Madre Naturaleza, Padre Museo

Inicio / Dramáticos / Madre Naturaleza, Padre Museo

Madre Naturaleza, Padre Museo

Por: Avanti

Las nubes comenzaron a agitarse cuando el sol ya declinaba, el viento las
zarandeaba y, al instante, una lluvia intensa arreció.

Ya casi había terminado, el paisaje cambió radical. La luz mortecina, un cielo
gris azulado muy oscuro salpicado de agua, los tejados mojados de un color rojo
escarlata…componían el paisaje en el que ahora se refugiaba.

Recogió todo, debía continuar unos días más para acabar, así estaría lista la
nueva obra.

Era una vista hermosa, deseaba tenerla siempre, cerca, que la pudiera tocar,
todos los días, los colores, la brisa, la luz…a diferentes horas, en distintos días.

Tenía de todos los tipos y tamaños, eran una recreación de lo que más le
apasionaba, y que en los últimos tiempos reflejaba en sus lienzos y tablas. Su tensión
creativa y la constante inquietud soterrada en la luminosidad de su arte, la llevaban a
todos los lugares a los que ya no podía ir.

Hilda frecuentaba el MUBA cuando bajaba a la ciudad, reconocía al museo la
capacidad de enseñar, el gusto por la pintura que la naturaleza sola no podía darle.

Eugenio Hermoso, Eduardo Naranjo, Antonio Juez…eran algunos de los
maestros que admiraba, todos artistas regionales de reconocido prestigio a todos los
niveles, con obras plásticas impresionantes.

Recorría la primera planta y, particularmente, la baja. El conjunto arquitectónico
se articulaba en torno a un gran patio interior con el que comunicaban los tres edificios
de la pinacoteca, alcanzándose en uno de ellos una altura máxima de tres plantas. Tras
su última ampliación, inaugurada ese año, la colección se mostraba a través de un
recorrido que permitía a Hilda viajar hacia el pasado a partir de un nuevo discurso
expositivo renovado, para comenzar con las piezas de los siglos XX y XXI, y concluir
con las más antiguas del siglo XVI.

Cuando entró, no sin antes visualizar al paso en la planta baja a Alberti, Picasso,
Dalí, Tàpies, Toral…, sus litografías y grabados, siempre presentes, continuó hasta la
pintura de Pérez Espacio, creador coherente incansable. La idea, el tema, la obsesión,
representada por el cuerpo humano, casi siempre desnudo. Es un placer haberlo tenido
tan cerca – recordaba Hilda -, ya que Ángel había sido su ídolo y maestro un tiempo
atrás.

El recorrido seguía, sorteando la presencia de numerosas esculturas tras el
enorme ventanal que daba al patio y a la calle Duque de San Germán: “Gestación” en
bronce de Martínez Giraldo, y desnudos femeninos, bustos y cabezas de hombres en
escayola y bronce del escultor Juan de Ávalos, para después contemplar “Sueños
blancos” de Eduardo Naranjo. Su dibujo excepcional y realismo se mezclaban
hábilmente con el mundo de los sueños, en un recuerdo melancólico. Pasado, presente y
futuro, provocan el enigma y la mirada triste del joven rostro – interpretaba Hilda. El
contraste con sus manos cansadas y las telas gastadas por el paso del tiempo, la
conmovían.

Ya estaba viendo a Ortega Muñoz, campesinos y castaños, magistrales obras de
este gran maestro que atesoraba la colección del museo. En ellos, Hilda se recreaba
observando a hombres y paisajes que se fundían en un íntimo diálogo esencial,
quedando para siempre eternizados por su magia creadora.

Subía por fin a la primera planta, para continuar con Eugenio Hermoso y
Covarsí; sus obras marcaban el fin de su recorrido. “La muchacha de la manzana” de
Eugenio Hermoso, que plasma a la mujer con esa gran frescura, sonriente, sosteniendo
el simbólico fruto. En sus obras ella siempre percibía el silencio, se embriagaba con el
aroma de las flores de los patios tranquilos en las viejas casa de pueblo. Admiraba a
Hermoso y a Covarsí, ahora de este último miraba “El novio de Lucinda”, uno de los
temas cervantinos que reflejaban su estancia estival en tierras lusitanas. En “Brumas
invernales” y “Otoño”, observaba que los paisajes se convertían en protagonistas, el
color se aclaraba, la pincelada era más suelta con cierto carácter impresionista. Cielo de
infinitos matices dorados, que se unía con el suelo en el horizonte con una secuencia
interminable de especial colorido. La última etapa de esa evolución “Otoño”, simulaba
un ventanal al campo – describía en silencio.

Aquel día había nevado, la carretera hacia la sierra del Arca estaba muy cubierta
por la nieve, no paró de nevar desde a mediodía. Aún quedaban unos kilómetros para
llegar a la casa, cuando el dos caballos rojo derrapó.

Anochecía cuando Pedro avisó al 112 ante la tardanza de su mujer y las
continuas llamadas sin respuesta al aparato electrónico que llevaba, tal vez porque
estaba sin cobertura.

Sus medias estaban rotas, su maquillaje corrido…una lágrima resbalaba por su
mejilla. Perdió la consciencia durante tres meses que permaneció en el hospital, y
despertó con una sonrisa de agradecimiento por estar viva, lo que no sabía es que sus
piernas no se movían.

Habían pasado 25 años, en la planta baja del MUBA Pedro contemplaba una
obra firmada por Hilda R., 2017 “El Arca del agua”, óleo sobre tabla 1.10 x1.20 m.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies