Infierno del 75

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Infierno del 75

Por: Debedea

Aquella fue la peor tarde del verano del 75, las suelas de los zapatos se fundían en el asfalto, la cigarra lanzaba su intermitente canto, mientras la publicidad aérea ondeaba como reclamo de alguna marca de productos, en un limpio e impecable cielo azul. Un gran campo de trigo rodeado de pared de piedra seca era el lugar preferido donde los niños a la caída de la tarde se encontraban para jugar, en aquella época la calle era un ilimitado espacio de juegos.

Nadia, acababa de tener un fuerte altercado con su padre. Éste había llegado borracho como de costumbre. Hizo ademán de pegarle, pero ella cogió una silla y, levantándola con fuerza, le dijo: —Como se atreva a ponerme una mano encima, se la parto en la cabeza. Salió a toda prisa bajando aquella escalera empinada de peldaños deformes, tan deformes como su vida. Se montó en su bicicleta, era la única forma que tenía de escapar, salir de allí, de la casa del terror. Pedaleó durante horas sin rumbo, ya no aguantaba más, cada día era peor sobre todo en verano, había una señal inequívoca; cuando su padre llevaba helado a casa no significaba pasar un buen rato en familia sino más bien todo lo contrario, era la antesala de la bronca; de los malos tratos, de los insultos, de la violencia y el miedo, pero ante todo, de la impotencia que sentía frente a una situación que iba de mal en peor. Cansada de pedalear se refugió bajo los cimientos de una casa abandonada, le recordó su propio abandono que ya hacía tiempo que la estaba consumiendo desde dentro hacia fuera. Estuvo allí hasta que le pareció que su padre no estaba en casa, que ya no había peligro. Se sentía completamente sola, la angustia era como una daga que le atravesaba el corazón, la tristeza contenía las compuertas del dolor y la cólera que empujaban por salir, notó cómo el dique de sus sentimientos liberaba toda aquella furia, ahogándola en la profundidad de su propio llanto. Las circunstancias de su madre no le permitían apoyarla, pues ella era la que salía peor parada y su hermano era demasiado pequeño. Los tres convivían con un monstruo que no estaba en ningún armario, de día se convertía en una persona normal, de puertas para afuera era el mejor amigo, el mejor vecino, el más simpático del bar, el que invitaba a todos a rondas, o el que hacia favores a los demás. Nadia, se fue encerrando cada vez más y más en sí misma, creando un mundo interior que la protegía de un exterior cada vez más devastador y cruel.

Aquel mismo verano había decidido labrarse un futuro, con la finalidad de poder marcharse lo antes posible de aquel lugar maldito, aunque una cosa tenía muy clara: no dejaría allí a su hermano. Se matriculó en la escuela de formación profesional en la rama administrativo-secretariado. Eran las ocho de la mañana del quince de octubre de mil novecientos setenta y cinco, su estómago parecía un ascensor: subía y bajaba sin control, los nervios bloqueaban sus pensamientos; era el primer día de clase, atrás quedaban los años de EGB y los restos de aroma a niñez, que aun parecían impregnar los pocos juguetes que todavía conservaba en su habitación.

Un edificio imponente de dos plantas se erguía desafiante frente a ella; el interior era muy amplio: contaba con un gran patio abovedado presidido por una gran escalera central que subía a las aulas, la mayoría de las ventanas eran exteriores, lo que permitía que entrara la luz natural. El primer año resultó muy complicado para ella, no solo por las diecisiete asignaturas, sino por los graves problemas familiares que tenía. Le impedían poder estudiar y concentrarse en las materias, lo cual hacía que le costara el doble. Salir de su pueblo para ir a estudiar a la ciudad le abría todo un mundo por descubrir y, a la vez, era una importante válvula de escape para evadirse de aquel infierno.

Tres años después había terminado sus estudios. Al cabo de un tiempo, encontró su primer empleo en una Asesoría fiscal, nunca se sintió discriminada por ser mujer, el salario era el mismo que el de sus compañeros, y con el transcurso de los años desarrolló su faceta creativa, le gustaba escribir poesía, dio varios recitales y ganó algunos certámenes. Pero, su mayor premio era que su hermano se marchara con ella. No fue exactamente así, aunque él tampoco se quedó en la casa del terror. Se casó, y se fue muy lejos de allí.

Nadia, logró soterrar en el pasado más profundo aquellos años de dolor e intenso sufrimiento. Se fue moldeando a sí misma resurgiendo de sus propias cenizas pero con una clara convicción: hacer las cosas bien. Sin duda, aquellos oscuros años le habían pasado factura, se había vuelto arisca, desconfiada y hermética, aunque a la vez habían servido para curtirla en la vida, haciéndola flexible ante la adversidad como el bambú al empuje del viento.

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