A Propósito de mi Jubilación

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A Propósito de mi Jubilación

Por: Luis Román

No les voy a engañar; tengo muchos defectos y algunos, posiblemente, tengan
nombre de enfermedad psíquica, pero lo cierto es que yo era razonablemente feliz
trabajando.

Durante 35 años me levanté a las 6.30 de la mañana, “disfruté” de la radio en el
ineludible atasco matinal de la M30 y puse a disposición de mi empresa, de diez a doce
horas de mi vida, para su uso y disfrute.

Me propusieron la jubilación a una edad en la que la historia reciente no necesito
estudiarla, me basta con recordar. Adecuada para disfrutar de ciertos placeres sin necesidad
de un andador para desplazarme, ni de una pajita para trasegar cerveza.

Entonces empecé a fantasear con todo lo que haría cuando las obligaciones
laborales hubieran desaparecido de mi vida. Volvería a la cama después de la micción de las
7 A. M., es más, seguro que resultaría extraordinariamente dulce dormir dos horas más,
sesteando entre las sábanas… solo, ya que mi mujer es más joven que yo y aún tendrá que
trabajar unos añitos más (Habrá quien envidie su juventud… yo no).

Entre estas elucubraciones, que estampaban en mi cara una sonrisa un tanto
infantil, me pregunté si no habría estado haciendo el canelo – gilipollas en otras culturas –
trabajando durante tantos años. No tardé mucho en contestar afirmativamente a la cuestión
cuando establecí una rutina diaria en mi futuro, que parecía maravillosa.

Al comienzo de la jornada seguiría varios programas de radio y daría cuenta de
prensa digital repartida en un espectro que iría de “tarados reaccionarios” a “salvavidas
progresistas”. A Dios gracias seguro que no me ayudan a establecer criterios, pero me
divertiré comprobando que la estulticia y la estupidez anidan en cualquier entorno social.

Creo que la inspección de obra como concepto básico en la agenda del jubilado es
más un mito que una realidad, al menos en los primeros años. Lo que sí me asaltó es una
agitación cultural y social. Me veía visitando las exposiciones del Prado, las performances de
Caixa Fórum, el cambio de guardia en el Palacio Real y hasta me pondría un pañuelo rojo al
cuello y presenciaría el chupinazo madrileño en la iglesia de San Fermín de los Navarros.

En mi mente, empecé a jugar al golf una vez por semana con amigotes que también
disfrutarían de semejante estado administrativo. Y después de arrastrar la bola con más o
menos fortuna y movernos por el campo, tan lentos como un glaciar, comeríamos juntos
y daríamos salida al excedente de cerveza, mientras nos reíamos de todo y de todos.

Seguiríamos con asombro la evolución de nuestra degradación física que, a esas alturas, nos
sorprendería cada día con algo nuevo… y normalmente desagradable.

Eso sí, ya que mi mujer continuaría trabajando, hay algunos aspectos que debería
cuidar para evitar conflictos mayores. Habría que asegurarse de que, a su vuelta a casa, me
pillara asfaltando el pasillo o barnizando el parqué porque, si me pillara tumbado leyendo o
viendo una película, daría lugar a un resquemor que tardaría en evaporarse. Y si me
preguntara qué he hecho a lo largo del día, dejaría caer de mala gana, que había estado
colaborando en la construcción de aldeas infantiles o luchando contra la desforestación del
Amazonas…no me creería pero limitaría su odio.

Todo eso elaboraba yo con la inestimable ayuda de mi fantasía.

Me jubilé el mismo día que declararon el estado de alarma y el confinamiento civil.

No sé porqué me vino a la cabeza un viejo chiste: “encontrarás al amor de tu vida
pero no será un mamífero”.

Desde entonces tengo un fuerte deseo de acostarme y dormir un par de meses
seguidos, pero supongo se me pasará. También tengo que dejar de exclamar varias veces al
día: “no me lo puedo creer, no me puedo creer”, según mi mujer resulta un tanto
exasperante.

De vez en cuando, pasa por mi cabeza un pensamiento de lo más desagradable, y es
que el bicho mes despacha sin poder cumplir mis fantasías de recién jubilado. Paso un mal
rato, la verdad, pero espero que, al menos, sirva para poner en guardia a mi sistema
inmune…si es que sabe lo que le conviene.

Lo que sí sé, es que más temprano que tarde dejaré de salir al balcón para aplaudir y
gritar al pleno pulmón los versos de Sabina:

“Quién me ha robado el mes de abril?

Cómo pudo sucederme a mí?”

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