Ojalá

Ojalá

Por: Yayo Gómez

Esta mañana me he casado con mi vecino. El juez de servicios mínimos nos dio a elegir entre ZOOM, Skipe o Whatsapp, y como teníamos cuarenta invitados, pues preferimos ZOOM en versión gratuita, con cuarenta minutos máximo de reunión entre ceremonia on line y ciberbanquete. Puede parecer excéntrico, pero tiene su explicación.

Yo me crie en las Salesianas, así es que hasta los catorce años fui devota de la Virgen María Auxiliadora y todo lo que le pedía me lo concedía. Yo le decía: “Virgencita, virgencita, ojalá apruebe”, estudiaba y aprobaba, así de fácil. Es que no fallaba el milagro. En el Bachillerato me cambié de colegio y de virgen, porque estando en el IES Rosario, es normal, que hiciera mis súplicas a la Virgen del Rosario, que para más señas es patrona de la ciudad donde vivo. En la facultad me volví a cambiar de virgen porque estudié en Sevilla, así que me hice ferviente seguidora de la Virgen Macarena, castiza donde las haya. Mis vírgenes siempre me han ayudado. En las oposiciones y, después de estudiar casi todo el temario, solo hizo falta decir: “Virgencita, virgencita, ojalá apruebe”, y hecho: funcionaria del Estado para toda la vida. Después dejé el tema mariano y me hice atea, hasta hace dos meses.

Vivo en un décimo piso de un bloque de clase media y tengo un vecino con el que coincido en la pared medianera y en el ascensor. Él es de esas personas de las que, inmediatamente, te enamoras. Tiene una cara bonita, mandíbula fuerte, pómulos altos y nariz elegante. Me gusta todo de él excepto el tufo que va dejando a esa esencia de no sé qué perfume, que popularizó un banquero corrupto de la transición. A lo que iba, idealicé a mi vecino. Daba las gracias al destino por haber comprado un piso situado en la décima planta porque así, si coincidíamos, duraba más mi escalada, en el sentido literal y en el hormonal. Debo reconocer que él apenas se fijó en mí, con un saludo protocolario solucionaba el tema. ¿Qué hacer para que todos los días me mirara fijamente? ¿Qué hacer para que se enamorara perdidamente de mí? Pues no me cabía otra que lo de “Virgencita, virgencita, ojalá…”, pero a qué virgen, si ya tenía el papel del obispado declarándome apóstata. Entonces se me ocurrió la idea: buscar una virgen que estuviera desocupada y que perdonara mi crisis religiosa.

Hice un recorrido por los barrios de Cádiz y por su santoral y llegué a Loreto que es un barrio muy, digamos que, contestatario, por lo que no habría muchos devotos loretanos. Ya la tenía: la Virgen de Loreto. Busqué la imagen en internet, hice un altarcito y seguí todo el protocolo. Sabía que era imposible lo que pedía: que mi vecino cayera rendido a mis pies de puro amor, pero así son los milagros, ¿no?

La virgen estaría desocupada porque dicho y hecho. Inexplicablemente, hace un mes, nos confinaron en nuestros domicilios y solo salimos a las 8 de la tarde a aplaudir a los sanitarios. Pues desde el primer día mi vecino me miró y surgió, increíblemente, entre nosotros una química desbordante. Al mismo ritmo que avanzaban las semanas, nosotros, enraizábamos nuestra relación, hasta hoy que, por fin, nos hemos casado. Después del banquete de novios, cada uno haremos el viaje de luna de miel desde nuestro respectivo sofá. De momento nuestra convivencia la dejamos sine diem.

Debo reconocer que, junto con el chino que se comió el murciélago vivo, yo también soy culpable de esta pandemia. Virgencita, virgencita, creo que, esta vez, se te ha ido de las manos. Ojalá…

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