Craso Error

Inicio / de Aventuras / Craso Error

Craso Error

Por: Emy Barraca

Ese domingo parecía igual a cualquier otro, si no fuera porque se notaba algo despistado y subió en el ascensor al buen tuntún, sin fijarse en lo que hacía. Un simple domingo más, aún más aburrido que un día de diario, y no sabía qué hacer. Se había puesto solo un pantalón corto de verano y una camiseta blanca.

Llegó a la puerta de su piso y se la encontró entreabierta.

—¿Lola? —preguntó al aire.

Entró en casa sin recibir respuesta, cargado con varios periódicos, y cerró a golpe de pié.

«Seguramente bajó a tirar la basura y como estaba sin llaves…», pensó. La vagancia les había llevado a tener solo unas de su piso de alquiler. Era un bloque del centro, de apartamentos amueblados todos iguales, de renta baja, apropiados para gente
asalariada poco amiga de lujos.

Fue hacia el salón, algo extrañado por la blancura deslumbrante de las paredes en una mañana bastante gris. Lola había recogido los trastos, que siempre campaban por el salón, y había colocado un fular en el sofá. Cierto que llevaba un tiempo avisando de limpieza general un domingo, y había cumplido su amenaza. También dijo muchas veces que iba a dejar de fumar y nunca lo había hecho, aunque esa mañana él no apreció el característico olor al tabaco sabor vainilla que ella fumaba. «Qué bien, se me estaba haciendo insoportable», pensó.

Se tumbó en el sofá, con los periódicos sobre el pecho, dispuesto a pensar algo que hacer durante el día más bobo de la semana, pero no se le ocurrió nada. Ojeó el diario del gobierno y después el de la oposición para establecer diferencias, pero apenas fue capaz de mantener los ojos abiertos. Sonó la puerta cerrarse de golpe y ruido de pasos por la cocina.

—¿Lola, eres tú?

Quién iba a ser. No esperó a recibir respuesta y se dejó llevar por la modorra, sepultado por los periódicos. Después de un rato, se despertó sobresaltado por una discusión terrible que mantenía una pareja a pocos metros de él.

—Ahora no dirás que son imaginaciones mías. Te he pillado in fraganti —dijo el hombre.

—No es lo que imaginas, Pedro —respondió ella temblando.

—Siempre supe que tenías algo con el vecino de arriba. He visto cómo le mirabas en el ascensor. ¿Te crees que soy idiota, que no me doy cuenta?

—¡Te equivocas! —dijo ella, y se volvió hacia el sofá—. ¿Qué rayos hace usted aquí?

El ocupa se incorporó aterrorizado, como el que trata de escapar de una pesadilla.

—Yo, yo… —balbució—. ¡Perdonen, creo que me he confundido de piso!

Se puso de pie y emprendió la marcha hacia la puerta, como si huyera de un incendio, sin hacer caso de los diarios que quedaron esparcidos por el suelo. Salió dando un portazo porque aquella puerta era mucho más liviana que la suya. Corrió escaleras arriba hacia su vivienda y llamó al timbre, le abrió Lola.

—Cuánto tardaste. ¿Te pasó algo?

—No, qué va —acertó a decir, aún no despierto del todo.

Fue al salón y se lo encontró lleno de trastos, como siempre, y el sofá con la tapicería raída por el uso y sus manchas características. Se lanzó sobre él en un intento por recapitular mientras escuchaba a los de abajo seguir discutiendo.

—No trajiste los periódicos. ¿Estaba cerrado el kiosco?

—No, qué va. Lola, no vas a creer lo que me acaba de pasar.

Explicó que, quizás por culpa del tonto domingo, se había despistado y se había metido en el piso equivocado. Lola lo escuchó muy seria, después tan enfadada que le lanzó a la cara un rodillo de cocina con el que estaba secando los platos.

—¿Sabes lo que me está pareciendo? Que os han pillado y ahora me cuentas este cuento a ver si me lo trago.

—Pero, cariño, por favor. Fue un error, solo eso. ¿Cómo puedes pensar que me gusta la vecina, que es feísima?

—Ya, ya, feísima. Se ha hecho operaciones, se ha puesto pecho, pómulos y bótox. Claro, como yo no puedo llegar a eso… ¿Te crees que no te he visto cómo la remirabas en el ascensor, que te la comías con los ojos?

Ese mismo día tuvo que mudarse al único apartamento vacío del edificio, que parecía estar aguardándole en la planta baja, amueblado de idéntica manera a los demás, donde esperaba no tener que seguir dando explicaciones, y menos siendo domingo y levantándose tan despistado.

Casualmente, mientras realizaba la mudanza, se tropezó en el ascensor con la que fuera su vecina de abajo y la encontró más guapa que nunca. Él murmuró una disculpa por su error, pero ella no parecía afectada en absoluto.

—¡No te preocupes! Al contrario, tengo que agradecértelo. Mi esposo apenas me hacía caso y ahora hemos recuperado la pasión.

—A ver si me pasa a mí lo mismo —dijo él por lo bajo, y arrastró la bolsa atestada de ropa y unos cuantos enseres a su flamante apartamento.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies