El Trabajo Perfecto

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El Trabajo Perfecto

Por: Antonio Mompeán

El aviso de salida llegó a las dependencias a primera hora de la tarde de un día cualquiera de septiembre. Durante las guardias los distintos integrantes de la plantilla solían pasar el tiempo realizando diversas actividades, acompañados o en solitario, con el fin de que las jornadas no resultaran demasiado tediosas. Escuchaban música, leían, jugaban a las cartas, veían la televisión; cualquier actividad que sirviera para que el día no fuera aburrido, aunque, paradojas de la vida, cuanto más aburridos fueran sus días, mejor para la sociedad.

Muchos habían escogido ese trabajo porque les gustaba el componente intrínseco de servicio público que conllevaba. Tenían vocación, la mayoría, por servir a los demás, por ayudar, por realizar una labor de gran reconocimiento. Sin embargo, sería una buena señal que apenas tuvieran que realizar ninguna actuación durante sus días de trabajo.

Jaime, como el resto de los compañeros, tuvo que dejar inmediatamente lo que estuviera haciendo y acudir rápido a los vehículos, los cuales, en apenas un par de minutos, estaban preparados para salir. Según los protocolos establecidos, en pocos minutos tendrían que estar en el lugar donde era necesaria su presencia. Todo quedaba en las dependencias tal y como lo dejaban, parecería un auténtico desorden a ojos de un profano, pero no podían entretenerse en recoger, esa tarea siempre tenía que hacerse a la vuelta.

No podía evitarlo, suponía que a los demás compañeros les pasaría lo mismo, siempre que se dirigían a la respuesta de cualquier aviso, salvo que supieran de antemano que se trataría de algún asunto sencillo sin demasiada dificultad, sentía un poquito de nerviosismo y ese cosquilleo en el estómago. Seguramente la adrenalina comenzaba a realizar su función.

Se trataba de un inmueble muy antiguo, cuatro plantas de altura y sótano, situado en el casco viejo de la ciudad, donde aún resistían los edificios antiguos y solares que habían podido aguantar el imparable avance de la especulación urbanística. No estaba habitado del todo, un par de familias de inmigrantes con muy pocos recursos, un par de ancianas que vivían solas y otro par de matrimonios, de ancianos también, que se resistían a abandonar lo que había sido su vivienda durante toda la vida.

El humo comenzó su aparición en la parte baja del edificio, concretamente en el sótano del mismo. Afortunadamente, uno de los inquilinos jóvenes que habitaban el mismo entraba en el inmueble en ese preciso momento. Con la ayuda de algún miembro de su familia no le resultó muy difícil poder evacuar a los vecinos mayores ya que, casualmente, éstos residían en la propia planta baja y en el primer piso.

Las sirenas de los vehículos de emergencia comenzaron a escucharse a lo lejos. En pocos instantes el sonido comenzaba a aumentar su intensidad, gradualmente, lo que indicaba que ya se encontraban muy próximos. Por fin, los vehículos doblaban la esquina y enfilaban la calle donde se encontraba el edificio. Por suerte, se trataba del casco antiguo de la ciudad, pero sus calles permitían, respecto a su anchura fundamentalmente, que pudieran desenvolverse sin problemas los camiones de bomberos que acababan de llegar.

El fuego se extendió rápidamente por el edificio, dada su antigüedad y los vetustos materiales con los que estaba construido, por lo que ya eran visibles grandes llamas que salían de los pisos superiores, además de la gran cantidad de humo que había en la parte baja del mismo.

Los bomberos, como un ejército cientos de veces entrenado y perfectamente coordinados, bajaron de los vehículos y comenzaron a desarrollar su labor. Un destacamento se colocaba, ajustaba, repasaba y revisaba los equipos de respiración autónoma, los equipos de iluminación y se hacían con el instrumental necesario, listos para introducirse en el edificio. Otro grupo se encargaría, principalmente, de extender, preparar y conectar todo el sistema de mangueras, y demás material, con el fin de comenzar a atacar el fuego con agua desde el exterior.

Jaime llevaba poco tiempo en el Cuerpo. Había aprobado las oposiciones a la primera, con la dificultad que conlleva dicha tarea. Estudió como un loco, se preparó las pruebas físicas a conciencia, se sacó los permisos de conducir pertinentes y tuvo suerte en la parte que más le preocupaba de todas, la entrevista con el psicólogo. Tuvo suerte porque en la convocatoria a la que se presentó no había tal entrevista. Sí tuvieron que hacer una serie de pruebas por escrito de carácter psicológico y de personalidad, las cuales fue capaz de solventar satisfactoriamente.

