Para: Segundo J. Uscátegui Maldonado

Por Alí Reyes H.

Por fin en mi nueva casa en una urbanización céntrica. No era muy grande pero tenía patio, garaje y al frente, un terreno pelado que el vendedor insistía en llamar “jardín”, donde lo más destacado era una frondosa mata de mango que protegía la sala de la inclemencia solar de ese trópico extremo que es Maracaibo. El único problema era que, ciertos jovencitos aprovechaban esa sombra en la tarde y luego se quedaban hasta altas horas de la noche. El propietario anterior había puesto aceite quema’o con grasa en el muro y hasta en la acera para que no se sentaran, pero fue inútil. De paso la fama de cuchilleros de los muchachos hacía que nadie les dijera nada. Solo una vecina una vez tuvo la valentía de decirles algo:

─ ¡Muchachos! Dejen de estar fumando esas cosas.

─ No se preocupe Doñita que todo lo que tenemos acá es de origen vegetal.

─ ¿Vegetal?…Vegetal vais a termina’ vos si seguís en eso.

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El caso es, que luego de una semana de instalado, daba vueltas en mi cabeza para ver cómo hacía para alejar a los muchachos de la fachada de la casa sin sacrificar al árbol.

Una noche ─ temprano todavía ─ salí al frente vestido con ropa deportiva.

─ ¡Epa muchachos! ¿Cómo la estáis pasando?

─ Bien Jefe ¿Y usted?

─ Bien. Pero me provocó un manguito.

─Pero Jefe, esa mata no tiene mangos todavía.

─ Tenéis razón Hijo. Pero de todos modos voy a ver si hay uno aunque sea verde. Empecé a ver el árbol en esa oscuridad como si en realidad buscara un mango y dije:

─ Allá como que está uno. Lo voy a bajar. Hurgué en mi faja-koala, saqué una Colt calibre veintidós y con toda tranquilidad abrí el tambor y monté dos balas. Apunté al árbol y comencé a disparar.

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Antes del segundo disparo ya todos habían desaparecido.

Más nunca se reunió nadie en el frente.