La Vieja Dama

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La Vieja Dama

Por: Luis Seco de Lucena Moreno

Todos han oído hablar de esa dama anciana, muchos han llegado a conocerla y otros saben que está ahí, que ha estado desde siempre, mucho antes de que llegáramos nosotros, es más, es tan vieja que se cree que tiene más años que Matusalén.

A pesar de que todos conocen el camino, no es tan fácil llegar a ella, pero a pesar de las complicaciones la mayoría de las personas no cejan en su empeño de llegar a ella.

Luego están los otros, los que saben, aunque sea de oídas, que existe, pero no están dispuestos a esforzarse en alcanzarla, a los que les resulta pesado el camino que hay que seguir. Estos inventan infinidad de excusas para justificarse ante los demás y a ante ellos mismos, incluso llegan a despreciarla y a mofarse de los que han conseguido, en mayor o menor medida, llegar a conocer a la anciana.

También están los que quisieran emprender el camino, pero a los que la naturaleza les ha puesto impedimentos físicos o mentales. Estos, al contrario que los anteriores, admiran a la anciana y a los que han seguido el camino con mayor o menor éxito y que en su día a día deciden seguirlos y tomarlos como ejemplo. Es más, pienso que en realidad a este grupo es la anciana la que de alguna manera a llegado hasta ellos.

Recuerdo el día que yo decidí emprender el camino para ir a conocer a la dama. Apenas había empezado a leer y a escribir. Al principio fue muy llevadero, bastante fácil porque en realidad no tenía otra cosa que hacer que seguir las indicaciones que me daban y, por mi parte, poner un mínimo de esfuerzo. Pero he de reconocer que a medida que me adentraba en el sendero hubo tramos que se hacían más cuesta arriba, pero que solventaba con un poco más de empeño.

Uno de esos momentos ocurrió durante mi adolescencia. No sólo se produjeron cambios físicos en mí, también, además de despertar a un mundo nuevo de sensaciones, empecé una etapa de rebeldía en la que exigía mi propio espacio con una arrogancia que irritaba a los que me rodeaban y a mí me hacía sentirme mucho más importante y sábelo todo, lo que me llevó a relajar mi deseo de avanzar en el camino.

Pero sin duda el momento más duro y trágico tuvo lugar siendo ya un joven adulto y que casi me cuesta dejar la búsqueda y abandonar el camino de una manera dramática. Conocí a gente de esa de la que hablaba al principio, para los que el esfuerzo era algo que no podían entender y que se limitaban a seguir sus más bajos instintos y vivir totalmente despreocupados de cualquier responsabilidad. Siempre repetían lo mismo: “si vamos a estar aquí dos días por qué preocuparse, vivamos la vida”.

Por un tiempo caí en la tentación y di de lado a la vieja dama. ¿A quién no le gusta un poco de desenfreno? Así fue durante no poco tiempo, es muy fácil caer en el pozo más oscuro del ser humano y muy difícil, tremendamente difícil, salir de él.

Una mañana al despertar entre basura y desechos humanos junto a uno de esos nuevos amigos, descubrí que este había iniciado un camino muy distinto, definitivo, con una aguja clavada en el brazo.

Conseguí, no sin dificultad, y gracias a mucha ayuda de familiares e instituciones, recuperarme de este tramo de mi vida tan trágico.

Volví al sendero que me llevaría hasta la vieja dama alternando la búsqueda con el trabajo y la familia. Conocí a una mujer maravillosa y juntos nos volcamos en criar y educar a los tres hijos con los que fuimos bendecidos.

Sobrellevando las rutinas propias de la vida fueron pasando los años y, a pesar de que no era capaz de ver el fin del camino, cada día que pasaba me sentía más cerca de la anciana.

Llegó el día, después de muchos años, en el que supe que ya no podía continuar en la senda que había iniciado siendo un chiquillo. Anciano y casi ciego, me faltaban las fuerzas para seguir y con muchos recuerdos perdidos Dios sabe dónde.

Una noche, acostado en la cama y sin poder conciliar el sueño, sentí la necesidad en mi interior y aunque no pudiera oírme de disculparme ante la anciana.

— Lo siento vieja dama no he podido llegar hasta ti, pero debes saber que lo he intentado.

—¿Por qué te disculpas, acaso crees que has fracasado? —Me interrogó una voz en mi cabeza.

— Así lo creo, no he sido capaz de llegar hasta el final del camino. — Contesté sorprendido por la voz que escuchaba en mi interior.

— ¿Y acaso crees que alguien puede? Es imposible para cualquier ser humano llegar a conocerme plenamente.

— Pero yo quería conocerte, llegar a saber.

— Y lo has hecho, me has conocido hasta donde tu esfuerzo y tus posibilidades te han permitido. Esa también soy yo.

— Pero solo he aprendido un poco y sé que hay mucho más.

— Eso que tú llamas un poco ya es mucho y te hace merecedor de mi respeto y de los que te han conocido.

— ¿Quieres decir que he conocido la SABIDURÍA a pesar de no haber llegado hasta el final?

— Sí, tú me has conocido.

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