Dada su poca antigüedad hasta el momento, todavía no estaba asignado a los equipos que accedían a los edificios, aunque, evidentemente, pues todo veterano había pasado por este proceso previamente, esta situación iría cambiando progresivamente, e irían asignándole poco a poco entradas a lugares sencillos en principio, con el fin de ir ganando en experiencia. Con el tiempo estaba seguro de que así sería, además, era una situación que la deseaba con todas sus fuerzas.

De este modo, cuando ya el operativo estaba funcionando, con la sincronización y exactitud habituales, llegaba un momento que Jaime se encontraba como un mero espectador. Eso sí, como un espectador de lujo, pues se encontraba en primera fila, más cerca que nadie. Contemplaba cómo algunos de sus compañeros atacaba, con el agua, el edificio desde el exterior y otros trabajaban en el interior. Pero lo que más le gustaba ver eran las llamaradas de fuego, no en vano el fuego tiene cierto efecto hipnótico sobre mucha gente, cuántas personas se quedan grandes ratos mirando unas llamas cuando se encuentran delante de una fogata o una chimenea.

Es cierto que, en una sociedad perfecta, en un mundo utópico, lo ideal es que no hubiera incendios, ni urbanos ni forestales, para que aparte de las vidas, que es lo más importante, no se perdieran bienes materiales y naturales. Pero el fuego es un elemento que tiene una energía propia, unas características, que lo hacen poderosísimo, casi como si se tratara de un ser vivo, no invencible, porque después de un arduo trabajo, a veces extenuante y extensísimo en el tiempo, siempre se le acaba venciendo, pero casi. Eso era lo que pensaba Jaime, por eso estaba convencido de que tenía un trabajo perfecto, pues podía disfrutar del fuego de cuando en cuando.

Finalmente, el fuego pudo ser controlado y extinguido, por suerte sin contratiempos o incidencias que pudieran haber afectado a cualquier miembro de los equipos. Los bomberos procedieron a recoger todo el material, a dejar en manos de las fuerzas y cuerpos de seguridad el escenario del siniestro con el fin de regresar al Parque, donde tendrían que proceder nada más llegar, como era reglamentario, a revisar y comprobar todos los equipos, herramientas y vehículos, para dejarlos listos y preparados para una nueva salida.

Jaime volvía a la base muy contento, seguramente, el más contento de todo el equipo. Pero no porque hubiera tenido una actuación muy destacada, o hubiera recibido alguna felicitación de sus compañeros o de un superior, por ejemplo. No, nada de eso había sucedido. Volvía contento porque había estado contemplando el fuego en su máximo esplendor, con toda su energía y, lo que era muy importante, a pocos metros del mismo. Había contemplado su admirado fuego en un incendio que él mismo había provocado.

Una semana antes merodeaba por el barrio donde acababan de actuar, observando y buscando edificios e inmuebles que pudieran ser útiles para su propósito. Debían tratarse de estructuras los más antiguas posible, con sistemas eléctricos y cableados obsoletos y fáciles de manipular, y con fácil acceso a donde se encontraran los mismos. Después, gracias a los conocimientos que había adquirido preparando la oposición, más las innumerables horas delante del ordenador navegando en Internet con el fin de adquirir toda la información que precisaba, no le fue difícil desarrollar e instalar un pequeño sistema que le permitiera provocar un cortocircuito en el día y hora que previamente se hubiera programado.

Las tareas de limpieza y revisión de equipos, aunque necesarias, no eran precisamente lo que más agradaba a los miembros de la plantilla, sobre todo después de llegar bastante cansados después de una intervención. Por lo tanto, como ocurre en muchos otros trabajos, eran tareas destinadas a los miembros más novatos.

Pero Jaime las estaba llevando a cabo con una sonrisa de oreja a oreja, con un rostro de felicidad inmenso. Cualquiera diría que estaba realizando labores de limpieza. Pero él acababa de regresar de estar junto a lo que más admiraba y ya estaba pensando en la próxima vez que tuviera un encuentro con su admirado elemento, a ver si con un poco de suerte ya podría formar parte de los equipos que entraban en contacto más directo con el fuego, con su fuego. Si no surgía alguna incidencia de forma natural… ya se encargaría él, ya sabía cómo hacerlo.

Desde luego, Jaime sabía que tenía el trabajo perfecto… para tratarse de un pirómano.

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