La escritora sin ideas

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La escritora sin ideas

Por: Claudia López (13 años)

Viviane era solo una pequeña niña cuando decidió que quería ser escritora, aunque el padre y la madre le renegaran que eso no era un oficio. Un día se propuso escribir un relato de verdad, un cuento para publicar y que se hiciera famoso.

Lo peor es que no tenía la palabra con la que empezar, incluso pasó una semana donde se sentaba desde las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche sin encontrar esa palabra.

“Érase”, por ejemplo, le parecía la más aburrida y antigua del mundo, así que decidió ir a la biblioteca a mirar cómo otros escritores empezaban sus historias. Viviane decidió viajar por todo el mundo desde la mesa de la biblioteca.

Fue a China a ver la Muralla, a Estados Unidos La Estatua de la Libertad, a Francia la Torre Eiffel, a Italia la Torre de Pisa. Y después de haber observado miles de ilustraciones y leído millones de palabras, se fue a su casa sin encontrar la más adecuada para empezar.

Decidió leer el diccionario de punta a cabo para encontrar la palabra perfecta, escribir muchas de ellas para ver si una vez escritas en sus apuntes tomaban vida propia como para ser la primera del cuento.

Viviane, quedó agotada, dejó de escribir y volvió a la casa de su madre. Al llegar, le dijo que casi estaba terminando el libro, para que no le volviera a repetir que ese empeño no la conducía a ningún lugar.

Insistió en su búsqueda ,viendo miles de películas e incluso poniendo un póster en la calle pidiendo ayuda e ideas. Hubo gente muy creativa, pero ninguna que le hiciera sentir mariposas en su estómago como para decir que esa era la palabra justa.

Alguien le sugirió un viaje a lugares menos conocidos. Viajó en sus sueños a Honduras y a Guatemala, donde un indígena le dijo que no estaba muy lejos de encontrar la palabra. Tras viajar por América latina despertó y se encontró rejuvenecida, con más ideas y más frescor.

De repente recordó una pequeña tienda cerca de su casa, vendían plumas, un lugar perfecto para volver al pasado.

En un letrero grande se decía “Casa de estilográficas”, y al abrir la puerta un olor repentino vino hacía ella, era un aroma extraño que le impedía dejar de olerlo. Miró a su derecha y observó que en la entrada había una pequeña estantería con libros antiguos que Viviane suponía escritos a mano.

Al fondo le atrajo una butaca marrón, con un borde verde de no menos de cien años. La tienda parecía sacada de Harry Potter, pero a la vez tenía su punto único. De una puerta trasera salió un viejo hombre con gafas alargadas, una nariz redonda y una cara un poco arrugada que tendría la misma edad que el sillón.

– Señorita, ¿le puedo ayudar?- dijo muy amablemente.

– Bueno en realidad venía a hacer una serie de preguntas, si no le importa.

– Sin problema, creo que lo que usted necesita son respuestas -apuntó el hombre – Bueno, en realidad creo que tampoco hará falta. La he visto horas pensando delante de una hoja en blanco. Y créame no creo que le haga falta una palabra para empezar- sonrió el hombre.

– ¿Pero entonces como empiezo? – dijo Viviane.

– Bueno, creo que eso te lo tienes que decidir usted misma.

– La verdad es que tampoco tengo una idea de una historia- resopló Viviane

– Ya lo tengo, lo que necesitas es esto- dijo con cariño el señor.

De repente de sus manos salió una pluma estilográfica azul agua, con puntos negros y un tubito de tinta.

– Señor, por favor. Para no mentirle le confieso que nunca me había fijado en su tienda, y ahora usted me hace este regalo… – se excusó Viviane.

– Bueno creo que su suerte va a cambiar pronto.

Viviane se marchó a su casa para tomar una limonada y reflexionar, pero al sentarse en su pequeña mesita con un papel en blanco se acordó de cuando comenzó a soñar con ser escritora.

Y pasaron cinco minutos y seguía sin suerte, no tenía la palabra por dónde empezar.

Un instante después, se le vino algo a la cabeza, cómo había sido tan tonta para no saber siquiera de qué escribir, si desde siempre ha soñado con libros de aventuras, ahora, ahora, podría escribir sobre su trayectoria hasta encontrar la palabra precisa. Y se lanzó a hacerlo, con la pluma que parecía tener magia, las palabras más absurdas y tontas brillaban como estrellas.

Escribió y escribió,día y noche, pero al terminar no envió el libro a editorial alguna. Prefirió ir a la pequeña tienda donde todo había empezado.

El hombre no necesitó que Viviane hablara.

– Creo que has encontrado su destino jovencita, dijo.

– La verdad es que no tengo mucho que decirle solamente que si no hubiese sido por esa pluma nunca hubiera encontrado mi destino. Por eso le quiero regalar esto.

La verdad es que este libro puede que no le parezca original, pero tiene todas las palabras que desprecié para comenzar y que ahora se han convertido en páginas y páginas para nunca olvidar y, lo mejor, es que el final está pensado para que usted decida la palabra que me ayudará a empezar una nueva obra.

El pequeño hombrecito cogió el libro como un preciado tesoro y se fue a su pequeño sillón a leerlo. Viviane se sintió feliz.

Así es como Viviane terminó su joya, que por cierto da para mucho más que imaginar.

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