Descenso a la Locura

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Descenso a la Locura

Por: Sara Alonso Barber

No espero que se crea toda la historia que os voy a relatar, sin embargo, creo que mi alma descansará en paz si empiezo a escribir estas líneas.

Me llamo Fabián, vivo en un orfanato desde hace más de medio año, antes vivía con mi tía Dolores, ya que cuando tenía la tierna edad de tres años mis padres enfermaron de tuberculosis y fallecieron, siendo la hermana de mi madre, quien se hizo cargo de mí.

De pequeña, mi querida tía era muy buena y pacífica, tanto que sufría las crueles burlas de los demás niños y niñas, esto le llevó a refugiarse con los animales, en especial por los roedores.

Dolores, pasaba la mayor parte de su tiempo con estos animalitos, les alimentaba y les daba todo el cariño que a ella le faltaba.

Pasó el tiempo y se convirtió en una joven no muy agraciada, la recuerdo algo gruesa y rolliza y una expresión cómica en el rostro, pero su carácter dulce y afable cautivó a Narciso, un hombre al que le encantaban los animales, como a ella.

Vivían en una casa grande junto a dos perros, cinco gatos, dos periquitos y un hámster, éste último era de color marrón y blanco con dos perlas negras minúsculas como ojos.

Dolores, limpiaba la jaula cada día hasta dejarla reluciente, lo alimentaba con pequeños manjares y cada noche el hámster se sentaba en su regazo mientras ella leía o bordaba vestidos para muñecas. No hablo mucho de su marido, pues apenas le conocí, se marchó un buen día sin dejar rastro, apenas se vio afectada por la ausencia de mi tío.

Un buen día, Dolores encontró trabajo de cocinera en una casa de personas muy acaudaladas, todo iba de maravilla, hasta que sin razón alguna despidieron a mi pobre tía.

Perdió el único medio de alimentarnos, recuerdo que a pesar de aquella desgracia su esperanza jamás se quebró y buscó con mucho ahínco otro empleo, sin embargo se vio con muchas puertas cerradas y negativas por respuesta.

Fue entonces cuando desesperó, su carácter sufrió un cambio muy brusco, empleaba un vocabulario grosero conmigo y descuidaba tanto su imagen que aparentaba el doble de su edad.

Los animales que teníamos en casa, se percataron del cambio tremendo que sufrió su dueña, les golpeaba y les dejaba fuera de casa en la negrura de la noche.

No obstante, a su querido roedor, aunque sentía un odio visceral hacia él, no se atrevía a maltratarle.

Una tarde, cuando regresaba del colegio la sorprendí golpeando al pobre hámster de la siguiente manera: Lo tenía atado con una cuerda y golpeaba la pared con su diminuto cuerpo, intenté detenerla, pero no pude, con una fuerza que desconocía que tuviese Dolores me asió de un brazo y me encerró en una habitación bajo llave.

Pasó un tiempo eterno viendo a través de una ranura cómo seguía torturando al pobre animal, mientras una gruesa lágrima resbalaba por mi mejilla.

Dolores, cambió el cariño que antes mostraba a su pequeño ratoncito por la tortura, día tras día, ante mi impotencia de no poder ir en su ayuda.

Una madrugada, desperté y me levanté con una incontrolable necesidad de usar el lavabo, al acercarme vi a mi tía llenando de agua la bañera, pensé que se daría un baño y me volví a acostar.

Tuve un terrible presentimiento y fui corriendo para ver cómo ahogaba a su mascota más querida, me lanzó una mirada fulminante y continuó hasta que el roedor se ahogó.

Con lágrimas en los ojos cogí su pequeño cuerpo y le di sepultura en nuestro jardín, entré y no sé cómo volví a conciliar el sueño.

Durante los días siguientes tuve una extraña pesadilla en las que veía a Dolores ahogando a su hámster y cuando ella se descuidaba el roedor salía del agua y desfigurada su rostro.

Una mañana de noviembre, desperté y vi a mi tía discutiendo con unos señores puestos de traje negro y corbata, me dijo que teníamos que marcharnos de nuestro hogar, el alcalde nos iba a derribar la casa por culpa de las deudas acumuladas.

Un gran temor se apoderó de mi ser ¿Qué sería ahora de nosotros? Dolores me hizo reaccionar con un pellizco en el brazo, cogimos todas nuestras pertenencias y salimos a la calle. Me aconsejó que no mirara cómo se derrumbaba, pero no pude evitarlo y vi cómo la casa donde me crie se venía abajo como si fuese de papel.

Abatidos por la tristeza nos alejamos de allí con el rostro empañado en lágrimas, mi tía me confesó que no teníamos dónde cobijarnos y que tendría que ganarme mi propio sustento y el de ella, ya que Dolores estaba cada vez peor de su artritis.

Tras caminar un buen rato y caer la oscuridad de la noche sobre nosotros, nos adentramos en una casa abandonada y medio en ruinas, el edificio estaba lleno de roedores que buscaban algo que llevarse a su estómago.

No conseguía conciliar el sueño, hacía mucho frío y estaba asustado, de pronto alcé la vista y frente a mí vi un ratón igual a nuestra desdichada mascota, la única diferencia es que éste tenía una mancha negra en la parte inferior de su cuerpo.

Desperté a mi tía que dormitaba a mi lado y le señalé con el dedo el particular ratoncito, ella le causó mucha ternura y me prometió que jamás volvería a hacer daño a ningún animal, compungida me dijo que estaba muy arrepentida de el terrible final que le dio a su querido hámster, los dos nos abrazamos y lloramos por nuestra desdichada vida.

Al principio, Dolores cuidaba y mimaba al hámster con todo su amor, sin embargo, conforme fue pasando el tiempo comenzó a odiarlo por la similitud que tenía con nuestro anterior roedor y porque por muy extraño que parezca la mancha que tenía en su pelaje se iba pareciendo a la de una bañera, quizás fuera el propio sentimiento de culpa de haber matado a su anterior mascota o lo más probable que la mente comenzaba a jugarle malas pasadas.

Comenzó a maltratar al pobre animal de la forma más cruel posible, hasta que el animalito desapareció.

Dolores, en su locura, me pegaba y me profería los peores insultos, haciéndome sentir el ser más desgraciado de toda la faz de la tierra.

Un buen día, creyendo que mi tía recuperó la cordura que había perdido salí a buscar algo que llevarnos a la boca.

Estando Dolores sola un sonido tenue le hizo mirar al suelo, era el pequeño hámster que regresó para darle otra oportunidad de resarcir el mal que había hecho, pero ella, abriendo los ojos, lanzó de un fuerte manotazo al pobre animal contra la pared.

El roedor fulminó a mi tía con una mirada de ira y venganza, con un fuerte chillido llamó a todos sus camaradas. Aterrorizada oyó un estrepitoso ruido, las piernas le temblaban al ver avanzar hacia ella un ejército de toda clase de roedores hambrientos de venganza.

Yo entré en aquel mismo momento en el que era atacada por estos diminutos animales, jamás olvidaré cómo le vaciaron las cuencas de los ojos a base de mordiscos, así hasta que su rostro quedó totalmente desfigurado.

Corrí hasta que tropecé con un hombre bien vestido y de porte elegante, que para mi suerte resultó ser el dueño del orfanato, asombrado y algo enfurecido me asió de los hombros, pero al ver mi lamentable estado se compadeció de mí y me llevó a comer a una taberna un plato de sopa y una hogaza de pan.

Cuando se aseguró de que tenía el estómago lleno, me guio hacia el edificio donde resido ahora junto a otros chicos, entré animado diciéndome a mí mismo que olvidaría todo lo acontecido, pero me engañé y comenzaron las horribles pesadillas tan reales y nítidas que apenas dormía.

Este es el motivo por el que he escrito esta carta con la intención de que alguien la lea y conozca mi historia, pido perdón al hombre que me rescató de la miseria por mi cobardía. Necesito descansar y sé que jamás podré lograrlo, sólo me queda la esperanza del descanso eterno y que el Altísimo me acoja en su seno.

Adiós, mis queridos compatriotas.

Diciembre, 1.912.

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