No Hagas más Daño. ¡Vete!

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No Hagas más Daño. ¡Vete!

Por: Francisco Gil

Las noticias que llegaban eran alarmantes, un virus del que poco se conocía estaba adueñándose de las vidas de las personas. Cristina se levantó como de costumbre, tenía turno de tarde en el Hospital Universitari General de Catalunya y se preparó para ir a trabajar. La profesión de enfermera había sido siempre su objetivo, necesitaba ayudar a las personas enfermas. Tenía tiempo de sobra, desde su piso en Rubí no tardaría más de diez minutos en llegar. Cuando entró en el hospital enseguida se percató que algo fuera de lo común estaba ocurriendo, sus compañeros iban y venían corriendo llevando a pacientes en camillas buscando un lugar donde dejarlos. Marta era una amiga de la infancia, ambas habían estudiado juntas la carrera y cuando vio llegar a Cristina se acercó hasta ella.

— Prepárate, el hospital comienza a estar desbordado — comentó asustada.

— Vamos — contestó Cristina.

Con una mascarilla en la boca y unos guantes de látex comenzó a asistir a los enfermos. Los síntomas que presentaban eran todos similares, fiebre, falta de oxígeno y malestar general.

Una anciana entró en una camilla. Pálida y temblando, la mujer esperaba que algún médico la atendiese. Cristina se acercó, y poniéndole su mano cubierta por el guante, le acarició la frente, estaba ardiendo. La anciana con la mirada perdida la miró y Cristina sintió cómo un escalofrío le empezó a recorrer el cuerpo. Era Isabel, una amiga de su abuela. La anciana no la reconoció, solo la observaba pidiendo ayuda con su mirada. Un médico se acercó hasta ellas y cuando comprobó el estado en que se encontraba la anciana la derivó hasta la UCI.

Cristina se quedó paralizaba mirando cómo se llevaban la camilla hasta la unidad de cuidados intensivos.

El bullicio fuera de lo normal que se vivía en urgencias hizo que Cristina reaccionara y se pusiera a atender a más pacientes. En los pasillos se iban amontonando enfermos, no tenían sitio para todos… La tensión se respiraba en el ambiente, y el miedo se adueñó tanto de pacientes como del personal sanitario.

Cristina terminó su turno y antes de marcharse a casa visitó a Isabel. La anciana estaba sedada y su pronóstico era grave.

Abatida regresó a casa, lo que había vivido esa tarde en el hospital era del todo surrealista. Agotada se dejó caer en la cama y se quedó dormida.

El sol de la mañana entró por las rendijas de la persiana y Cristina empezó a dar señales de vida. Había dormido mal, un sinfín de pesadillas la invadieron con el virus como protagonista.

Impotente y nerviosa, decidió ir al hospital, sabía que en esos momentos nunca venía mal una ayuda extra. Lo primero que hizo fue visitar a Isabel, la encontró dormida, entubada, sin fiebre, todo apuntaba que podría salir de ésta.

Sin perder más tiempo, se dispuso a atender a los demás enfermos, el número se había duplicado por cinco desde su marcha. Los recursos empezaban a escasear y los nervios se hacían sentir cada vez más.

El día pasó veloz, ni un momento tenían los sanitarios para descansar, cada vez entraban más y más enfermos, no había fin. Sonidos de ambulancias indicaban que un nuevo paciente llegaba.

Agotada, terminó su turno y antes de regresar a casa se dispuso a visitar de nuevo a Isabel.

La encontró dormida, le habían quitado los tubos. Un sudor frio recorrió el cuerpo de Cristina. Con los guantes de látex aún puestos, acarició la cara fría de la anciana. No podía acariciarla sin ellos, nadie la tocaría por última vez sin una protección en sus manos. Dos enfermeros quitaron los seguros de la camilla y, tapando la cara con la sábana de la cama, se llevaron a la mujer. Cristina no se movió, solo observó cómo desaparecía de su vista el cuerpo sin vida de la anciana. Sabía que no sería la única persona conocida que vería morir en esos días, el virus había venido a instalarse en nuestras vidas y conseguiría hacer llorar a más de la mitad de la población por la pérdida de un ser querido.

Con la cabeza agachada y con lágrimas en los ojos, Cristina abandonó el hospital, sabía que al día siguiente todo seguiría igual o peor, y tenía que recobrar fuerzas para lo que aún faltaba por llegar.

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