El Niño que se Alimentaba de la Tristeza

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El Niño que se Alimentaba de la Tristeza

Por: E.H.B.C.

Había una vez, un niño llamado José. Este niño vivía en un triste y oscuro pueblo, era un niño que siempre estaba feliz, era el único que tenía una sonrisa entre sus labios, para las otras personas todo era gris, la vida no tenía sentido. Ese día él iba paseando por su pueblo, jugando, saltando, corriendo, cuando la voz de una chica angustiada le llama la atención, ella estaba de pie, con la cabeza apoyada en la pared, llorando sin cesar, se quejaba amargamente de su vida, es panadera, se levanta a las 3 de la mañana, para que el pan esté listo a primera hora, se tiene que acostar muy pronto y pierde la vida social, todos días eran iguales y no podía tomarse vacaciones, ella estaba agotada y aburrida sin ilusión, entonces con su gran empatía, al darse cuenta, empezó a alimentarse de su tristeza, su pesar se disipó y sin saber por qué empezó a ver todo lo bueno a su alrededor. José siguió caminando y entonces se encontró al carnicero, un hombre muy grande, fuerte, peludo, con una larga, espesa y canosa barba, con unos pequeños ojos marrones, debajo de unas grandes, grisáceas, pobladas cejas, unos labios finitos y largos que mostraban una mueca de angustia… era muy fuerte ver a un hombre tan grande susurrando diciendo que odia su trabajo angustiado, llorando como un niño, sentado en un banco, con la cabeza baja, José no sabía que hacer, empezó a alimentarse de su tristeza, y de repente el carnicero sonrió y corrió la voz a los clientes de su carnicería. Al final los habitantes del pueblo empezaron a acudir a él. El, para que los demás no sintieran más dolor, se alimentaba de su tristeza, ellos consiguieron comenzar a ver el color de la vida, el niño siempre aceptaba para ayudar, aunque por dentro solo quería explotar a llorar, guardando y recordando sus recuerdos más tristes, mientras se olvidaba de los felices. Con lágrimas rozando sus rojizas mejillas, solo le venía a la cabeza lo peor de cada recuerdo, cada vez esa sonrisa que le caracterizaba se iba desvaneciendo, poco a poco, dolorosamente, mientras a los otros les aparecía su primera sonrisa, cada vez menos forzada. El niño ya no tenía sueños, tenía pesadillas horrorosas y oscuras, que le atormentaban noche y día, sin dejar de salir de su cabeza, el niño sin aguantarlo más recurrió al pueblo:

—Por favor, no aguanto más esta tristeza…— todos miraron hacia arriba y lo evitaron, como si no existiera, él no lo podía creer, a los que tanto había ayudado, ninguno le quiso ayudar. Entre lágrimas, caminó horas, sin dejar de caminar, pensando en todo y en todos, cuando las piernas ya no le daban para más entró a una cueva, y sin dejar de llorar, se quedó así durante días, sin comer, sin dormir. Los pueblerinos al pensarlo varios días tocaron la puerta de su casa, pero él ya no estaba, preocupados buscaron por todo el pueblo, hasta que escucharon un doloroso grito que les dejó atónitos, sin aliento y una mala sensación que les inundó la garganta. No sabían qué hacer, después de gotas y más gotas de sudor frío, y escalofríos que no cesaban, lo encontraron sentado sobre una roca, con los codos apoyados en sus débiles rodillas, con la cabeza apoyada entre sus brazos. Cuando mirabas a esa figura difuminada a lo lejos sólo quedaba descubierto su revuelto cabello, negro azabache. Dentro de aquella oscura cueva, llena de charcos, lo encontraron, con esos hermosos ojos azules como el mar, mirándolos fijamente, esa mirada suya se había vuelto una mirada triste y fría, ya no lo reconocían. Podías ver sus mejillas irritadas de tanto llorar, su cuerpo temblaba, y su estómago parecía que hablaba. El niño al verlos ahí parados, mirándolo de arriba abajo con cara de asustados, les demostró una mirada de derrota y gran decepción, giró su cabeza con gran firmeza y se giró de espaldas contra ellos, respiró profundo, mirando a los lados con la mirada perdida…En seguida antes de que él se diera cuenta, todos empezaron a caminar rápidamente hacia él, le tocaron el hombro y todos lo rodearon con sus brazos, mientras se podía notar su corazón palpitando rápidamente. El mostro una pequeña y triste sonrisa, mirando hacia abajo. Una pueblerina se puso delante de él y le miro a los ojos sonriendo orgullosa de haberlo encontrado, él la miro y se tiró a sus brazos evitando todos los demás, y puso su cabeza en el acogedor regazo de aquella dulce mujer, que le acariciaba el pelo suavemente, en ese momento él supo que no hacían falta palabras… Miró a todos los pueblerinos y pueblerinas, amigos, amigas, conocidos, conocidas… su única familia… les sonrió y cerró los ojos, manteniendo esa cálida sonrisa… las sonrisas aparecieron poco a poco en las caras de todos… y se notaba una luz brillante, que salía del corazón de cada uno y una de ellos, se transformaba en una luz más y más grande que flotaba en el aire, daba vueltas y vueltas hasta que se metió en el corazón de aquel niño, sacando la sombra que atormentaba al corazón de él, el inocente niño, que solo quería ayudar… él estaba queriendo detener este momento, apretar el botón de pausa y capturar todo en ese momento… pero a veces hay que continuar y pasar esos momentos duros para avanzar y aprender… Asique en vez de detener todo aquí, abrió los ojos, se levantó. Caminó, todos le seguían, pero el seguía caminando, pensando en qué haría cuando parara de caminar. Todos estaban caminando tras suyo murmurando, corriendo, abrazándose, mirándose confundidos o felices, tal vez los dos, así todo el camino hasta que llegaron al pueblo. Llegaron a la plaza central y él se giró, todos se acercaron, algunos le agradecieron otros se disculparon, algunos reflexionaron… El y también ellos aprendieron la lección, la felicidad no viene de los demás, comienza en ti, no puedes poner la responsabilidad de tu felicidad en otros…

La panadera se dio cuenta que endulzaba las mañanas de muchos hogares, trayéndoles el pan fresco, recién horneado o esos momentos compartiendo ese dulce bollo de leche con la familia… El carnicero se dio cuenta, de todos los momentos felices que crea a partir de su trabajo y se dio cuenta de todo lo bueno que le rodea, y cuantas más cosas buenas notaba a su alrededor más feliz era y más feliz hacía a quienes se acercaban a él.

Así que José en vez de alimentarse de la tristeza de los demás, decidido compartir su felicidad y ayudar a ver las cosas buenas de tu alrededor, lo bonito que es vivir, y lo afortunados que somos de vivir como vivimos y de no estar solos.

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