El Amor No Debe Esperar

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El Amor No Debe Esperar

Por: MinoeNoemí

Relato corto: El amor no debe esperar

—¿Cuál es el colmo de un escritor? —me pregunté a mí mismo en voz alta y automáticamente me respondí— quedarme sin tinta en la pluma por escribir con pluma. O quedarme sin batería en el portátil o quedarme sin tinta en la máquina de escribir…
Pero ¿Qué me pasen las tres cosas a la vez?… ¡Eso es mala suerte, mal karma o como lo quieras llamar! ¡Maldita mi estampa! — y golpeé la mesa de mi escritorio con el puño derecho.

—Raúl, te vas a hacer daño —gritó mi mujer desde la cocina.

—¡Me dolerá a mí no a ti, pero gracias, yo también te quiero y me preocupo por tu salud!

—Le correspondí con mi tono de voz elevado.

Entonces, mi amada esposa, Julia, entra en mi despacho con una bandeja que porta un café como ella sabe que me gusta tomarlo. Caliente, bien caliente para que lo beba a sorbitos y me dure mientras escribo o intento rellenar páginas de ideas. Ideas que brotan sin cesar y revolotean golpeando mi cerebro como una olla a presión debe tener los gases en su interior mientras suena la válvula y deja salir el vapor a un ritmo constante y sonoro.

—¿Algún problema, Raúl?

—Pues sí, que me he quedado sin tinta en la pluma y en la máquina de escribir y el portátil sin batería porque no me di cuenta de conectarlo a la red.

—Anda, toma, el cargador, y un bolígrafo de la cocina junto con este cuaderno que me he encontrado por el salón. ¿Deseas algo más?

—Sí, un beso tuyo. El beso de la concentración, el de la buena suerte, el del “Te quiero”.

—Ya sabes que yo te amo, que es más que un te quiero.

—Y yo sé que sin ti no soy capaz ni de encontrar un bolígrafo por casa y me dejo todo en medio y tú, con tu paciencia infinita vas recogiendo mi desastre. Un desastre de ideas, de desorden y de despistes.

—Menos mal que te conozco ya de hace casi 50 años, tonto. Y te sigo amando como el primer día por todas esas cosas bonitas que me dices para decirme que me amas.

—Además, ¡eres lista!

—Sí, ahí te doy la razón, debo serlo o no habría aguantado contigo tanto tiempo.

—Te haría el amor sobre el escritorio ahora mismo, pero vuelvo a tener la cabeza llena de ideas que si no las escribo se van a fugar y van a ir a parar a otro escritor.

—No te preocupes, ahora mismo tengo que salir a comprar, no te iba a dejar que me tentaras. ¿Quieres que te compre algo?

Tinta para la pluma y tinta para la máquina de escribir y una caja de bolígrafos de emergencia.

—¿Sigues pensando que tus ideas de las novelas te las soplan los ángeles para que las escribas tú y si las rechazas se las dan a otro?

—Sí, nunca dejaré de creerlo. Tú ¿has oído hablar de la escritura automática?

—A ti, en cientos de entrevistas y conversaciones que has tenido.

—Pues eso llévalo ahora para cuando me siento delante del ordenador o de la máquina y aporreo el teclado, dejo que fluya todo, tal y como va viniendo, mis dedos casi van solos. Luego retoco las oraciones…

—Sí, sí, cariño, conozco de memoria tu forma de trabajar y de escribir. Te he oído una media de 15 veces al año esta teoría. Creo que podría yo escribir un libro sobre ti.

—¿Mis memorias?

—No, tus teorías y conversaciones… Aunque ahora que lo dices… Tus memorias sería una buena novela. Tienes muchos seguidores y muchos lectores, seguro que les gustaría saber cómo es tu día a día mientras escribes.

—¡Te reto a hacerlo!

—Oh, no cariño, yo no tengo tu don. Coge mi idea y hazlo tú.

—No puedo escribir sobre mí ¡No valgo para eso!

—¿Acaso lo has intentado?

—¡No, no tengo agallas! O quizás, tengo miedo, podría ser mi novela de terror. ¿Y si toco lugares ocultos en mi mente que no debería remover ni abrir?

—Pues a lo mejor eso te ayuda a descubrir tus dolores ocultos y a sanarlos. Seguro que, los psicólogos cuando recomiendan escribir, es porque es una buena terapia.

—No lo dudo, pero yo no he ido a ninguna consulta y la caja de Pandora puede ser muy grande.

—No te creo, no eres mala gente, ni tienes traumas…

—Vete a comprar o no voy a poder contener mi lívido.

—Que sepas que, algún día, cuando me digas que me vas a hacer el amor en tu escritorio, te voy a decir ¡venga, vale! Y no creo que sea muy tarde. Hace mucho que no nos dejamos llevar por el aquí y ahora.

—Pues ¿sabes qué te digo? ¡Qué la tinta puede esperar y la compra tuya también!

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