquí. ¿Qué tienes que repasar?.

Noté algo de brillo en sus ojos pero no sabía muy bien a qué se debía. Empezamos por repasar golfos y cabos y mis dudas existenciales sobre esos nombres tan raros. Ella reía de vez en cuando y me aclaraba que un joven de catorce años no podía entender algunas cosas, que me limitara a estudiar sin cuestionarme tanto lo que dicen los libros.

Mis ojos oscilaban entre sus piernas y su valle secreto. De vez en cuando me sostenía la mirada y me tocaba la pierna inadvertidamente. Estuvo intentando durante bastante tiempo que aprendiera esos nombres. Pero yo no me quitaba la geografía de su cuerpo de mi cabeza. De pronto paró en sus explicaciones y miró el libro entre mis piernas. Ya era ostensible que mi compañero de mil batallas estaba tomando cuerpo. Y sin rodeos me preguntó.

– ¿Te gusta mi cuerpo, Ben?

Me quedé sin palabras no sabía qué decir y tan solo acerté a balbucear.

– Eh, esto, ¿Por qué? Solo estaba… es que yo…

No me dejó seguir y sin mediar palabra se sentó a horcajadas entre mis piernas y clavó sus ojos en los míos.

Ben, voy a enseñarte algo de geografía humana.

Me cogió una mano y la llevó hasta sus pechos por debajo de la ajustada camiseta y la otra levantando la falda la puso en su muslo y la dejó ahí.

– Despacio y sin prisa. Relájate y cierra los ojos. – Me decía.

Su piel era suave, tersa y desprendía un olor a canela posiblemente por algún perfume.

Mis manos se movían torpemente por donde Mari las había dejado.

– Tampoco te tienes que quedar ahí quieto. Ya sé que te gusto, Ben.

Sonaba muy bien mi nombre, Ben, en su boca y no me molestaba en absoluto y empecé a mover las manos apretando suavemente por temor a hacer daño.

Para ese momento mi querido compañero ya saltaba desbocado queriendo liberarse de su tensión. Y para evitar que estallara, cerré los ojos fuertemente y me incliné hacia atrás.

Si alguna vez he subido al séptimo cielo fue en ese momento. Estrellas y puntos de colores revoloteaban por mi mente.

Me susurraba al oído de forma lenta y suave y mis manos avanzaban en su camino hacia un lugar sin determinar y con el que había soñado tantas veces.

Por un momento pensé en mi madre que podía volver en cualquier momento y pillarnos en una postura un tanto difícil de explicar.

Ya no pude soportar más y la tensión por fin explotó. Me liberé del todo. Las estrellas se hicieron de muchos colores y los puntos se abrieron uno a uno. No quería ni abrir los ojos.

De repente sentí la mano de Mari en mi hombro llamándome.

– Ben, Ben despierta.

Sí, me dije, ahora voy a abrir los ojos con lo a gusto que estoy. Su voz insistía una y otra vez y por fin los abrí.

Allí de pie, enfrente de mí estaba Mari, mostrando todo su valle, sus ojos clavados en los míos y me dijo:

– ¿Qué haces? ¿Te has quedado dormido?. Te dejaste la puerta abierta y entré para repasar la geografía.

La imagen del grueso libro de geografía entre mis piernas, una gran mancha en el pantalón del pijama, la cara de Mari y su aturdimiento.

No sé lo que dije pero ella salió precipitadamente casi sin despedirse.

Cuando llegó mi madre me preguntó si había tenido una buena mañana.

Claro, me dije, claro que la había tenido. Una muy buena mañana con un sueño feliz. Y además había aprendido todo lo que más me gustaba, cabos, golfos, valles, istmos, montañas, la mejor …….geografía humana.

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