Sombras

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Sombras

Por: Tamara

A ella, la mayor de todos, le decían la tonta…, su rostro en desconcierto, marcaba preguntas a sus escasos seis años. … ¡siempre lejos!, en otras manos, otro lugar… vagos residuos de memorias aguijoneando su cabeza…, manos bañándola…y labios besándola … sobándole su diminuto pipi….

La familia era de siete personas con tres camas y un fogón que se había acomodado a la entrada de un local desde donde podía apreciarse un círculo de color rojo brillante con la estampa del indio Hatuey, éste anunciaba el logotipo de la famosa cerveza cubana y la función que había desempeñado aquel lugar llamado BAR HATUEY.

El local del largo de la calle, con estructuras fuertes y viejas se comunicaba a un segundo piso por una escalera, permitiendo así, el acceso a cuartos y ventanales pequeños que sobresalían a los techos y aleros de cuartos inferiores, predominaba en éste, un color blanco perlado que resaltaba las manchas de aguas negras de filtraciones y roturas.

Los hermanos al cuidado de la mayor, corrían por los espacios vacíos, brincando y resbalando por ventanas y escaleras que hacían del lugar, un ambiente de diversión sin música, ni golosinas.

…. Recordaba la niña haber vivido un tiempo con la abuela en una pequeña casa de madera, muy sobria y pulcra, donde a veces jugaba en el portal con dos niñas del barrio, una hija única, de buenos modales que tenía muchas muñecas, tazas y platos, y la otra de familia disfuncional y numerosa.

Una mañana… aquel juego terminó más temprano de lo normal y la niña de buenos modales regresó a la casa con sus juguetes, la madre percatándose que le faltaban dos tazas y unos platos atravesó la calle como resorte exigiéndole a la abuela que interrogara a la nieta para conocer el paradero de los objetos.

Esta respondió… que la otra niña se los había llevado debajo de la falda apresuradamente al marcharse y que ella la había visto.

Tal respuesta provocó tanto revuelo entre familias y vecinos, que puso furiosa a la abuela, quien se acercó aceleradamente a la nieta y la abofeteó haciéndola tambalear y caer, no sin antes gritarle que ¨VIERA LO QUE VIERA NUNCA DEBIA DECIR NADA¨

¡Instintivamente llevó la niña sus manos a la cara y una lagrima corrió por sus mejillas, el asombro la dejó paralizada en un rincón llorando amargamente…! Su abuelo, analfabeto, le regaló una lagartija atada al cuello por una hierba seca para calmar sus ánimos y ella, viendo al pequeño animal contorsionándose desesperadamente, hizo una incipiente analogía que aumentó su dolor, sin saber a dónde ir o esconderse cuando la pena la embargara.

En las noches el local cobraba vida escuchándose sonidos con ecos de pisadas y puertas chirriando al viento que provocaban perturbadoras pesadillas.

No existían casas cerca y las personas que deambulaban por los contornos lo hacían a fuerza de minimizar su tiempo de recorrido.

El barrio a veces a oscuras servía de pretexto para el ahorro energético del país, los vecinos más cercanos conociendo de la ausencia de los padres por la labor de noche en una fábrica, acudían a traer golosinas o a llevarse a los hermanos más pequeños.

Una de esas noches en que los destellos de velas y linternas daban una ligera visibilidad a la calle, los hermanos y niños de la vecindad jugaban a los escondidos en una fábrica abandonada frente al local que servía de vivienda, La niña mayor, que ya era experta en esconderse, lo hizo detrás de una columna ancha para divisar el movimiento de sus hermanos.

Una sombra de estatura pequeña y corpuda se acercó a ella y pensando que era uno de sus amigos a punto de descubrirla se acurrucó… aún más.

– No te preocupes, ya están lejos – dijo la voz – están buscando en otros lados. – No precisaba aquella silueta… pero…le recordaba a alguien. Era… el amigo de su padre… siempre pasándole la mano por la cabeza. dándole besos húmedos y pegajosos y mirándola feo… su papa le insistía para que lo saludara en agradecimiento por traerle golosinas que ella no quería.

En ese momento, mostró confabulación. se agachó despacio y le dijo bajito.

– Ven, acércate, que te voy a esconder.

La niña temerosa se hizo un ovillo… él con una ligera presión la tomó lentamente por la mano y la atrajo hacia si entre sus piernas abiertas en posición de cuclillas. La abrazó y tocó sus pequeñas nalgas descubiertas por el vestidito corto con tal fuerza que le hizo sentir su miembro duro dentro del pantalón rozándole debajo de su vestido.

La niña rígida miraba desesperadamente deseando ser descubierta.

Se escucharon voces de amigos y hermanos que pronunciaron su nombre y corrieron de un lado hacia el otro proyectando sombras en paredes y pisos.

El amigo de su padre asustado resopló un vaho repugnante frente a la cara de la niña y balbuceante dijo.

– Vete…, vete que te están buscando… ¡no digas donde estuviste escondida!

Bien sabía ella lo que costaba decir algo que no debía decirse. Se desprendió con fuerza y huyó hacia sus hermanos que le gritaron

– Vamos… que llegaron papá y mamá

Entraron corriendo y brincando sin percatarse que aquel hombre ya estaba … al lado de su padre. La niña bajó la mirada y como un bólido pasó por el lado de los dos hacia los cuartos, no sin antes, escuchar a su padre que decía:

– Esta niña. siempre desmelenada, no saluda a nadie.

A lo que el otro con voz cómplice y melosa, refirió.

– Déjala, …es solo una niña …otro día será.

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