El Atraco

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El Atraco

Por: M. German Rodriguez R.

La Señorita Delacroix ya me había comentado sobre este trabajo: un «hit and run», entrar, buscar el documento y salir. Sencillo, y una vez que lo tuviéramos en nuestro poder, tendríamos la vida hecha. Pero ese día, cuando brindábamos con un mojito ultimando los detalles para el golpe, una sensación rara me invadía… algo me decía que no iba a ser tan fácil. Y mientras ella hablaba del departamento que se compraría en Barcelona con su parte del dinero, en mi mente ruido era lo que sentía.

– ¿Está todo bien? – me preguntó.

– Sí, sí – respondí, rápidamente.

– No me mientas, veo preocupación en tus ojos. ¿Qué pasa?

– No sé, tengo una sensación rara.

– ¿Así que tú también? No me he sentido cómoda en todo el día. Pero bueno, supongo que significa que tendrás que tener más cuidado, yo estaré viendo todo lo que haces desde aquí. Pero recuerda, una vez dentro, no podré comunicarme sin que me detecten. Sal rápido y sigue mis instrucciones. ¡Suerte!

Horas más tarde iba en un auto hacia ese lugar. El conductor era nuevo, y eso me preocupaba, pero era de confianza de “la vidente”, como se la conocía a ella. Nadie sabía su verdadero nombre… incluso yo desconfiaba de que Delacroix fuera su verdadero apellido. Ella estaba en mí oído, dándome instrucciones de qué debería hacer, pero este plan lo había escuchado tantas veces ya, que era más una repetición por buena suerte.

Llegué al lugar y bajé del auto, entrando al edificio por la puerta de servicio y guiándome por mis memorias de los mapas, llegué hasta la habitación indicada, y entré.

La habitación no era muy distinta de los demás, ese mismo era el objetivo. Todo el edificio está diseñado con esa intención, confundir a aquellos que han investigado lo suficiente, dirigirlos a puntos ciegos, cansarlos, evitar que sigan levantando piedras; mientras tanto estos hijos de puta siguen cagando personas, siguen haciendo mierda sus vidas. Tengo que recordarme que la única manera de ganarles es darle donde les duele, y que para eso estoy aquí, para no hacer ahora mismo una idiotez. Reviso los cajones hasta dar con la primera llave, reviso el baño para encontrar la segunda. Me preparo un segundo para lo que se viene, y rompo el vidrio del espejo, para revelar la caja fuerte.

Introduzco ambas llaves, tomo la chequera y los documentos de adentro, y salgo rápidamente hacia la puerta de la escalera de emergencias, mientras veo cómo las luces blancas que me avisan la activación de la alarma interna se encienden. Tengo diez minutos para llegar al vehículo y huir.

Había bajado hasta el tercer piso, cuando capté la vista de un auto de policía, estacionado a la orilla del auto de huida. El conductor conversó unos segundos con él, y no lo convenció, pues cuando había llegado al primer piso, lo habían obligado a bajar del auto y más autos se habían sumado a la redada, entrando los primeros al edificio. Solo hay una explicación: alguien nos había vendido.

Desde afuera intenté comunicarme con Delacroix, sin mucho éxito. Estaba solo. Tenía razón en mis malos presentimientos. Rápidamente entré al edificio, y entrecortado pude volver a oír la voz de ella.

«Sal de ahí ahora. Estaban esperándonos. Alguien… avisó… policía, y parece que… dentro… París. Está… dentro»

Comencé a escuchar pasos en la escalera, él también podía escuchar lo mismo que yo. La voz de París empezó a sonar claramente, tentándome. Ambos nos conocíamos de hacía mucho tiempo, ambos nos hemos perseguido al otro por años… debí haberlo esperado. Está metido en absolutamente todo lo que sea turbio y de dinero.

– Sé que estas aquí, sé lo que estás haciendo. Deja los documentos en el suelo y quizás no te dé un tiro… quizás.

Los pasos en la escalera se acercaban más. Escondido en el portal de una puerta, lo oía acercarse más.

– Vamos, no te quieras hacer el héroe… no seas un idiota. Sabes que no puedes escapar de mí, de aquí…

Cuando dejé de sentir pasos en la escalera, abrí la puerta a mi frente, entrando en la habitación. Una pareja en el interior de ella dio un grito, mientras yo corría y salía por la ventana al balcón, de donde tomé la otra escalera de emergencia, para comenzar a correr al tocar de nuevo el suelo. Cuando me había alejado unos metros del edificio, Delacroix empezó a sonar de nuevo en mí oído, fuerte y claro. Solo me daba una orden sencilla: «Sal de ahí ahora»

Las luces azules iluminaban los edificios a mis costados, mientras yo corría hacia uno de ellos que estaba en construcción, en el que sabía que podría ocultarme mientras esperaba que todo se calmara. Toqué mi bolsillo y los documentos seguían ahí. Y mientras entraba a la construcción, agotado, pude dar un solo mensaje a “la vidente”.

– Lo hicimos.

– Ten cuidado. Hiciste un excelente trabajo. Ya tendremos un momento para festejar.

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