No me dejes Caer

Inicio / Dramáticos / No me dejes Caer

No me dejes Caer

Por: Adrián E. Belmonte

No me dejes caer. No importa cómo haya llegado a encontrarme en esta situación, en este borde del abismo, en este punto de no retorno del cual no pueda volver, tanto si decido despeñarme de forma voluntaria como si, sin previo aviso, se desprende el suelo bajo mis pies. Qué más da si me he arrastrado aquí por mi propio pie, si me ha remolcado la deriva o si fueron otros inicuos protagonistas los que me empujaron hasta este abominable lugar. Lo único que debes comprender es que, si me ves implicado en esta triste realidad, existe una sola alternativa que debes elegir.

No me dejes caer. Aunque me deje llevar, aunque me encuentre tan cegado por la inconsciencia o la estupidez y anhele asomarme a este fracaso para, tras juguetear con un frágil equilibrio en el margen, dar un fatídico paso hacia adelante. No me lo permitas, te lo ruego. Puede que no sea culpa mía. Puede que los acontecimientos hayan decidido condenarme sin que yo lo mereciese, o que sean las personas que me circunvalan las que, bienintencionadas o cautivas de una naturaleza abyecta y vil, me hayan arrojado al saliente de la insondable fosa. Puede que a ninguno de esos traidores les importe siquiera, o incluso que se permitan quedarse en primera fila para convertirse en testigos de excepción del triste espectáculo, la tragicomedia de mi vida acometiendo el descendente tránsito por la tenebrosa sima. Pero, por más gente que exista en derredor, esto nada les concierne. Trata de ti y de mí. Trata de que, aquí y ahora, me enfrento cara a cara al vacío más absoluto, y has de persistir a mi vera para neutralizar la inestabilidad. Cumple con tu trascendental cometido.

No me dejes caer. Vale, es cierto: puede que incluso, en este justo instante, tan cotidiano para el resto como crucial para mí, deba satisfacer esa deuda. Puede que haya atesorado méritos suficientes para sentir de qué modo me precipito hacia las profundas tinieblas, sin que se me conceda considerarlo, sin mediar embustes, una sentencia improcedente. Puede que me haya hecho acreedor de que nadie me exima de dicha penitencia, que me haya granjeado de manera inexorable esa maldita colisión, estrellarme contra una dolorosa realidad por culpa de, lo confieso, no haber sabido gestionar con honradez la anterior verdad. Puede que, aunque no lo haya hecho mal a propósito, sea digno de tan réproba represalia. Pero no hallaré expiación alguna si no desenmascaro la correcta alternativa para remendar aquello que he estropeado. Si me doy de bruces contra el
fondo del pozo, donde solo existen sombras, donde nada podré atisbar, nunca lograré reparar lo que una vez rompí. Para conseguir redimirme, preciso que hagas una cosa por mí.

No me dejes caer. Quizá haya estado impetrando con clamor tu abrigo día y noche, y tú hayas hecho caso omiso de mis alaridos porque no lo has entendido, o porque no me has creído, o porque te ha dado igual. Quizá te hayas acostumbrado a mi perpetua disconformidad. Quizá Darwin te aconsejó en su ignorancia, y lo más adaptativo para ti fuese interpretar mis lamentos como una frívola parodia de Pedro y el lobo. Quizá me hayas escuchado proclamar en tantas ocasiones que estoy al filo del tormento y, al acudir a socorrerme, comprobases con indignación que mi narcisismo solo codiciaba sostenerse en el centro de atención durante un rato más. O quizá sea al contrario, acaso hayas obviado mis voces de auxilio porque también tienes tu vida, y te dediques a afrontar tus problemas antes de arrostrar los míos. Quizá te haya compelido a asegurar tu propia fortaleza, para evitar ser tú quien se vea amenazada con presentar sus credenciales al mismo siniestro agujero. Pero, sea cual sea el motivo, carece de significado ya. Todo ese bagaje resulta irrelevante si, llegado el momento, intervienes como necesito. Porque te necesito.

No me dejes caer. Tal vez no arribé a avisarte nunca, puede que haya permanecido en silencio todo el tiempo; puede que haya permanecido en silencio toda la vida. Quién sabe si, bien que sepa a ciencia cierta que me aproximo al abismo, no reclame ayuda por soberbia, o rechace tu amparo cuando me lo ofrezcas. ¿Me ofenderé y te recriminaré que ni quiero ni requiero tu salvamento ni el de nadie? No seré yo el que lo niegue. Pero, por favor, a pesar de todo, no me abandones a mi suerte. Puede que abjure porque, en realidad, ansíe que me agarres aunque no te lo diga, o incluso pregone lo contrario: es posible que, en ese instante, esté implorándote que me salves. Quizá estimes que no te lo estoy pidiendo, quizá no me lo escuches proferir, quizá estas palabras jamás broten de mi boca. Mas puede que me encuentre suplicando en silencio que me socorras solo porque no sé chillar más fuerte, porque no sea capaz de bramar que necesito ayuda, porque me resulte imposible rogarte desesperado que me aferres e impidas que mis pies traspasen el linde que me separa de la caída. Descíframe como el paradójico jeroglífico
en el que me he convertido: el hecho de que mis labios permanezcan sellados mientras mi ánima se desmorona se corresponde con el más descomunal y primario grito de auxilio. Te creeré cuando me reveles que no hallas más que trabas en mi proceder, pero, si al final me descubres en mi desdicha, ayúdame. Ayúdame aunque mi reacción sea negarme a que así actúes: eres consciente de que tu intervención es decisiva. En todo el universo solo existe un único objetivo ya.

No me dejes caer. No me lo permitas, porque es probable que si caigo, si me derrumbo y me abato a través de la más oscura de las simas eternas para acometer el doloroso y lacerante descenso, experimentando el más espantoso y tremendo de los impactos contra la desgarradora realidad que me envuelve, puede que nunca más sea capaz de levantarme e incorporarme de nuevo al mundo real. ¿Me estableceré allí, perduraré en mi dolor, en mi vergüenza, en mi castigo, durante el resto de mi vida? Inadmisible: eso es algo que no me puedes consentir. Da un paso adelante, ofréceme tu mano, excava un refugio en tu biografía y empújame dentro, encadéname a tu alma para que no pueda escapar y regresar de nuevo al pie del precipicio. Escúchame si es lo que te pido, destiérrame de mi propia mente si vislumbras que me consumo, lee lo que escribo si no sé contártelo de otro modo. Acompáñame si es a lo que aspiro, y reside próxima cuando te repudie, pues pronto me daré cuenta de que me urge tu escolta. Pero ayúdame, ayúdame aunque lo que me ofrezcas ni siquiera parezca ayuda. Insúltame, échame en cara mi majadería, consigue que reaccione de cualquier manera. Encuentra la forma, no importa cuánto arriesgues. Haz lo que haga falta.

Pero no me dejes caer.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies