El Sueño de Ser Libre

Inicio / de Aventuras / El Sueño de Ser Libre

El Sueño de Ser Libre

Por: Nati Izera

La joven isleña se levantó como cada mañana para hacer sus tareas diarias. Aunque primero cogió su cuaderno para escribir los maravillosos y mágicos sueños que había tenido. Su imaginativa mente casi siempre la llevaba a mundos que nunca había visto.

Mientras hacía sus quehaceres, viendo el horizonte del gran océano que tenía delante, suspiró, pensando en lo que ansiaba salir más allá de su rutinaria vida y de los paisajes que la rodeaban.

—¿Aún sigues así? —su madre la despertó de su ensoñación. —Deja eso y ve a recoger fruta.

Kalia salió de casa refunfuñando con su cesta de mimbre. Hacía apenas unos días había cumplido los 18 años y sus padres ya estaban planeando buscarle un marido. Ella se metió en medio de su conversación y protestó muy efusivamente, pero la enviaron a su habitación mientras pensaba “¡Ya no tengo 10 años, puedo decidir mi vida por mí misma!”.

Había un camino recto hasta los árboles frutales, pero ella prefería dar un rodeo por la playa. Le encantaba pasear descalza por la brillante arena y que las olas le mojaran los pies. La hacía sentir viva.

Comenzó a escuchar un sonido a lo lejos. Se alejó de la playa adentrándose en la arboleda. Caminaba como hipnotizada por el ritmo de unos tambores. El atisbo de una pequeña columna de humo junto con un aroma embriagador la estaban envolviendo.

Llegó a un pequeño claro con una hoguera encendida en el centro y una anciana bailando al son de un tambor que ella misma estaba tocando. Kalia se quedó un rato en silencio, con los ojos cerrados y meciéndose al ritmo de la música. De repente, ésta cesó y ella abrió los ojos, encontrándose con un arrugado rostro frente a ella.

—Hola abuela. —le dijo con una sonrisa.

—Ven aquí —la anciana la cogió de la muñeca y la arrastró hasta un lado del claro en el que había varios cuencos encima de un grueso tronco.

Kalia la siguió sin rechistar. Sabía perfectamente que no iba a servir de nada replicarle. Su abuela hacía lo que quería, cuando quería y como quería. “Supongo que por eso no se lleva bien con mi madre.” Pensó ella una vez.

La anciana empezó a embadurnarle la cara con barro de distintos colores. Al terminar, cogió un jarro y la roció con agua fría la cabeza.

—¡Abuela! —le reclamó. – ¡¿Pero qué…?!

—Shhh. ¡Calla niña! No hables y cierra los ojos.

Como siempre, tuve que hacer lo que me dijo. Me agarró de las manos y tiró de mí. Notaba cada vez mayor el calor del fuego, hasta que la anciana la soltó. Volvió a sonar el tambor y el cuerpo de Kalia se estremeció. Se le entumecieron los dedos tanto de las manos como de los pies y empezó a moverse al compás de la música. Una flauta surgió con un tono bajo, como si surgiera de otro mundo.

Unas imágenes borrosas aparecieron en su mente, pero ella al principio no podía distinguirlas. Tardaron un poco en aclararse, pero empezó a distinguirlas poco a poco: una ola rompiendo en la orilla de la playa, unas gaviotas sobrevolando una roca, unos peces nadando contracorriente, un atardecer en el horizonte con unos colores brillantes, una sombra lejana sobre el mar, un gran remolino. De repente siente como si le engulleran mientras se escucha un estruendo ensordecedor cada vez más y más fuerte. Hasta que cae al suelo con un sonido seco.

—Abuela, ¿qué ha pasado? —le pregunta Kalia, mientras se incorporaba para sentarse. Le dolía el lado izquierdo por el golpe

—¿Qué has visto? —su abuela estaba en cuclillas frente a ella y la estaba mirando con los ojos muy abiertos.

—¿Qué era eso? —la anciana le pega con un abanico en el hombro adolorido. — ¡Ayyyy! ¡Abuela!

—¡Contesta! —la abuela de Kalia era muy insistente y siempre se salía con la suya.

—Pues… —estaba esforzándose en recordar lo que había llegado a distinguir en su mente. —He visto el mar, gaviotas, y… —se detiene al pensar en lo último que ha visto. Mira a su abuela con inquietud. Ésta estaba más seria de lo que ella estaba acostumbrada a verla. —Había un remolino muy grande. Abuela, ¿por qué me has enseñado todo eso?

—Prepárate. —se dio la vuelta y empezó a caminar hacia los árboles.

Kalia se incorporó lo más rápido que pudo y siguió a su abuela, pero nada más adentrarse en la arboleda, la perdió de vista.

—¿Pero qué…?” —era lo único que le salía decir.

Pasaron varios días y Kalia seguía con sus rutinas diarias. Estuvo buscando a su abuela, pero no la encontró por ningún lado. Tras una semana, dejó de pensar en ello. En uno de sus paseos por la playa para ir a por fruta vio a lo lejos una barca en la arena. Se acercó para verla. En ella parecía haber provisiones de agua y de comida como para un mes.

Estaba extrañada. “Nadie había salido al mar durante tanto tiempo. ¿Quién ha preparado todo esto?” Se preguntó. “Además, ninguna de nuestras barcas tiene una pequeña cabina de tela. Ninguno de nuestros navíos la lleva.” Miró lo que había en interior. Había mantas y otra cosa que le sorprendió.

—¿Por qué está mi ropa aquí?

—Pues claro que hay ropa tuya. —Kalia se sobresaltó. Su abuela había aparecido de repente. —Eres tú la que se va.

—¡Abuela, me has asustado! —la anciana metió en la barquita una cesta con frutas.

—¿Qué quieres decir con que me voy? ¿A dónde?

—Debes ir al lugar que viste. —la volvió a mirar con esos ojos tan abiertos y una voz tan profunda que se le erizó la piel.

—Pero si nadie puede salir de los límites abuela —a Kalia casi no le salía la voz.

—Ya he pedido permiso al Jefe de la aldea. —Le replicó, cambiando el tono al que tenía siempre mientras la empujaba para que se metiera en la barca. —Debes hallar lo que hay allí.

—¿De verdad que puedo salir? —Kalia empezó a emocionarse. Su abuela le sonrió un poco, haciendo que sus arrugas se acentuaran más.

—Querida niña —le cogió las manos, hablando con un todo suave y a la vez serio. —Vas a emprender un viaje peligroso, pero sé que serás capaz de hacerlo. Es tu destino.

La anciana empujó el barquito hasta que estuvo en el agua. Kalia le echó una última mirada a su abuela y se agachó para coger el remo. Cuando volvió a mirar a la playa, ésta estaba desierta. Ella, decidida y con audacia, agarró con fuerza el mango y empezó a remar. El viento le movía su largo y moreno cabello. Se había embarcado en una aventura para ir a un lugar desconocido para ella.

Gracias a los consejos y las enseñanzas que su abuela le había dado durante toda su vida, estaba preparada para hacer ese viaje en el que estaba deseando encontrarse con mundos misteriosos y otras criaturas jamás descubiertas. Por fin podría salir de sus límites físicos y mentales para descubrir lo que tanto había ansiado.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies