Lateralidades

Por: Isabel García Noguera

Tú, que escribes no más para ir borrando

Les tengo que contar algo. A mí, como a la mayoría de las personas, me educaron para ser diestra. Estaba tan convencida de serlo que había desarrollado un señalado interés por la dimensión siniestra de las cosas, lo que sólo cabe explicarse desde la certeza de pertenecer al lado diestro de la existencia. Por eso, porque realmente había interiorizado la condición lateral diestra aprendida en mi socialización primaria y secundaria (por no hablar de la terciaria), me ha venido un poco de sorpresa descubrir que en realidad soy zurda. Sí, señores, zurdísima.

Creo que puedo atribuir tal revelación al accidente fortuito que sufrí hace unos pocos días. Todo vino por un mal movimiento que realicé con la muñeca derecha el jueves pasado por la tarde en mi clase habitual de esgrima. No es verdad que yo vaya a clases de esgrima y tampoco es creíble, sólo me quería dar importancia. Me luxé la muñeca por una caída tonta en el pasillo de mi casa. Ya se sabe que, en tales situaciones, las manos se colocan en postura defensiva para amortiguar la caída y de paso, si es posible, provocar una luxación en alguna de las articulaciones del brazo. Luxación. Si una pronuncia varias veces la palabra luxación, acaba enamorándose de ella. Es preciosa: luxación. Intentaré no repetirla más por escrito pero supongo que no les molestará que la siga deletreando para mis adentros. Como les estaba diciendo, los pinchazos que esta bella palabra me provoca me han obligado a guardar reposo durante un par de días, por lo menos en lo que a mi mano derecha se refiere. Esto se ha traducido en el correlativo traslado de la carga de actividades diarias a mi mano izquierda. En realidad, no es algo fuera de lo común, pensarán. Claro, porque lo llamativo ha sido descubrir cómo me desenvuelvo con mi nueva lateralidad. No se lo
creerán, pero todos mis actos desembocan, sistemáticamente, en un resultado mágico y, por ese mismo motivo, decididamente real, por fin mío. Para ponerles un par de ejemplos, al peinarme, acierto con mi verdadero estilo, al cocinar, con el plato que realmente me gusta. Al abrir la puerta de mi habitación doy, en fin, con una nueva estancia mucho más convincente que la que me había ido encontrando cuando entraba como diestra. La cama, los muebles, los libros son distintos a los que me habían rodeado hasta este momento. Menos mal, la vida no podía ser aquello. También al escribir he notado que soy capaz de dar con la palabra exacta, eterno anhelo de escritor frustrado. ¿Con qué mano dirían que estoy escribiendo estas líneas?

Pues, sí. Siempre pensé que esa inclinación por el lado izquierdo era algo comparable a una desviación de columna que te hace andar un poco ladeado, como un poco pesaroso. O gracioso, dependiendo del estado de ánimo (o del pie, derecho o izquierdo) con que te levantes. Era esa inclinación lo que me individualizaba frente a la colectividad, eso pensaba. Estaba convencida de que mi gusto por la izquierda era una cuestión puramente literaria, de curiosidad por el otro. Y era curiosidad por mí. O quizás era curiosidad por otra que luego he resultado ser yo.

Llegados a este punto, no quiero engañarles. Reconozco que soy bastante torpe con la izquierda. Pensarán que todo lo que les he dicho hasta ahora pierde bastante validez, cuando no, directamente, sentido. Pero, medítenlo un poco más detenidamente. Que sea torpe con la izquierda en nada obsta a reconocer mi siniestra lateralidad. Sencillamente, soy una zurda torpe. No es tan raro. No por ser zurda iba a ser inmune a la torpeza. Así se explica que tampoco haya sido nunca demasiado diestra con la derecha, aunque parezca literalmente imposible. Sin embargo, a pesar de la aparente aparatosidad que demuestro al ejecutar alguna acción empleando mi lado corporal izquierdo, el resultado de lo que consigo es, no me cabe la menor duda, mejor al que obtendría si utilizase mi lado derecho. Voy a tener que explicarme mejor para aquellos que me puedan estar leyendo desde su lado derecho: esa destreza puede estar dificultando seriamente el entendimiento de esta siniestra elucubración.

Las acciones que hasta ahora emprendía con el lado derecho, las finalizaba con relativa rapidez y eficiencia. Digo relativa porque ya les he dicho que como diestra dejaba bastante que desear. Pero, al finalizar el proceso, me encontraba siempre con que faltaba algo ¿saben a lo que me refiero? ¿Han sentido también esa insatisfacción generalizada? Puede que sean zurdos y todavía no lo sepan. Hagan la prueba. A lo mejor llegan a mi misma conclusión. Sólo ahora que he aceptado mi calidad de zurda me siento completa, porque ahora soy consciente de que hay un salto entre mi cerebro, que evidentemente es zurdo, y mi costumbre, sumisamente diestra. Me he pasado la vida ejecutando actos a través del lado contrario a aquél donde verdaderamente se originan. Tamaña incongruencia entre cuerpo y alma tenía que conducirme, por fuerza, a una infelicidad a la que progresivamente me había ido resignando con una tristeza moderada, sobre todo después de la adolescencia y al acabar la carrera en la facultad de Derecho, que, como su propio nombre indica, es uno de los mejores lugares de adiestramiento. Pensaba que la vida era así de mediocre y de fea, que no se podía hacer nada más. Pero, que lo sepa todo el mundo: era que me habían educado mal. Y, como buena zurda maleducada, me dedico a hacer manifiestos como éste para provocarles un poco, a ver si se atreven a descubrir a qué lado pertenecen realmente. Eso sí, deben aceptar todas las consecuencias, porque este descubrimiento viene preñado de una nueva responsabilidad. Ahora tengo que decidir si la vida es una cuestión de tiempo y eficacia (en tal caso, debería seguir utilizando la derecha para intentar alcanzar el mayor número de éxitos posibles) o si, por el contrario, consiste en algo distinto. Si así fuese, debería decantarme por el uso de la izquierda para asegurarme un mínimo de felicidad.

Me perdonarán la vuelta de tuerca final, pero se me ha pasado por la cabeza algo inquietante, una idea insoportable. Me pregunto si acostumbrarse a utilizar la izquierda podría ser sinónimo de adiestrarla… Hasta me entran ganas de llorar de la tristeza. Puede, incluso, que lo haga. Total, ustedes no lo notarían. Sólo me consuela, aunque poco, la deducción lógica de que al mismo tiempo se «azurdaría» la derecha. Pero como no estoy segura, ad cautelam, voy a fingir no haber descubierto que soy zurda y seguiré utilizando ordinariamente la derecha. De esta manera, mi lado izquierdo quedará relegado sólo a ocasiones especiales, ya lo sé. Pero supongo que la lateralidad está fuertemente emparentada con la felicidad y que ambas logran explicarse mejor a través de lo momentáneo, a través de una fotografía instantánea que puede desvirtuarse si procuramos prorrogarla en el tiempo. O quizás esté eludiendo el acto valiente de ser yo misma, si es que eso significa todavía algo en los tiempos que corren. En fin, debo pensarlo todavía pero, si me lo preguntan, diré que el presente escrito no era más que una narración corta un poco rara, que ha sido escrita sólo a los efectos de ser presentada a algún evento artístico y bohemio abolicionista. Luxación.

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